Revista Dedal de Oro N° 66
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 66 - Año XII, Primavera 2013

LINTERNA-TURA

LA ISLA DE LOS CUERVOS CURICHES
Presentamos en estas páginas el capítulo 5, "La isla de los cuervos curiches", de la reciente novela, "La oscuridad que nos lleva" (Editorial Cuarto Propio) de nuestro vecino de El Guayacán, Tulio Espinosa. Este precioso y destacado capítulo nos hace oír la voz de un personaje clave (aunque no el principal) en la trama del libro, que, sin duda, está escrito con solidez. En nuestra modesta opinión, la novela trata, a través de una delicada trama, del desarrollo del mundo interior de un muchacho que, finalmente, después de aprender a relacionarse con otras personas (por lo demás mujeres) mediante un trato directo y sincero, decide volver a su origen para "digerir" sus experiencias recientes y comenzar a conquistar su propia madurez espiritual, objetivo final de la vida humana.
Ilustración de Onii Planett para ''La isla de los cuervos curiches ''.


Ilustración de Onii Planett en que Tali protege a Camila del frío.

-Sí -dice Camila apoyando su afirmación con graves movimientos de cabeza- pero no, no es eso, no es que me haya olvidado, tal vez cosas que a una le pasan cuando chica se olvidan, tal vez la memoria de esos años no tenga, no sé, fuerza para archivarlo todo, pero hay cosas que no, no se olvidan nunca. El asunto es que, ¿cómo le dijera?, mi vida de niña se cerró, se acabó para siempre, no saco nada con darle vueltas y por eso no es que no quiera contestar su pregunta, de verdad creo que le interesa pero no podría decirle cómo, por qué de un día para otro a mi mamá se le puso la idea de empaquetar los bártulos y venirse a vivir a Santiago, ¡a Santiago! Eso fue en…, sí, mil novecientos setenta…, setenta y ocho, o setenta y siete, no, setenta y ocho porque yo tenía nueve años y todo había pasado reciencito. Varias veces como que quise preguntarle pero ella no me dio entrada, después de todo me daba igual, no me quedaba otra que obedecerle, se le corrió una chaveta a mi mamá pensé y ya, pasó la vieja, nunca volví a tocarle el tema. Y así fue como un día dijo nos vamos y ¡nos vamos!, empacó, vendió unas pertenencias, otras se las encargó a una vecina y chao.

Sí, pus, como le dije nací en el lago, frente al lago, mi casa estaba en la orilla, en la orillita misma, cuando llovía, porque allá llovía pero ¡llovía! en las noches el zapateo en el zinc era tan refuerte que medio dormida me levantaba a mirar por la ventana a ver si el lago no se hubiera subido y se fuera a meter por debajo de la puerta. Cuando no, cuando no caía la lluvia no se oía nada, ni un ruido, si había un poco de viento apenas el barrido de las olitas en la playa, esa era mi canción de cuna en las noches y ahí crecí, al ladito del lago. Fui a la escuela unos tres años, no más, de los seis a los nueve. Mi mamá partía todas las mañanas a Llifén, a trabajar en la casa de una señora y no llegaba hasta la noche, yo aprovechaba para irme con ella y me pasaba a dejar a la escuela. Después la señora vendió la casa porque se vino a Santiago y le dijo a mi mamá que se viniera con ella, pero mi mamá no podía traernos a mi hermano y a mí y no quiso, se dedicó a tejer a palillos con lana de oveja que ella misma hilaba y teñía con hierbitas y a hacer conservas de grosella para vender, no salió más a trabajar y yo no fui más a la escuela. Igual en la casa lo pasaba bien, a veces un encarguito de mi mamá, fíjate en el pan que está en el horno, niña, que no se te suba la leche, pélate estas papitas, anda a buscar nalcas o digüeñes o a comprar sal y questo quelotro.

Sí, pus, a lo mejor cuando chica una es feliz como usted dice, no hay penas, pero si me pregunta no sabría decirle en qué consiste la felicidad, tampoco si yo era feliz, por mí diría que sin el Talí no hay, no puede haber ninguna felicidad. ¿El Talí?, mi hermano, ¿cómo?, no, no era ese su nombre, se llamaba Neftalí pero yo de chica no podía nombrarlo y quedó así para siempre, Talí. Típico.

