Revista Dedal de Oro N° 68
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 68 - Año XII, Otoño 2014

HISTORIAS DE UN PROFESOR, HUASO Y ARRIERO

MENTIRILLAS Y CHASCARROS
HUMBERTO CALDERÓN FLORES
TRATAREMOS DE RECORDAR ALGUNAS MENTIRILLAS Y CHASCARROS QUE HAN ACONTECIDO EN ESTE QUERIDO SAN JOSÉ, ALGUNOS DE ELLOS PRODUCTO DE LA PROPIA COSECHA Y OTROS QUE SE HAN IDO TRANSMITIENDO DE BOCA EN BOCA Y QUE, CON EL CORRER DE LOS AÑOS, SE HAN IDO "ARREGLANDO" (OTROS HAN PERDIDO DETALLES IMPORTANTES) PARA UBICARLOS EN EL MEDIO LOCAL O PARA QUE ALGUNAS MENTIRAS PAREZCAN VERDADERAS (HAY QUE RECONOCERLO). PORQUE, COMO DECÍA UN AMIGO: "ESTA MENTIRA SÍ QUE ES VERDAD", Y SE LANZABA A RELATAR UNA HISTORIA EN TAN VIVA VOZ Y CON TANTO DETALLE DE LOS LUGARES Y PERSONAS INVOLUCRADOS, QUE TERMINÁBAMOS DUDANDO DE ESA VERACIDAD.

LA PERRA TOLA Y LA PERDIZ

Para comenzar con algún relato de mi cosecha, primero ponga atención y después decida, porque esto sucedió acá mismo hace ya varios años, y el personaje principal quizás aún lo recuerde y pueda verificarlo. Vamos al hecho:

El Guatón Bravo (para los amigos) en sus tiempos mozos era muy aficionado a la cacería. Como era bueno para caminar por los cerros, salía a practicar este deporte con su escopeta y su perra perdiguera, llamada Tola. Un día andaba tras perdices con la Tola, maestra en parar la perdiz, en el morro El Divisadero, donde hoy están ubicadas las antenas de televisión. De pronto su perra se quedó estática parando una perdiz y él se preparó para ordenarle que la hiciera volar, pero antes de dar la orden vio de reojo que venía acercándose el administrador del fundo Lagunillas, don José, quien le tenía terminantemente prohibido cazar dentro del fundo. Sabiendo que el tronar del cartucho de la escopeta llamaría la atención de don José y se provocaría un mal rato para ambos, decidió alejarse, pensando que su perrita, que estaba parando la perdiz, lo seguiría luego. La esperó, la esperó, pero la Tola no llegó, ni siquiera a la casa. El tiempo pasó y pasó y, al año siguiente, en la temporada de caza, salió nuevamente al Divisadero, esta vez acompañado por el Cholo, un hijo de la Tola. Iba haciendo recuerdos de lo acontecido el año anterior con su querida perra, cuando de pronto apareció ante sí una escena macabra: ahí, ante sus ojos, vio el esqueleto de su perrita, aún de pie, parando a la perdiz, cuyo esqueleto también permanecía temeroso enterrado entre la hierba.

En caso que no crean este relato, pueden subir al morro El Divisadero y tratar de ubicar el lugar donde aún deben permanecer esos esqueletos, que hacen realidad esta mentirilla de la perra Tola y la perdiz.

 

EL ÑATO ELÍAS

En esta localidad hubo personajes famosos por sus respuestas rápidas y oportunas, que con los años se han ido olvidando pero que se trasmitían de boca en boca, sin nunca dejarse un registro grabado que permitiera recordarlas con justicia y alegría por la espontaneidad que poseían.

Con aprecio recuerdo a un inolvidable amigo de todos, que se distinguía por su voz característica, que todos tratábamos de imitar, y también por sus palabras especiales, como "concañero" o "concañerito". Tenía un famoso caballo, Chincolito, en el cual recorría el pueblo o se iba de cacería al campo, con su escopeta, la que disparaba estando montado sin que el animal se espantara con el estampido de los cartuchos.

