Revista Dedal de Oro N° 65
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 65 - Año XI, Invierno 2013

CONMEMORACIÓN

SEXAGÉSIMO ANIVERSARIO DE UN GRAN ENCUENTRO
En el hall principal del liceo, y desde hace 60 años, existe una placa bajo un hermoso cuadro representativo del escenario natural existente alrededor de Lo Valdés, que reza:
"LA MONTAÑA QUE LOS IMPULSÓ A SUBIR, RETUVO PARA SIEMPRE A ESTOS 23 HIJOS DEL LICEO JUAN BOSCO
EN LOS PLIEGUES INMACULADOS DE SU MANTO, PARA OFRECERLOS A DIOS, EL 7 DE JULIO DE 1953, EN LO VALDÉS".
Y alrededor de ese paisaje circundan las fotos de los protagonistas de la tragedia, todos alumnos y profesores del Liceo Salesiano Juan Bosco, sepultados por un alud de nieve el 7 de julio de 1953.

Corría el año 1943, cuando la Dirección de la Congregación de los Colegios Salesianos en Chile decide construir un refugio al interior del Cajón del Maipo, en el lugar denominado Lo Valdés. Desde entonces, y hasta mediados de los años 70, esa robusta morada de piedra albergó a los cientos de cursos y miles de jóvenes provenientes de todos los liceos que posee esa orden religiosa en el país, y que fuera creada por San Juan Bosco.

Para quienes tuvimos la fortuna de conocer tales instalaciones, siempre diremos que era un bello y cómodo refugio andino.

En ellas aprendimos a amar la naturaleza en toda su extensión, aprendimos a convivir alegremente, a cantar a las alturas, a maravillarnos con el vuelo de los cóndores, a extasiarnos con las noches mágicas bajo constelaciones conformadas por miles de estrellas, en donde también pudimos observar cientos de aerolitos que fugazmente rayaban el espacio sideral. Todo eso nos hacía sentirnos lo que somos… muy pequeños, quizás infinitesimales, ante la majestuosidad de tanta belleza universal.

Intuíamos la formación milenaria del lugar, con el hallazgo de restos pétreos de moluscos marinos; piedras preciosas, todas ellas recogidas desde las ventanas y chiflones ubicados en las laderas de los cercanos acantilados.

Recorrimos todo el entorno de esos valles andinos. Excursiones a la Laguna del Morado, Panimávida, Valle del Engorda, La Yesera, Baños Colina; ascendimos a las cumbres del Retumbadero y del Cerro Catedral y de tantas otras cimas. También allí aprendimos a esquiar. Conocimos lo excelso que brota de la mano de la Divinidad y a descubrir su rostro en cada roca que salía a nuestro encuentro tras cada recodo del camino.

Corrían los primeros días del mes de julio de 1953. En los patios del colegio ubicado en la Avenida Bernardo O´higgins, esquina de Ricardo Cumming, adyacente al histórico Templo de María Auxiliadora -en pleno centro de Santiago-, se vivían momentos de intensa efervescencia ante la proximidad de la salida del grupo de alumnos destacados por su buen rendimiento, excelentes deportistas y mejores amigos. En base a esos méritos, 21 alumnos de los dos últimos cursos de la promoción habían sido seleccionados para pasar sus vacaciones de invierno, y subirían en breve a disfrutar "a la nieve de la montaña".

Llegó el momento de partir, el calendario marcaba el 6 de julio, y desde las ventanas de sus cursos se escuchaban las bromas y los vítores de sus compañeros, quienes les brindaban una calurosa despedida y observaban cómo, uno a uno, ascendían estos noveles líderes al vehículo que los transportaría por los diversos paisajes y pueblos que se concatenan a través del sorprendente Cajón del Maipo, para pasar finalmente por el minero pueblo de El Volcán, y 12 kilómetros más al norte, encontrar el vetusto y amplio refugio salesiano que constaba, además, de una bella capilla, lugar sacro, en donde se iniciaba la primera actividad diaria de oración, y de allí, al buen desayuno para dar paso luego a la gran jornada de excursiones y enseñanzas logradas en base a lo sano y gratificante que resulta del convivir dentro de un verdadero trabajo en equipo.

Cerca de las 14:00 horas se acomodaron en sus instalaciones, y desde las ventanas de sus habitaciones podían observar la imponente belleza del volcán San José. Todo el valle estaba cubierto por un gélido manto blanco. Luego de una hora y media vino la merienda, y pronto ya estaban prestos para realizar su primer paseo; el lugar seleccionado: el cercano Baños Morales. Pasaron a través del estrecho puente peatonal con que contaba dicho sector, luego atravesaron hacia la ribera poniente del río El Volcán. Junto a las barandas de la pasarela posaron fotográficamente para la posteridad, y a continuación, pletóricos de alegría, disfrutaron de las aguas termales que allí existen.

