Lo contó Delia, nuestra madre, más de una vez. Todo lo que puedo hacer es recoger lo acumulado en la memoria y hacer con ello mi propia versión de los hechos. Nuestro abuelo, Julio Lara, a quien nunca conocimos porque murió cuando Delia tenía doce años, era ya viudo cuando ocurrieron los hechos de esta narración. El abuelo vivía todo el año en el pueblo de Cartagena, en la costa y no lejos de Santiago, donde tenía una tienda: el "Almacén Los Montes". Delita vivía con sus tíos y cuatro primos durante el año escolar -ellos eran los Lara Mesías- y pasaba los veranos con su padre. Era hija única. Este arreglo era muy necesario porque el padre no podía ocuparse de la educación de su hija. El tío se mencionaba poco en las conversaciones de nuestra madre, pero la tía era citada con frecuencia. Delia asistía a una escuela primaria no lejos de la casa, que quedaba hacia el oriente de Santiago y un poco al sur de la Alameda. Contaba nuestra madre que tenía una compañera de curso, muy querida. Todo lo hacían juntas y que para ella fue un gran placer cuando su amiguita la invitó a su fiesta de cumpleaños. Vivía cerca, de manera que no fue problema obtener permiso de su tía para asistir al evento. El domingo del cumpleaños estaba ya Delita vestida, con su regalo primorosamente envuelto, lista para salir, cuando su tía dijo sonriendo:
-No me has dicho el nombre de tu amiga. Sé que se llama Sara, pero no sé cuál es el apellido.
A lo cual respondió nuestra madre que el apellido era Pimstein. La tía torció el gesto; ya no sonreía, y comentó que ese era un apellido judío y ella no permitiría que fuera al cumpleaños. De nada valieron los ruegos y los llantos. La decisión era categórica y rotunda. De vuelta al colegio, Delia se encontró con el agravante de que su amiga no le dirigía la palabra. Sarita ya no la consideraba una amiga. Se tuvo que tragar en silencio, la desdicha, hasta que su padre viajó a Santiago y la visitó. Cuando nuestro abuelo supo la historia, por boca de nuestra madre, le aconsejó esperar un poco, porque era posible que la amistad con su amiga no estuviera rota para siempre. Luego le preguntó dónde vivía su amiga y salió para completar ciertas diligencias en Santiago, antes de volver a Cartagena. Aquella noche Delita conversó en privado con su padre, quien le contó que había visitado a los padres de su amiga Sara y les había explicado la situación. Ellos se habían mostrado muy comprensivos y prometieron conversar con Sarita. Seguramente lo hicieron porque, según contaba nuestra madre, la amistad se reestableció, aunque ella se cuidó mucho de comentarlo en casa.
Ahora debo confesar que he mentido, porque el nombre de Sara Pimstein lo he inventado yo. No recuerdo el nombre de la amiga, pero decidí llamarla así porque en la calle Lincoyán, muy cerca de donde nosotros vivíamos, había una casita ocupada por una joven pareja, amigos de nuestros padres. El marido se llamaba Abraham Pimstein y tenían una niñita, recién nacida, llamada Clara. Cuando Clarita tuvo su primer cumpleaños, toda la familia Moreno de entonces estuvo presente. Esto debe haber ocurrido cerca de 1945, pero lo recuerdo bastante bien. Lo de Delia y su amiguita, cerca de 1920. Felizmente para todos nosotros, en nuestra familia no había trazos de antisemitismo, pero en los viejos tiempos fue algo que nuestro abuelo Julio tuvo que resolver sin auxilio del resto de la familia. Al mismo tiempo pudo sanear la mente de su hija, de ese y muchos otros prejuicios con que la acosaban a diario en la casa donde vivía. Aunque, como dije antes, Delia solo tenía doce años cuando quedó huérfana, se acordaba de algo que su padre le repetía mucho: "Algo tendrás que estudiar, no quiero que seas una mujer inculta". Debe haber surtido efecto, porque, considerando a todos sus primos y primas de esta historia, ella fue la única con estudios universitarios.
Una idea maligna me asaltó cuando escribía esta sámara. El apellido Mesiah, me han dicho, es sefardí. Lo que no es sorprendente. Pero como sucedió frecuentemente, de ese derivaron otros apellidos tales como Mejía, Mejías y también Mesías. Me pregunto qué hubiera pensado la tía de Delita si le hubieran presentado pruebas de que su apellido tenía aquel origen.
La historia, así bosquejada, se la pasé a Valentina para que comentara. Ella me respondió que le parecía bien, pero sugirió que no personalizara el aspecto de Clara Pimstein y que lo dejara más ambiguo, porque al fin y al cabo, yo no la conocía.
-¿Cómo que no la conozco, si la vi desnuda hace aproximadamente 65 años?
Sin embargo, puede que Valentina tenga razón y se trata de un abuso de confianza de mi parte. Lo mejor, creo, es hacer llegar la historia a la afectada y para allá la mando vía un e-milio. Nada más simple.
Todo aclarado, llegó respuesta de Clara y la sámara… va.
Gracias, Clara.
Medina Sidonia, septiembre 2011