Era el último integrante de una numerosa familia local, que se quedó hasta el último día de su vida acá en San José.

Este personaje llegó una mañana donde la vecina, propietaria del almacén y botillería El Tope, , diciendo: "Por Dios que amanecí enfermo, Nenita". Y ella respondió: "Usted toma tanto, don Elías, que no se mide". Y él contestó: "Si me estaba midiendo, Nenita, pero cuando llegué a los cinco litros y un cuarto perdí la cuenta".

Como podemos apreciar, el famoso Ñato Elías siempre tenía la respuesta a flor de labios, con su espontaneidad única. Es un recordado amigo, que desgraciadamente no dejó descendencia.

 

EL COCO

Vamos a recordar una contestación de Luis Díaz, el Coco -hombre maduro, soltero, con alguna deficiencia mental-, al matrimonio Marames Cares, todos antiguos amigos de esta localidad. Estaban los tres conversando, junto a otras personas que escuchaban. Sarita le dice: "Ya eres mayorcito, ¿cuándo te vas a casar, Coco?" Y él responde: "Cuando se muera Toco no más, Sarita". Se produjo una carcajada general y, después, el comentario de Toco, esposo de Sarita: "Ves que éste no es tan huevón como parece, ¿quién te mandó a preguntarle?". Este episodio fue muy comentado en su tiempo, con detalles y mucha risa de la gente que escuchaba.

 

LOS GRITOS DE LOS ARREADORES

Con alegría y respeto trataré de recordar una de las tantas mentirillas que hicieron famoso a un distinguido, respetado y querido funcionario municipal, que marcó historia por su caballerosidad, amistad, claridad mental, vocabulario amplio, y por su excelente modulación y su muletilla "¡pare, pare!" Él contaba:

Ese invierno había nevado bastante en la cordillera, pero el mal tiempo ya había pasado. La nieve estaba dura y permitía caminar sin problemas, aunque estaba resbalosa. Por esta buena apertura del "veranito de San Juan", hice herrar, en la herrería que había para el ganado en Vista Flores –poblado argentino cercano a Tunuyán-, a vacunos y caballos, con herraduras especiales que evitaban los resbalones. Lo mismo hicimos con nuestros zapatos, y preparamos ropa de abrigo, especialmente mantas de castilla, las cuales no se pasan con el agua y la nieve, que solo resbalan. Había que prepararse muy bien por lo que pudiera acontecer.

Partimos uno de los primeros días de julio con un arreo de mil novillos por el paso cordillerano de Los Piuquenes, cerrado ese mes por la nieve. A este paso cordillerano corresponde lo que fue el Valle del Yeso, hoy Embalse del río Yeso. Para vuestro conocimiento, por este paso cordillerano retornó a Argentina don José de San Martín después de las campañas por la independencia de Chile y Perú. Es así que, en Argentina, al salir de la cordillera, en un lugar llamado Manzano Histórico, existe un hermoso monumento a San Martín.

Además, por este paso se programó el camino internacional en los años 40. Este proyecto tuvo visitas de ambos países. Por Chile encabezó la delegación el alcalde de San José, don Carlos Abarzúa, y por Argentina el intendente (alcalde) de Tunuyán, doctor Escaravelli, pasando la cordillera en cabalgatas.

Siguiendo con el relato inicial, el arreador que relata la historia iba acompañado por Ficho, Rogelio, Miguelo y Caco. Cuenta que poco antes de llegar al límite (hito) los sorprendió una nevada infernal. No se veían ni las manos y los vacunos solo avanzaban a empujones de los caballos, fuertes gritos y azotes. Pero, de vez en cuando se encontraba con algunos de sus arreadores y veía que solo azotaba a los novillos, sin gritar, por lo que le llamaba la atención diciendo: "¡No los azoten tanto que les machucan las malayas, grítenles!" Y así, exhaustos, agotados, lograron salir de ese infierno de nieve y viento, llegando con el arreo a Las Taguas, donde el temporal amainó. Según dijo, venía enojado con los compañeros de trabajo porque no los escuchaba gritar, solo golpear, pero estos se defendieron: "¡No dábamos más de gritar, hasta nos dolía la garganta!" "No mientan, yo estaré sordo acaso." Y se puso a contar el ganado, para conocer las pérdidas en el escalofriante trayecto: "1, 2, 3...,… 672, 673..., 902, 903..., 998, 999, 1000".