Mi papá tenía un bote, una pistucia de bote donde iba de un lado a otro o a pescar, que cuidaba ni le digo cómo, lo sujetaba en la playa cerquita de la casa con un ancla hecha por él mismo con los fierros de un tractor que dieron de baja y dos o tres veces al año lo calafateaba con el Talí, que era otro loco por el bote. Me gustaba que el Talí me llevara a ver a mis amigas que vivían cerca, o a pescar, pero más me gustaba que me llevara a la isla Chingue, sí, Chingue, así se llama la isla, es el nombre de un animalito de hocico puntudo de orejas y patas cortas y cuando uno se le quiere acercar tira por atrás un líquido fétido, pero ¡fétido!, ¡último de hediondo!, anda siempre de noche, solo, se queda a vivir en las cuevas que hacen otros animales y los espanta con el olorcito, pero no sé si la isla se llama así por los chingues o no, no queda muy cerca de la orilla, de lejos se ve como una mole, una mole de roca. ¿Cuánto nos tomaba ir y volver?, bueno, con lo que nos quedábamos allá, de sol a sol. Nos gustaba, al Talí y a mí nos gustaba quedarnos horas en la isla porque ahí no vive nadie, soledad y silencio total, cuando uno estaba en la isla no la encontraba grande, apenas una roca, una roca enorme llena de árboles y plantas por todas partes menos por un lado donde hay riscos, riscos altos de piedra como si la hubieran rasguñado con las uñas de las manos. Como le digo en la isla no vive nadie, lo único vivo aparte de la vegetación son los cuervos, aunque nunca supe si son cuervos o tordos, la gente de Santiago dice tordos pero los de allá que son cuervos, no sé, unos pájaros de cola redonda, negros curiches, medio tenebrosones que se alzan y vuelan en bandadas cuando se asustan por el motor de una lancha y se lo pasan gritando, graznido le dicen.

Una vez nos preparamos con tiempo para ir a la isla, habían pasado meses sin ir y ¿sabe por qué me acuerdo pero no quisiera acordarme?, porque fue una de las últimas veces que de verdad me sentí junto al Talí, con él, a su lado, protegida, la última. Ese día temprano juntamos unas cositas para comer y una botella de bebida y partimos, no le contamos a nadie no porque fuéramos escondidos sino porque todos, mi papá y mi mamá, sabían que si no estábamos andábamos por ahí cerca y con el Talí que era un fortachón no nos iba a pasar nada o íbamos a la isla donde no había ni un peligro. Es que no quiero acordarme, preferiría, pero me pasa lo mismo que usted dijo la otra vez cuando hablaba de su papá, a una la pescan los recuerdos y no quieren soltarla, también me pasa en las noches cuando no puedo dormir. Así que una tarde de sol nos fuimos como le digo sin avisarle a nadie, la cosa es que cuando íbamos llegando a la isla aparecieron unas nubes negras y se largó un viento suave que de a poquito de a poquito se fue volviendo tan refuerte que nos dio miedo de que el bote se diera vuelta porque había olas, pero ¡olas!, y apenas era recién pasado el mediodía así que nos arrimamos a la playa, la única playa de la isla, pelada y llena de piedras, a empujones sacamos el bote para ponerlo a resguardo y nos sentamos a esperar debajo de unos notros. Pero ¿sabe?, parece que ese día teníamos justo la suerte en contra porque se puso a llover pero a llover a chuzos, el tiempo se ponía cada a rato peor, el nivel del lago empezó a subir y nos obligó a corrernos pal fondo, para peor no andábamos abrigados, para qué si el día estaba despejadito. Antes de lo que hubiéramos pensado se hizo de noche y el temporal no amainaba y la oscuridad se puso como boca de lobo hasta que al fin el Talí se puso serio y dijo ya, se acabó, no nos queda otra que pasar la noche aquí. Pero cómo, le dije yo, si no tenemos nada con qué abrigarnos, apenas unas cositas para comer, nadie sabe que estamos aquí y si nos encuentran nos van a encontrar congelados, pero no me dejó pasar ni una razón, ¿cómo se te puede ocurrir, me dijo, que nos vamos a meter al agua en esa tabla sin ver nada, sin saber para dónde nos lleva el viento y más encima con esas olas que nos van a volcar altirito? No le discutí más. Esperar no más. Esperar. Me dio un frío que ni le cuento. Pero él me abrazó, me protegió de la noche con su cuerpo, la mejilla pegada a la mía, me hizo cariño en el pelo, me hablaba como si yo fuera una guagua porque estaba muerta de susto, de susto y de hielo y me apretaba para darme calorcito. Al fin me dormí, cuando una es chica se pone inconciente, me tranquilizó con la conversa y me dormí como una niña chica. Ahora, con el tiempo, me digo que si hubiera tenido un poco de cabeza hubiera pensado fíjate bien, Camila, mira bien lo que te pasa, piensa bien, aprovecha, aprovecha ahora que el Talí te cuida, pégate a él, no te hagas ilusiones porque todavía es un cabro pero quizás no cuentes con tu hermano toda la vida.

Cuando desperté el tiempo empezaba a calmarse, el viento a soplar cada vez más suave, el cielo pasó del negro al plomo y al fin aparecieron unos manchones azules, se iban calmando las olas y de nuevo empezaron a llegar suavecitas a la orilla pero siguió nublado, no llovía, no llovió hasta más tarde, cuando la pesadilla pasó. El Talí estaba medio dormido con el brazo debajo de mi cabeza y terminó por despertar, miró el cielo, miró alrededor, sacó el brazo y empezó a hacer ejercicios porque se le había dormido, cuando se dio cuenta bien de dónde estaba y lo que había pasado dijo ya, nos vamos, tenía los ojos colorados como conejo, no había dormido casi nada, dijo, un poquito antes de que amaneciera. Juntos empujamos el bote dando tumbos en las piedras hasta el agua, me ayudó a subir porque yo apenas me podía las piernas, se montó él y empezamos la vuelta a la casa. El Talí parece que tenía rabia porque le daba a los remos con toda la fuerza, llegó a ponerse rojo, se le notaban las venas de la frente pero quería llegar luego, dijo, y como el agua estaba tranquila como taza de leche el bote corría como si fuera sobre rieles.

