Revista Dedal de Oro N° 66
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 66 - Año XII, Primavera 2013

RECUERDOS Y REFLEXIONES

DESDE LA VENTANA
Humberto Espinosa Poblete, en la ventana.

Ventanas.…Cuánta historia ha pasado ante ellas,…entre ellas y mis ojos, entre ellas y mi historia. Cuántas ventanas se cruzaron en mi larga vida, o frente a cuántas otras pasé yo alguna vez en mis correrías por este mundo. ¿Cuántas se abrieron, cuántas se cerraron? Y si las ventanas han vivido tanto o más que nosotros, y saben tanto entre unas y otras de nuestra historia,…¿por qué no contar esas historias que quedaron reflejadas en sus vidrios, entre sus cortinas y visillos, historias que impregnaron sus maderas?

Cuántos recuerdos brotan a veces, sin proponérnoslo, solo al mirar una tarde cualquiera a través de alguna de ellas. Su transparencia llama a la nostalgia.…Seguramente en esos momentos pasarán por tus ojos y tu mente imágenes que parecían olvidadas, o nuevas que echarán a rodar tu imaginación y te harán inventar otras historias fantásticas. Alguna pena o alegrías pasadas que no volverán, pero que ahí están atrapadas como en la máquina del tiempo.

Dibujos y mensajes,…corazones muchas veces, trazamos con los dedos en sus vidrios empañados, como esa mañana después de la ducha…o aquel día frío en la cordillera... o aquella tarde cuando te esperaba.…Los malos y los buenos recuerdos quedaron estampados en alguna de esas ventanas, y son hoy motivo de inspiración.

Humberto Espinosa Poblete,
julio 2013

 
Segundo refugio del Club Andino en Lagunillas, construido en 1940.
SEGUNDO REFUGIO DEL CLUB ANDINO EN LAGUNILLAS,
CONSTRUIDO EN 1940 A PARTIR DEL PRIMERO, DE 1936.
SE INCENDIÓ EL 19.09.1951. EN EL CÍRCULO ROJO,
LA VENTANA DE ESCAPE DE ESTE RELATO;
EN EL AZUL, EL DORMITORIO SOBRE LA SALA DE MOTORES.

1. LA VENTANA DEL ESCAPE

Recuerdo esa ventana cuadrada… más bien pequeña, de cuatro u ocho vidrios, ubicada al fondo del baño de los dormitorios de hombres, allá en el viejo Refugio del Club Andino en Lagunillas. Por ella, pudimos escapar los socios que dormíamos esa noche, después de la fiesta de 18 de Septiembre, organizada por el Club. A las dos y media de la madrugada de 1951… el Refugio empezó a arder. El gran incendio consumió totalmente en un par de horas nuestra casa de montaña, convirtiendo en cenizas parte de nuestra historia y un trozo de nuestros corazones. Había sido construido con el sudor y lágrimas de los románticos socios del Andino, hacía menos de veinte años.

Esa ventana era la única salida, ya que detrás de nosotros las llamas venían avanzando sin piedad desde el corazón del Refugio, por donde se había iniciado el fuego. Grandes y chicos, vestidos y a medio vestir, muchos con parte de sus pijamas, fueron saltando por aquella pequeña ventana, directamente al cerro aún con nieve, ese 19 de septiembre de 1951. Yo tenía once años. Habíamos ido con mi padre a celebrar en el Refugio las tradicionales Fiestas Patrias. Una vez que mi padre me dejó afuera, algo encaramado en la ladera del cerro, volvió a entrar al Refugio para rescatar alguna otra pertenencia de todo lo que quedó en los camarotes del dormitorio. Arriesgada acción, ya que nuestro dormitorio estaba sobre la sala de motores donde estaban los tambores de petróleo y bencina. Después de un exceso de tos por principio de asfixia, logró salir con algunas cosas envueltas en una frazada. Me tomó la mano y caminamos unos pasos más arriba. No muchos, porque en ese instante nos detuvieron, a nuestras espaldas, los bombazos de los tambores de combustible que uno tras otros fueron estallando, formando hongos de fuego y humo hacia el cielo sobre el Refugio. Entonces este empezó a arder con más furia. No había nada que hacer, no había mangueras ni agua suficiente para extinguir ese enorme siniestro… los Bomberos de San José de Maipo estaban a más de 40 minutos y no había cómo llamarlos. Solo el resplandor rojo en el cielo los hizo partir a Lagunillas esa oscura noche… Al llegar, el gran Refugio de 80 camas… ya era una sola hoguera.

