Revista Dedal de Oro N° 68
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 68 - Año XII, Otoño 2014

PARA REFLEXIONAR

MATERIA E IDEA
JUAN PABLO YÁÑEZ BARRIOS, Director de Dedal de Oro.
O nos conformanos viviendo en la media luz de la llamada realidad objetiva,
o iluminamos nuevas realidades a través de ideas y sueños.
Ilustración de Banksy para ''Materia e Idea"
ILUSTRACIÓN DE BANKSY




Ilustración de Banksy para ''Materia e Idea"
ILUSTRACIÓN DE BANKSY

El siglo pasado se caracteriza por los cambios de las creencias sobre las que se fundamenta la ciencia tradicional y sobre las que se levanta el pensamiento occidental en general. Durante ese periodo los avances de la ciencia fueron echando por tierra la visión de un mundo mecánico, que funciona como un reloj (según el paradigma newtoniano-cartesiano), y fueron confirmando otra visión, muy antigua, opuesta a la anterior y oriunda de Oriente, en que el pensamiento juega un rol determinante en la creación de las cosas del mundo.

Recordemos que el universo mecanicista de Newton se define como formado por átomos materiales e indestructibles que interactúan de acuerdo a leyes permanentes y válidas en un espacio de tres dimensiones invariables y en un tiempo definido como lineal. Es decir, se trata de tres conceptos independientes -materia, espacio y tiempo- que dan como resultado un mundo exterior objetivo y real estructurado según leyes autónomas que pueden verificarse experimentalmente.

Por otro lado, Descartes establece un esquema de mundo en que la materia y el espíritu se excluyen mutuamente, asociando así al modelo mecanicista anterior una condición dual del universo. Al entender a la materia y al espíritu como conceptos desunidos, se da un espaldarazo al concepto de un mundo material autónomo en que los fenómenos y acontecimientos en general (y por tanto, los resultados de los procesos y experimentos científicos en particular) son independientes de las personas que de una u otra manera están inmiscuidas. Es decir, el espíritu (el pensamiento, la idea, el sueño) de cualquier perceptor humano queda excluido como factor determinante de la creación.

Si vivimos bajo el principio de que nos desempeñamos en una naturaleza autónoma, independiente del espíritu humano, nuestra actitud ante la vida tiende a ser de sometimiento ante un poder maquinal en que nuestro rol solo puede ser de investigación, y no de participación en la gestación de la vida misma.

A principios del siglo anterior, sin embargo, con la teoría de la relatividad de Einstein y el desarrollo de la mecánica cuántica, la visión clásica de un universo mecánico empieza a tambalearse. Se abre paso la idea de que toda realidad exterior observable sufre en forma instantánea la influencia de la percepción del observador, de modo que el resultado de una observación de cualquier fenómeno o proceso de la naturaleza queda determinado, al menos en parte, por el factor "mente humana". Un buen ejemplo para esta idea es "el principio de incertidumbre", que se basa en el dilema de si la luz está compuesta de ondas o partículas. Una persona puede escoger entre la percepción de fotones o la contemplación de una naturaleza ondulatoria de la luz. El resultado es dependiente de la voluntad de esa persona, es decir, de lo que él quiere ver. Esto evidencia que una partícula no posee una localización precisa antes de ser medida, o sea, antes de la intervención del factor "mente", lo que significa que es el observador el que crea una realidad objetiva en el momento de su intervención. Esto abre posibilidades infinitas a la naturaleza de la fuerza psíquica.

También se concluye que el tiempo no es ni absoluto ni lineal, pues para medirlo se necesita un referente físico, de manera que él se gesta según las variables e infinitas condiciones de los cuerpos que hacen de referentes. Así, se define un nuevo concepto de tiempo, en que este es relativo y dependiente. Los conceptos de espacio tridimensional y de tiempo unidimensional van perdiendo su vigencia y surge la idea de un continuo espaciotemporal. El universo de la física moderna ya no es una máquina, sino una red compleja y unificada de acontecimientos y dependencias cuyas consecuencias dejan atónitos a los científicos. Poco a poco se reconoce que en los procesos creativos naturales la psiquis humana juega un rol importante como engendradora de la realidad ojetiva.

Es aquí donde la importancia de lo subjetivo, de la llamada ficción -arte y literatura, por ejemplo-, adquiere su real dimensión, pues aparece la pregunta de hasta qué punto la imaginación interviene en la cristalización de las nuevas realidades que van apareciendo en la vida cotidiana humana, en todo ámbito, por ejemplo desde la creación de nuevas tecnologías hasta el surgimiento de nuevas enfermedades.

Dentro de esta nueva visión de mundo o cosmovisión –un mundo interdependiente, no mecánico-, el biólogo Rupert Sheldrake postula la idea de "resonancia mórfica" para explicar la evolución equilibrada de las especies: el pensamiento y la palabra del ser humano influyen por resonancia mórfica en las actividades de todas las disciplinas, y de esta forma la totalidad de lo existente queda en interdependencia. Así, desde el momento en que en el campo de la física se hacen ciertos avances en la investigación de la "realidad objetiva", estos repercuten, por ejemplo, en las actividades literarias calificadas de ficción, de la misma manera que la creación de una supuesta ficción literaria repercute en los decubrimientos o creaciones de la ciencia. (Bajo esta perspectiva, no es de extrañar que la hipotética fantasía de un Julio Verne, por ejemplo, sea factible, hoy en día, de materializarse en realidades palpables.)

