Revista Dedal de Oro N° 68
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 69 - Año XII, Invierno 2014

UNIVERSIDAD SAN SEBASTIÁN

CLASES EN EL VALLE ARENAS
Logo Universidad San Sebastián.



aprenderíamos a escalar en hielo
...APRENDERÍAMOS A ESCALAR EN HIELO...



trozos de hielo gigantes
...TROZOS DE HIELO GIGANTES...




el pirata de hielo
...EL PIRATA DE HIELO...




esta pequeña gran cumbre...
...ESTA PEQUEÑA GRAN CUMBRE...




un joven carancho cordillerano...
...UN JOVEN CARANCHO CORDILLERANO...




el duro hielo nos exigía trabajar...
...EL DURO HIELO NOS EXIGÍA TRABAJAR...




coronarme como el rey de ese pequeño iceberg...
...CORONARME COMO EL REY DE ESE PEQUEÑO ICEBERG...

Llevo varios años recorriendo todos los rincones del Cajón del Maipo; sus valles adyacentes, quebradas y hermosos bosques. Viendo cómo el cauce del agua que le da su nombre lo recorre desde principio a fin, comenzando en los faldeos del volcán San José, como el río Volcán, y saliendo del Cajón como un imponente río llamado Maipo, por su principal afluente. Viendo cómo la nieve se acumula en las altas cumbres y cómo capa tras capa el manto blanco va creciendo. Y con la llegada de los primeros deshielos se producen increíbles avalanchas, que con su imponente rugido hacen temblar hasta al más valiente. He conocido también una infinidad de lugares hermosos a horas de Santiago; lugares muchas veces menospreciados por la mayoría, lo que a mi juicio surge de la ignorancia de lo que significa la prístina belleza que esconde el Cajón en sus profundidades, que solo les da la bienvenida a quienes saben aprovecharlo y están preparados para entenderlo.

Recorrí estos lugares como alumno de una especial carrera, Ingeniería en Expediciones y Ecoturismo, de la mano de la Universidad San Sebastián, que a lo largo de mis cuatro años y un poco más de carrera, me ha brindado esta oportunidad y me ha hecho convertirme en una persona diferente, preparada para enfrentar cualquier desafío que tenga por delante.

Nuestra aula de clases principal ha sido en El Melocotón Alto, con hectáreas de campus, kilómetros de orilla de río y las comodidades básicas para aprender. Una de mis salas de clases preferidas siempre ha sido el valle Arenas, llamado así por uno de los principales cerros del lugar, con su particular geografía moldeada por los glaciares que alguna vez rasgaron las rocas transformándolas en arenas, y posteriormente erosionado por el río producido por el deshielo de estos mismo glaciares.

En este pequeño valle se encuentran, a mi parecer, algunas de las cumbres más hermosas de la cordillera de los Andes, que esconden algunas trágicas y mortales historias, pero también muchas de alegrías, transformándose en un anfiteatro perfecto para practicar el trekking, la escalada en boulder, el esquí fuera de pista y la alta montaña.

Quizás por esta razón fue allí donde la Universidad escogió realizar parte de su curso de alta montaña, llevando a sus alumnos a escalar en el glaciar colgante del Morado.

Salimos desde El Melocotón Alto rumbo al pequeño pueblo de montaña de Baños Morales, lugar donde entregamos por mano toda la carga a "don Moncho", un arriero que la llevaría a nuestro campamento, ayudándole a cargar sus animales y ordenando y distribuyendo lo mejor posible los bultos para que el peso no molestara a las mulas y así evitar que quisieran tirar el precioso cargamento. Una vez listas las bestias, estas partieron a paso presuroso, dejándonos atrás en pocos minutos. Nosotros partimos caminando por el antiguo camino del lado norte del río, no muy usado por los turistas, pero relativamente más corto que la ruta por la otra ribera.

Comenzamos a internarnos poco a poco en el valle, haciendo de vez en cuando alguna parada para beber agua o apreciar el increíble paisaje. Después de varias horas de caminata nos acercamos a nuestro campamento base al costado de la laguna del Morado; en este lugar aprenderíamos a escalar en hielo y otras técnicas importantes para realizar actividades de alta montaña.

De inmediato comenzamos a armar el campamento, repartiéndonos los materiales que las mulas ya habían transportado hacía varias horas. Una vez descansados, alimentados y con las carpas armadas, nos pusimos nuestros equipos y fuimos en busca de la primera lección; nos acercamos al gigante glaciar y nos quedamos justo debajo de él, procurando no estar en ruta de ningún desprendimiento de hielo. Así partimos, repasando lo más básico de las técnicas con el piolet y los crampones, desde las más antiguas a las más nuevas. Nos convertimos en unos niños que disfrutaban del momento, del hielo y del sol que todavía quedaba, y cuando este comenzó a esconderse detrás de las cumbres, retornamos a nuestras carpas a finalizar el primer día en esa increíble sala de clases.