Nos albergamos esa larga noche en el Refugio del Che Andrassy, que quedaba un poco más arriba, sobre el Andino. Al despejar la mañana, a nuestros pies aún humeaban las maderas quemadas, los fierros y cañerías retorcidos. De vez en cuando reventaba algún tarro de conserva aún vivo… Solo la chimenea de piedra quedaba en pie, indicando al cielo las nubes de humo en las que se habían ido muchas ilusiones, recuerdos y una parte de nosotros mismos.

Salimos todos del Refugio Andrassy esa triste mañana, y junto a mi padre enfrente del grupo, con un gran nudo en la garganta, empezamos a entonar la Canción Nacional, mientras mi padre izaba el pabellón patrio. Solo los dos, con la voz entrecortada, terminamos de cantar… al resto de socios y socias solo les brotó dolor y lágrimas.

Ese día 19 de septiembre no se corrió la tradicional Carrera de La Lola (fantasma de la montaña), competencia antisupersticiosa, creada por mi padre doce años antes… Ese día tocaba correr la décimo tercera carrera… No había equipos ni ánimo... todo se había quemado… Solo estábamos nosotros, socios y amigos, ahí, en medio de los cerros nevados de Lagunillas, donde parte de la historia del Club Andino de Chile, nuestras alegrías, nuestros sueños de futuro, se habían consumido entre las incontenibles llamas... En ese momento de dolor y desesperanza, el futuro del Club Andino de Chile estaba suspendido por el más doloroso duelo de su historia.

 


Niña mirando por la ventana del trencito. Con una cámara en sus manos.

2. LAS VENTANAS DEL TRENCITO.

Recuerdo cuando en esos lejanos años del colegio íbamos en patota al Cajón de Maipo, en el Trencito Militar. No solo se trataba de salir de paseo, ir de picnic, un día de recreo o de excursión. Se trataba de pasarlo bien, pero haciendo algo fuera de lo común, y esta era toda una aventura desde el comienzo. El Trencito partía desde el Regimiento de Ferrocarrileros en Puente Alto, para llegar -después de internarse sesenta kilómetros entre los cerros y el río Maipo por el pintoresco Cajón- hasta el antiguo pueblo minero de El Volcán.

Temprano nos juntábamos en la Plaza Italia para tomar el Tren del Llano del Maipo que nos llevaría a Puente Alto. Sus carros eran amplios, aunque siempre con muchos pasajeros; de trocha ancha, altos y del estilo histórico de nuestros ferrocarriles en esa época. Era un tren eléctrico, que lucía sobre el techo de los carros, recuerdo no más de un par, dos "tomacorriente" que se desplegaban hacia el cable eléctrico para conectar la energía, uno u otro, según el sentido hacia donde se dirigía, o para reposar al término de la jornada en su estación terminal...

Pero no son de este tren las ventanas más importantes de mis recuerdos… sino las del Trencito Militar a El Volcán, el que esperaba en Puente Alto a los pasajeros del Tren del Llano del Maipo, que seguirían al Cajón del Maipo. El Trencito del Cajón era más pequeño, de trocha de 60 cm, tirado por su también pequeña pero robusta locomotora a vapor de leña y/o carbón.…Llegábamos a Puente Alto y a "empellones" nos bajábamos del tren en que veníamos de Santiago y plantábamos la carrera hacia el Trencito Militar que, como un juguete, nos esperaba con "La Panchita" "bufando" entre los vapores y el humo, apurándonos con sus estridentes pitazos. Ahí ya íbamos eufóricos, y al llegar a los carros de pasajeros (también tenía coche comedor), nos "zambullíamos" en su interior, locos de alegría, a través de las pequeñas ventanas de guillotina casi siempre abiertas, con su sistema de cremalleras laterales, que permitían abrirlas hasta la mitad y "trancarlas" firmemente, como para aguantar nuestras incursiones y los bamboleos del rodar por los estrechos rieles camino a El Volcán. Más de alguna vez sí, falló la eficiencia del sistema y "la guillotina/ventana" cayó sobre el brazo o la espalda de alguno de nosotros, que loqueando llevaba medio cuerpo fuera del carro.