Se me vino el alma al cuerpo -dijo-, y les pedí disculpas a los chiquillos. Hubo una buena venta y los comprometí para volver a lo mismo en la próxima temporada, pero en una fecha que nos permitiera evitar el peligro de las nevadas. Llegado el día, nos preparamos como corresponde y partimos en los primeros días de noviembre, antes que fueran otros por esta actividad. Al llegar cerca del límite había un día con mucho sol, hacía calor, la nieve se estaba derritiendo, y de pronto comienzo a escuchar gritos. Los chiquillos me dijeron: "Escuche, patrón, ponga atención". Y escuché: "¡Toro, toro! ¡Huella, huella! ¡Arrea Ficho! ¡Huaga, huaga! ¡No golpees!" Ahí reconocí mi voz y las de mis acompañantes, que tenía toda la razón: ellos habían gritado, y fuerte. Pero era tanto lo que nevaba, que los gritos quedaban aplastados por la nieve, y ahora, al derretirse, estaban saliendo al aire.

Al escuchar este relato con tanta pasión y detalle, me pregunto: "¿Habrá sido cierto?"

 

DOÑA MENCHE

Ahora daré a conocer un chascarro real que le sucedió a mi padre hace más de sesenta años.

La manzana que hoy ocupa nuestro Liceo Polivalente pertenecía a un médico amigo, el doctor Raimundo Ratinoff. En esos años el predio estaba malamente cerrado, desocupado, y se disponía de agua de riego por acequias que ya hace tiempo desaparecieron, terminando con el regadío de todos los terrenos aledaños a la Calle del Río.

Considerando las bondades del terreno, Ratinoff lo ofreció a mi padre para que hiciera alguna siembra. Entonces la tierra se trabajó en forma conveniente y mi padre sembró porotos, que se desarrollaron hermosos en ese campo generoso. Estos crecieron y comenzó su producción con unas hileras de porotos verdes, que se vendían en un pequeño almacén que tenían mis padres en calle Comercio.

Frente al predio señalado, por Calle del Río, don Hernán tenía una crianza de chanchos al libre albedrío, sueltos en el potrero, y algunas veces estos animales llegaban a comer hasta en la plaza. Un día, cuando mi padre había abierto recién el almacén y estaba barriendo la vereda, llegó a comprar la señora Mercedes Menares, dama de mucha agilidad mental y buena para las bromas. Al verla llegar, mi padre le dijo: "Écheme una mentira al vuelo, doña Menche". Y ella respondió:" "¡Qué mentira, don Humberto, he venido rápido a avisarle que los chanchos de don Hernán se metieron a la chacra y se están comiendo los porotos!" Mi padre entró rápido a la casa, tomó un lazo, llamó a los tres perros, que sabían cargarle a los animales, se puso el sombrero y nos pidió que cuidáramos el negocio mientras él acudía al aviso amable de la señora Mercedes.

Al poco rato volvió, tranquilo. Doña Menche aún estaba en la casa. Y él le dijo, entre risueño y molesto: "Buena la que me hizo, no habían chanchos en los porotos". Ella respondió sonriendo: "Usted me pidió que le echara una mentira al vuelo y yo cumplí con su pedido". Mi padre se rió y la felicitó.

Este es un episodio real que causó muchas risas entre quienes supieron de él, y qué agradable es hacer este recuerdo real, resaltando la prontitud de una incomparable mente aguda para hacer parecer tan real una sana mentira llena de picardía. Es un hermoso recuerdo que acarrea la nostalgia por esos personajes de una época en que había poca gente y en que todos conocían a todos.

 
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