Y desde lejos, desde bien lejos fijesé, vimos a la gente en la playa. Parecían estatuas, apretaditos uno junto a otro vueltos hacia el horizonte del lago, hacia donde nosotros veníamos. Desde que nos dimos cuenta que eran personas no vimos moverse a nadie, como piedras estaban, piedras negras, las mujeres envueltas en chales y a medida que nos acercábamos nadie se movía, nadie, igualito que si fueran estatuas, nadie hablaba, nadie le dijo nada a nadie. Cuando al fin atracamos en la playa tampoco nadie se movió, miré a mi papá y mi mamá que estaban delante de las otras estatuas con la mirada tiesa, sin pronunciar palabra, verdes, me pareció que todos tenían la cara verde, el sol empezó a sacar brillos en la superficie del lago que estaba como espejo pero ni un color les tiñó las mejillas y en cuanto el Talí y yo pusimos pie en tierra firme los vecinos que habían acompañado a mi papá y mi mamá toda la noche nos dieron la espalda y despacito, despacito, sin decir agua va se dieron la vuelta y se metieron de nuevo en sus casas con el pecho que parecía hundido, la espalda de las mujeres cargada como si llevaran atados de leña. Nadie dijo nada. Mi papá y mi mamá también nos dieron la espalda y se entraron. Cuando nosotros, el Talí y yo, entramos detrás de ellos tampoco dijeron nada, vi a mi mamá calentar dos tazones de leche y nos hizo meternos en la pieza. Cerró la puerta, la cerró con suavidad como todas las cosas que hacía mi mamá. Me metí a la cama. El Talí también. Me dormí y nunca más se habló del asunto.

Camila queda en silencio. Cabeza gacha, juega con las manos entrelazando y desanudando un cordón, una tira, una hebra de lana que sobresale de la colcha de lana burda. Levanta la vista y la clava en la ventana de la cocina, nada permite ver la oscuridad de la noche a través de los vidrios, luego se vuelve y observa a Selmira que plancha que te plancha sin levantar cabeza, sin un gesto, no ha interrumpido su labor como si nada oyera de la historia que Camila acaba de relatar, como si fuera demasiado conocida y ya incapaz de despertar su atención. Camila no mira al Lector, observa las planchas de cerámica del piso como si las viera por primera vez.

-No quería hablar- dice en voz baja-. No me gusta pensar en eso. Acordarme. Sobre todo después de lo que pasó. Pero usted -sin dirigirse a nadie- como que me produce confianza. Lo que pasó esa noche de la isla nos hizo madurar al Talí y a mí, pero más que nada nos unió. Más. Al Talí le gustaba reírse de mí, decía que yo era tan alegre, una fiesta decía, campanita me decía, pero como ve de la campanita ya no queda nada. No importa. A veces cuando me desvelo se me vienen a la cabeza esos pensamientos, esos recuerdos, su brazo debajo de mi cabeza acariciándome el pelo, su fuerza, pero hago un esfuerzo, un esfuerzo terrible para no pensar y que me venga de a poquito el sueño y me grabo en la mente un letrero con la frase que una vez oí decir a la niña de una película que de niña vi en Valdivia y cada tanto vuelven a dar en la tele, mañana será otro día, decía la niña y creo que tiene razón, en la noche, desvelada, todo se ve peor, pero hay que trabajar para creer que de verdad al otro día las cosas van andar mejor. Claro que a veces una se equivoca, la mayor parte de las veces se equivoca.

Y, ah, sí, su pregunta, ¿por qué me vine, por qué nos vinimos, cómo es que mi mamá y yo estamos aquí solas haciendo una vida tan distinta? No sé si vale la pena darle vueltas. Tal vez alguna vez le conteste. Si se da la ocasión, algún día. En todo caso a mí ya no me importa. Pero a lo mejor no es que no me importe. Se me olvidó.

De nuevo silencio. Largo. Camila se pone de pie y se dirige al lavaplatos donde con notoria brusquedad empieza a enjuagar la loza acumulada. Selmira plancha y plancha sin volverse. El Lector se levanta y toma su abrigo. Sin una mirada a nadie a pasos lentos sale de la habitación y de la casa con un golpe seco de la puerta de calle que resuena nítidamente en la cocina.

Lanzamiento de la novela de Tulio Espinosa “La oscuridad que nos lleva”.
El martes 30 de julio fue el lanzamiento de la novela de Tulio Espinosa "La oscuridad que nos lleva", de Editorial Cuarto Propio. El concurrido y ameno acto se desarrolló en la Escuela Julieta Becerra, de San José de Maipo. En la foto vemos al autor (de chaqueta marrón) junto al alcalde, Luis Pezoa. A los extremos están los presentadores del libro, vecinos de la comuna: A la derecha, Sergio Guerra -creador de las conocidas páginas "El Manzanino"-, y a la izquierda, el profesor José Collao.

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