Ya con los pasajeros a bordo, "La Panchita" lanzaba sus últimos pitazos junto a la campana de la estación, que en manos del Jefe de Estación daba la partida al convoy, en una nueva aventura entre los cerros y el río del Cajón del Maipo. Las ventanas ya no se cerrarían más, por lo menos hasta que nos bajáramos en Las Vertientes o El Manzano, San José de Maipo, San Gabriel y otros de los pintorescos pueblitos, para ir a las piscinas o a excursionar por los cerros. Al llegar a nuestro destino, muchos nuevamente nos lanzábamos a través de las pequeñas ventanas, que parecían abrirse todo lo que podían, como para deshacerse pronto de nosotros…

En sus vidrios quedarían reflejados para siempre nuestros rostros alegres y ropas estrafalarias. Sus maderas seguirán empapadas con nuestros cantos y esas chacotas juveniles que, avanzados nuestros años, nos parecen tan estridentes en los revoltosos jóvenes de hoy. Seguirá sonando en nuestros oídos el abrir y cerrar de las cremalleras de bronce de aquellas ventanas llenas de recuerdos juveniles.


3. TAMBIEN… LAS VENTANILLAS.

Conocí muchas otras ventanas, para entradas sigilosas unas, para escapar otras, para atisbar o espiar muchas, para discursear otras tantas, repartidas entre las con y sin balcón. Pero recuerdo unas, las más pequeñas, en que el nombre solo les alcanzaba para "ventanillas"... las de las antiguas estaciones de ferrocarril, rectangulares con un arco superior.…Eran las Boleterías de las Estaciones del ex Trencito a El Volcán.…"Dos en primera a San José de Maipo por favor".

Eran pequeñas y bajas, de no más 30 cm de ancho por 40 cm de alto, incluido el arco de medio punto en su lado superior. Una reja de barras de fierro redondo cubrían normalmente la mitad superior de su altura, protegiendo, supuestamente, que nadie pudiera cruzar a través de ellas. Eran las ventanillas de venta de pasajes que existían incrustadas en uno de los muros laterales de cada una de las Estaciones del Trencito a El Volcán. Eran bajas, lo que obligaba a agacharse si querías hablarle a la cara al boletero, que se perdía en la oscuridad del espacio interior. Como en todas las estaciones, frente a ellas se iban armando las desprestigiadas colas, hoy filas, que se desarmaban cuando el Trencito se ponía en marcha. Los atrasados no tenían otra que correr y subirse sobreandando, lo que no era para nada peligroso, ya que el Trencito en su velocidad máxima corría a 19 Km/h. Arriba, cuando pasara el cobrador, le pagarías tu pasaje. En el trayecto, igual chacoteando, nos bajábamos y corríamos un rato junto al tren, o robábamos algún damasco o almendras de las parcelas vecinas a la vía y volvíamos a subirnos al carro. También, con gran algarabía nos bajábamos todos, cuando el tren se detenía para dejar pasar un piño de vacunos, caballos o cabras. Todo entraba por las ventanas de los carros atestados de pasajeros, la polvareda del piño, el humo de la locomotora y hasta el tintineo del cencerro de algún macho cabrío o de una inquieta yegua madrina. Todo un cerro de vivencias inolvidables en torno al Trencito, que empezaba cuando comprábamos en aquella pequeña "ventanilla" ese "boleto de cartón" que más tarde el "inspector" perforaría ya, en pleno viaje entre bamboleo y bamboleo.

 
Segundo refugio del Club Andino en Lagunillas, construido en 1940.

Unos minutitos andando en tren por la Estación de El Melocotón bastan para revivir los años en que el tren subía repleto de gente. Las personas que los fines de semana suben al Cajón del Maipo no olvidan pasar a conocer el tren patrimonial en El Melocotón. Sólo se solicita un aporte para afrontar los gastos de mantención, los niños viajan sin costo. Andar en tren tiene que ver con reminiscencia y con poesía. Lo que ha logrado el Proyecto Ave Fénix se traduce en dos logros: lo alcanzado en recuperación física de lo ferroviario: un tren en restauración en una estación en restauración; y lo alcanzado en el corazón humano: pasajeros adultos sumergidos en la evocación y pasajeros niños sumergidos en la fascinación. ¡Visítanos!

 
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