ILUSTRACIÓN : ONII PLANETT
Samia no había regresado al Cajón del Maipo desde la adolescencia.
En sus manos tenía un amonite espiral, encontrado por su abuelo en una de esas inolvidables cabalgatas por las montañas. Durante las noches se reunían en torno al fuego, para escuchar las misteriosas historias de luces que avistaban los arrieros.
Desde su larga estadía en Madrid, añoraba reencontrarse con aquellos parajes. Recordaba las huidas hasta El Volcán en el legendario tren de trocha angosta, guiado por la locomotora "La Panchita". Sendas orilladas por los soñados dedales de oro.
Mientras los tazones de café llegaban a la mesa, Pablo tomó la mano de Samia. La miró a los ojos y pensó en la adolescente que había conocido. Fueron veinte años de ausencia.
Aún era temprano y se habían detenido en la plaza de San José. Viaje que habían planeado en sus frecuentes mensajes, como ambición de recuperar algo del tiempo perdido.
Su destino; las altas Termas de Colina. El café en el Tutti Cuanti los animó a continuar subiendo la cordillera. La florida vía, siempre orillando el río Maipo. La primavera arrebataba con sus colores saturados, contra el albo fondo de los grandes nevados andinos.
Samia le recuerda emocionada:
"Nuestro primer viaje juntos fue por este zigzagueante camino, bordeando la gran serpiente de plata del río, jaspeado de reflejos".
"Tú me haces sentir otra vez como adolescente", le responde Pablo, y agrega: "Gracias por haber regresado a mí".
Pasaron por San Alfonso, donde las rocas se hacían verdes moteadas de grises y carmín casi óxido. Se detuvieron junto al puente del gran rocón rojo, donde el agua en meandros hace un recodo y se agita en los rápidos, internándose entre las rocas esculpidas por los siglos del viento y del agua.
Pablo le recordó algunos veranos que convivieron en la casa de los Peña- Hurtado. El bosque de coníferas, donde se besaron por vez primera. Divisaron el puente de El Ingenio. Después de San Gabriel comenzó el ripio, la tierra y más allá las calaminas, anuncio de villorrios. Arriba Los Queltehues, El Refugio Alemán y Lo Valdés.
Alcanzaron sobre las seis de la tarde a Colina. Cerca del eterno nevado Volcán de San José, a tres mil metros de altura. Pequeñas vegetaciones se asomaron tímidas a recibirlos. Inmersos en la magnitud y soledad de aquel paraje de fisonomía lunar, se unieron al embrujo.
Al ocaso comenzaron a escalar el empinado sendero que conduce a los pozones de agua hirviente. Flotaron en la rústica alberca. Después se abrazaron y vieron el atardecer. El último sol fue dando oro a las cumbres. El ángelus bañó el gran cañón rocoso de luz cálida, primero amarilla y después magenta, pasando por el topacio a los dorados del bronce cada vez más sombrío.
Vieron desaparecer la tierra para dar paso al protagonismo de lo cósmico.
En la profundidad de la noche se veían circular lejanos satélites dejados por el hombre, mezclados con las incrustaciones astrales de turquesas y estrellas, que los hacían sentir una conexión con la vida en otros planetas.
El aire se hizo más frío y los astros parecían tan cercanos que invitaban a ser acariciados. "Pablo, ¿has visto caer alguna estrella fugaz?", preguntó Samia. "He observado poco al cielo. Aquí y ahora me parece una gran pérdida", dijo Pablo, con actitud reflexiva.
Se quedaron en silencio y Samia pidió en su interior, al universo, ese regalo para Pablo. Luego ella, mientras realizaba leves movimientos de una danza oriental, entonó el Gayatri Mantra. Un cielo que nunca habían visto se encendió de luces diamantadas. La noche, constelación de piedras preciosas, dibujaba en la bóveda un maremágnum de formas abstractas. Se movían creando dantescos animales de la imaginación, seres de otros mundos que habitaban la infinitud de los espacios por los milenios de los milenios.
Una gran bola de fuego en forma de cometa cumplía el sueño de Samia. La llamarada fugaz rajó el velamen perfecto de la bóveda esmeraldina. Quedó una luz que permaneció dando forma de labios. Útero cósmico por donde el cielo había parido a los planetas, girando en la perfecta órbita elipsoidal de los espirales galácticos. Abducidos Pablo y Samia, ascendieron abrazados al sideral enigma.
Theodoro Elssaca,
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Junio 2012.