A la llegada de la mañana siguiente partimos rápidamente al hielo, con mucho que aprender, practicando a primera hora la técnica de escalada en el frágil pero confiable elemento. Subimos y bajamos por la pared hasta que el hambre nos obligó a detenernos, a buscar un lugar seguro donde alimentarnos. Cuando nos sentamos a comer, un rugido interrumpió las risas, nos hizo brincar de donde estábamos para tratar de averiguar qué lo producía; eran trozos de hielo gigantes que rodaban por un costado. Por suerte, el lugar que habíamos escogido sí era seguro como creíamos.

Una vez pasado el susto, seguimos disfrutando de la armonía única del lugar. Continuamos con las clases, cruzando encordados el campo de grietas y practicando el rescate del compañero. Lamentablemente para uno de ellos la práctica fue un poco más dura, ya que en una maniobra de escalada dentro de la grieta, su piolet rebotó en contra del hielo verde como el vidrio, golpeándolo en el casco y al costado del ojo; nada serio en realidad, pero siempre choca ver a tu amigo con la cara manchada de rojo. Ese día él se convirtió en el pirata del hielo, con su ojo parchado. Regresamos al campamento después de mucho aprender, un par de sustos y muchas risas. Nos preparamos para el próximo día intentar una cumbre cercana.

Pero la noche trajo consigo una pequeña tormenta que nos hizo cambiar de planes, retrasando en algunas horas la salida del campamento, obligándonos a desistir de esta cumbre y a dirigirnos a una más cercana. Así comenzamos a subir el cerro Unión. Paso a paso ascendimos por su interminable ladera compuesta por roca suelta, que muchas veces hace que te esfuerces el doble al dar un paso, pero poco a poco fuimos avanzando, tomando curva tras curva para aligerar la ruta. Cada paso significaba una mayor altitud y con esto se podía ver más y más a lo lejos, apreciando otros valles todavía cubiertos por la sutil capa de nieve caída en la noche… Un espectáculo ver cerros que parecían espolvoreados de azúcar y que el sol hacía brillar. Un par de horas más tarde logramos llegar a esta pequeña gran cumbre. Desde ella se divisaban todos los valles de los alrededores, los lugares de pastoreo, caminos y poblados. Una vista privilegiada de las maravillas naturales. Y a lo lejos se veía el campamento, que nos esperaba para un merecido descanso.

Al llegar abajo nos recibió un pequeño amigo muy curioso, un joven carancho cordillerano que, atraído por el olor de los alimentos o del esfuerzo, y sin timidez, exploraba nuestro campamento en busca de algo para comer. Nos acompañó varias horas hasta que decidió desaparecer volando entre las cumbres. Al retirarse tan noble visitante, regresamos a las lecciones, caminamos nuevamente hacia el hielo del glaciar para practicar por última vez las técnicas de escalada y progresión glaciar, antes de los desafíos más importantes que estarían por venir. Nos lanzamos dentro de las grietas mientras un compañero nos aseguraba con la cuerda desde arriba; clavábamos uno a uno los piolets para intentar subir, pero muchas veces el duro hielo nos exigía trabajar con más fuerza, y si te confiabas o te descuidabas, te escupía de él y volvías al fondo. Ya cuando los brazos y las piernas estaban cansados de tanto trabajar, comenzamos a regresar al campamento, felices de lo aprendido y listos para bajar por unos días de la montaña. Pero al estar cerca del campamento, bordeando la laguna y después de todo el ejercicio realizado, un pensamiento cruzó mi mente: «¿Me podré bañar en la laguna congelada?». Fue así como, aprovechando el poco sol y el calor del ejercicio, sumado a la locura inherente a mi persona, corrí a mi carpa, le pasé una cámara a una compañera, me saqué algo de ropa y me lancé a nadar entre los hielos que flotaban. El agua estaba más fría de lo que suponía, pero ya estaba adentro; debía meterme por completo y alcanzar alguno de los hielos que flotaban, lo que por supuesto no fue tarea fácil, ya que al intentar subirme a uno, con la premura que producía el frío, este se giró y terminé nuevamente en el agua. Al segundo intento logré subirme y coronarme como el rey de ese pequeño iceberg. Al salir me di cuenta de que dos turistas extranjeros aplaudían y tomaban fotos; no me preocupé de eso y solo corrí a secarme, mientras una sensación de calor me inundaba.

A la mañana siguiente ordenamos los bolsos y mochilas, dejamos todo listo para que las mulas se lo llevaran y comenzamos a descender el valle, mirando alrededor y agradeciéndole por las aventuras y enseñanzas de esos días. Nos despedimos de nuestra sala de clases para ir en búsqueda de otra, pero sabíamos que volveríamos a ella; todavía nos quedaba mucho por aprender, y al valle mucho por entregar.

Como dato aparte, desde esa pequeña aventura he vuelto cientos de veces a ese espléndido lugar, pero nunca más me he bañado en esa laguna.

 

GABRIEL TOLEDO CÁCERES.

 
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