En nuestro artículo anterior (Ver artículo) nos referimos a la explicación científica que Karl Gustav Jung y su escuela dan de los fenómenos así llamados "paranormales". No digo "causa", sino explicación, porque justamente la explicación consiste en la suspensión del principio de causalidad.
El mecanismo por el cual un contenido del inconsciente colectivo se proyecta en el acontecer objetivo es un abismo lógico -por así llamarlo- mediante el cual un hecho o acontecimiento puede ser protagonizado u observado por un sujeto, sin que pueda discernirse una causa proporcionada que lo haya provocado. Tal fue el caso clásico del "escarabajo de oro", mencionado en un texto anterior de esta revista. Así, si una persona en el curso de una terapia psiquiátrica para curarse de una neurosis depresiva, le dice a su médico (Jung en este caso) que soñó que le obsequiaban un escarabajo de oro, el médico (experto en símbolos oníricos del inconsciente) deduce que desde el inconsciente esa persona ha recibido un mensaje simbólico de su próxima curación, pues el escarabajo de oro es un símbolo antiguo de resurrección (VER RECUADRO A LA DERECHA). Pero que al decir eso el paciente se vea enfrentado a la misteriosa aparición real del insecto con que soñó, eso es un fenómeno paranormal, típico. Lo paranormal del caso no es el sueño, sino la presencia inesperada del objeto soñado sin causa discernible en cuanto a la significación del hecho.
Jung insiste en que lo que se materializa en el acontecer objetivo tiene relación con los arquetipos que constituyen el repertorio de contenidos del inconsciente colectivo, aunque la experiencia revela que esa transferencia a la realidad no se limita solo a esos contenidos arcaicos, porque también ocurre con los contenidos del inconsciente personal.
El inconsciente colectivo, en realidad, no nos pertenece. Somos nosotros los que pertenecemos a él por memoria genética. En cambio, el inconsciente personal nos pertenece, y como Freud lo afirmaba, ha sido formado por todas las experiencias psíquicas que hemos sepultado en la inconsciencia por diversas causas, aunque todas convergen en el deseo de evitar que ciertos aspectos de nuestro ser estén presentes en nuestro pensamiento y en nuestros sentimientos.
En este artículo voy a narrar una experiencia de ese tipo, en la cual, a diferencia del escarabajo de oro y los pájaros avistados con motivo del fallecimiento de una persona que nos es querida y cercana (VER ARTÍCULO EN DEDAL DE ORO ANTERIOR, Nº 59), la transferencia del contenido inconsciente al acontecer objetivo se produjo sin relación con esa herencia milenaria de imágenes simbólicas.
El hecho está referido a la mala costumbre que ciertas madres tienen de decirles a sus hijos pequeños, por broma, que ella no es su verdadera madre, que lo recogieron en una población de gente muy pobre, o peor aún, de un tarro de basura. El suscrito fue víctima en su infancia de una broma como esa. Recuerda que su madre se lo dijo en varias ocasiones, agregando que su verdadera madre vivía en una población de los cerros de Valparaíso, y que cuando cumpliera cierta edad (17 ó 18 años) ella vendría a buscarlo.
A juzgar por el hecho paranormal que esta experiencia de la infancia pudo provocar después, se deduce que la broma inconscientemente fue creída por el niño, aunque sepultada luego en el inconsciente (personal). El hecho paranormal es que cuando el suscrito tenía cincuenta años, una pobladora del Cerro Cordillera de Valparaíso entró en su departamento de la Avenida Holanda, en Santiago, conversó con su madre y ésta, en medio de la conversación, le dijo a la desconocida: "Cuando yo muera, ahí tiene a su hijo".
La señora madre por esos tiempos tenía 85 años de edad y estaba en posesión normal de sus facultades mentales. Así y todo, ella, interrogada posteriormente sobre el porqué dijo eso a una mujer desconocida que entró en su casa, no supo responder, pero no porque no conociera la causa, sino porque no tenía conciencia de haberlo hecho.
La pobladora en cuestión fue conocida por el suscrito en una de sus correrías por los cerros de Valparaíso tomando fotografías. Las circunstancias del encuentro se deben a un accidente sufrido por un joven acompañante del suscrito, quien en una fiesta de los obreros estibadores del puerto de Valparaíso bebió "chupilca" más allá de la medida y sufrió una intoxicación alcohólica hasta el punto de entrar en estado de coma. El accidentado fue trasladado al patio interior del colectivo antiguo del Cerro Cordillera. Los pobladores se reunieron en torno a él y nadie atinaba sobre el modo de socorrerlo. Hasta que del tercer piso del vetusto edificio bajó una señora de cierta edad (70 años) y haciéndole masajes en la parte posterior de la nuca y el cuello y respirando rítmicamente con la mirada fija en él, logró sacarlo del estado de coma. Luego, llamó una ambulancia que lo llevó al servicio de urgencia del hospital Van Buren, donde le hicieron un lavado interior.