El arte en general –producto del pensamiento humano- es una fuerza que rompe esquemas, una fuerza netamente creativa que suele transgredir los límites que impone la sociedad tradicional a través de sus valores instituidos, que se entienden como indiscutibles, válidos por sí mismos, poco menos que sagrados. El arte, al permitir que la inspiración de la persona fluya espontáneamente, con libertad y sabiduría natural, suele triunfar sobre lo establecido, sobre los valores que sirven a lo restrictivo. Así, el ejercicio del arte se establece como un principio del espíritu libre que se impone sobre un espíritu limitado por reglas que, en principio, se levantan con la idea de ordenar la vida en sociedad, pero que, a menudo, terminan siendo solapadamente abusivas y mutilantes. De esta manera, el mundo subjetivo del arte (por ejemplo, la llamada ficción en literatura), se impone por sobre el mundo objetivo de las reglas sociales impuestas para defender el estatus de los grupos dominantes en la sociedad.

Así evoluciona el mundo. Su construcción comienza con sentimientos, corazonadas, imaginaciones, intuiciones y palabras que se van haciendo reales en las cosas palpables. La filosofía oriental postula desde hace milenios que la energía psíquica es un atributo natural anterior a la materia, de modo que ésta resulta ser un producto de aquella. Además, este postulado coincide con la visión de mundo milenaria de algunos pueblos autóctonos occidentales. De este modo, durante el siglo recién pasado se ha producido una convergencia de la ciencia occidental con una visión de mundo oriental consolidada milenios antes del nacimiento de Jesús.

Si hoy en día la ciencia investiga hechos extraños como la no-linealidad del tiempo, la inexistencia de la materia, la supremacía de la energía psíquica como primer atributo natural, etcétera, se debe a que la llamada fantasía del ser humano un día imaginó como posible lo que era imposible. Pareciera haber una red comunicativa de cuerdas invisibles que abarca al universo entero y que de cada parte aparentemente parcial hace un todo, una unidad. El pensamiento humano participa como factor decisivo en la evolución de la vida. La ciencia pura podría destruir el mundo, y si no lo ha hecho hasta el día de hoy -a pesar de los desastres ecológicos producidos por la técnica- se debe a la existencia de un componente místico, trascendente, que sobrepasa el dominio tecnológico. Este componente espiritual es el aliento que empuja a la humanidad hacia la supervivencia. Podrán producirse catástrofes ecológicas, podrá ponerse en tela de juicio la continuación de nuestra civilización, pero la existencia del espíritu esencial continúa y es eterna. En este sentido, el mundo no tiene fin.

Cuando se habla de "espíritu", aquí, se intenta hablar de un toque no-físico y no-intelectual de la persona, el que la induce a la indagación del porqué de las cosas, del cómo del existir, algo como estar presente en el mundo con la necesidad de empinarse más allá del conocimiento adquirido por los sentidos y la razón, pero utilizando, sin embargo, esos sentidos y esa razón -la propia experiencia personal- para desarrollarse.

El misticismo siempre ha anunciado que la vertiente que lleva a la felicidad personal está en nuestro interior, es decir, que subyace en nuestra fuerza psíquica, en nuestra mente, en lo inasible, en contraposición a la materia y al espacio exterior. Es cierto que el camino hacia una cierta paz interior suele pasar por un ego apegado solo a lo material -el dinero-, pero quien lo traspasa se capacita para dar a la materia su real significado parcial. Pareciera que el sentido último de la persona fuera buscar el equilibrio entre la acción externa y la experiencia interna. El individuo, en su soledad, intuye la necesidad de conciliar sus vivencias existenciales con sus vivencias materiales. Descubre que los impulsos mentales y corporales pueden complementarse, y entonces logra superar sin peligro los muros levantados por la moral y las leyes, en las que el yo, el ego limitado, ha sido relegado con el fin de cerrarle el paso hacia lo que entraña peligro de desequilibrios y subversiones que puedan desatar crisis personales o sociales. Ahora se puede descubrir que la armonía es asequible conciliando la mente con el cuerpo. La conquista de la libertad real, entonces, es un quehacer personal que trasciende el quehacer social.

La tradición humana fundada sobre el principio de la razón separadora de espíritu y materia no puede ver la relación entre mente y cuerpo. Esa tradición jamás podría aceptar que la realidad y la fantasía tienen un mismo origen y están hechas de la misma substancia. Lo racional es aceptado como verdadero y adecuado, y lo irracional -lo ilógico, lo inverosímil, lo absurdo, lo paradójico, lo contradictorio, lo extravagante- como falso e inconveniente. Es por eso que los científicos atípicos caen en el desprestigio, y es por eso que los chamanes, los místicos y ciertos soñadores caen en conductas consideradas ridículas e insensatas.

Vivimos en una semipenumbra llamada realidad. Los mayores momentos de júbilo siempre llegan a través de lo inesperado, lo insólito, lo sorpresivo, y siempre tienen algo cercano a la ficción, a lo increíble. El puente hacia la paz humana en lo personal -y por tanto, también en lo social- pasa por el mundo de las buenas ideas, por el mundo de la la mal llamada fantasía, por el mundo de los sueños que se hacen realidad. Y para que se hagan realidad, solamente hay que creer en ellos, darle crédito al poder de la mente.

 
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