Pronto, emprendieron el regreso hacia la morada salesiana, la que tras la última curva se desplegaba imponente. A la derecha del camino se encontraba el acceso hacia el Refugio Alemán; unos pasos más al frente, un pequeño arroyo que se sorteaba fácilmente, cortaba el paso, y de inmediato se encontraba el terreno donde se ubicaba el protector centro invernal. Las aguas generosas de ese manso riachuelo, cuyo flujo provenía de lo alto de las cumbres, abastecía del vital elemento al lugar y también a la turbina que proveía de energía eléctrica a las instalaciones. Todo estaba muy bien dispuesto.

Y así llegamos a la mañana del día siguiente. Un manto de nubes estratiformes cubría la cima del volcán San José al nivel del Refugio Franco-Suizo, allá bien arriba. Este extenso manto nuboso actuaba como una verdadera cúpula, produciendo un efecto invernadero hacia el valle, lo que hacía más amistosa la temperatura ambiente. El sacerdote a cargo del grupo, con su vasta experiencia de montañista ya lo tenía previsto, y dadas las excelentes condiciones externas propuso visitar durante esta jornada el lugar denominado La Yesera. Tal sitio dista a unas tres horas de caminata. Era una invitación excepcional.

Formados en una sólida fila se alejaron los alumnos del lugar, en pos de esta nueva aventura y de la eternidad: "Iban perfectamente alineados", así los observaba desde el balcón circular que poseía el refugio, el encargado de la despensa, quien se dispuso de inmediato a preparar que todo estuviera dispuesto y acogedor al regreso de este grupo de alumnos.

Sus voces, sus risas y sus estampas juveniles han quedado para siempre prendidas en el recuerdo y en la memoria de todos quienes conocimos de sus existencias.

Quizás me pudiera extender mucho más contándoles acerca de este trágico suceso, que el próximo 7 de julio nos llenará de emociones, de meditación y oraciones, y nos convocará a que les tributemos su merecido homenaje a 60 años de su ocurrencia. Los jóvenes de hoy, estudiantes de esos mismos colegios salesianos, ya han iniciado una cruzada en su honor y recuerdo. La comunidad salesiana toda, culminará con estos actos fraternos en octubre venidero, con una connotada romería hacia el Oratorio de Lo Valdés.

Los insto a que conozcan más de sus personas, de sus nombres, de sus ejemplos, de cómo se unió la patria entera en pos de su hallazgo. Favor ingresen a: http://www.revisteros.cl/numero.php?nid=874

A diez años de la tragedia, quien escribe esta inserción, empezó a visitar el lugar de Lo Valdés, como miembro del Club Andino Salesiano. Allí, junto a la roca donde fueron encontrados los primeros cuerpos de estos líderes naturales, se yergue orgulloso un Oratorio que marca el sitio exacto del suceso. Desde cualquier parte del valle, luce radiante este testigo de paz y oración.

Por siempre, sus virtudes han sido seguidas por la familia salesiana toda, como lo podrán notar quienes entren al sitio web ya citado. Allí conocerán cómo estos actores nacieron para ser héroes. El sacerdote que guiaba a ese grupo ha sido fuente de inspiración para los nuevos presbíteros de esa congregación; el profesor, todo un ejemplo digno de seguir, tanto como padre de familia como maestro; y esos 21 jóvenes, han llenado páginas y páginas en la mente de quienes tenemos prendido en nuestro ser los verdaderos valores que nos entregaron en esos establecimientos educacionales, desde donde hemos salido pletóricos de esperanzas a la conquista de nuestro propio derrotero, a ser felices y con la fe que nos brinda el manto protector de quien consideramos nuestra madre: María Auxiliadora.

En toda historia de la humanidad, para que el hombre se convierta en leyenda, ha de morir trágicamente, y estos 21 jóvenes… vaya que lo lograron.

Ellos nos han invitado a perseverar en nosotros mismos, a comprender que la conquista del saber es semejante a la ascensión de una montaña, a la que mientras más alto te eleves, más hermoso y extenso será el valle que se desplegará bajo tus pies.

Con optimismo, me dispuse a titular estas palabras como: "Sexagésimo Aniversario de un gran encuentro", pues me atrevo a aseverar que este año, tal hecho nos hará vivir por siempre en comunión, junto con nuestros héroes del ayer. Les aquilataremos aún más en nuestros corazones, constituyéndose esta oportunidad en una verdadera alianza de vida.

VERSANOV (Clase 67 Gratitud Nacional).

 
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