Revista Dedal de Oro N° 62
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 62 - Año XI, Primavera 2012

REFLEXIONES

FACHITO
PAULA GONZÁLEZ PINO
Veronica, Erica, Marcelo y Mauricio. Próspero (Fachito) y Laura Albina
PAULA EXPLICA : DESDE LA IZQUIERDA, LOS NIÑOS SON
VERÓNICA, ERICA, MARCELO Y MAURICIO (MI PAPA). Y
MIS ABUELOS PRÓSPERO (FACHITO) Y LAURA ALBINA.
OCTUBRE DE 1962, EN LA PLAZA DE SAN JOSÉ.

Despedir a los abuelos es la primera piedra de la historia de nuestras despedidas. Con este primer "hasta nunca", empezamos a aprender que la gente se va, y lo que nunca se dijo, que se guardó para después, no se va a decir nunca, que lo que no se compartió no se compartirá nunca. Son nuestros parientes más viejitos que se van, y como muchas otras cosas, también nos enseñan esto.

Al mirar un poco atrás, vemos cómo cada uno de sus pasos nos determinó de alguna forma, que la historia de sus vidas se mezcla con la nuestra, y sin querer, nos hace ser como somos, estar donde cada uno está, porque si hubieran tomado un camino diferente, también nosotros seríamos distintos. A través de ellos podemos mirarnos y entender nuestro pequeño lugar aquí.

Próspero González Castillo nació en el 25' y fue el segundo de seis hermanos, que muy niños perdieron al papá, también llamado Próspero. Entonces Aurelia, la mamá, quedó sola con los hijos. Con ayuda de José María Castillo, el abuelo, y los hijos mayores, fue que con mucha precariedad ella pudo cuidar y mantener a la familia.

Desde aquí que la vida de mi abuelo empezó a formarse en torno al trabajo, motivo y valor fundamental que nunca dejó de acompañarlo. Sin profesión ni estudios, para ganarse la vida no cabían más que sacrificios. Muy larga es la lista de labores que lo entretuvieron: en el cerro cuidando cabras, en la mina, de chofer en Santiago, en fábricas, en el camión, en el taxi, en las micros, etc. Hasta que la familia salió adelante, y cuando sus hijos y nietos ya no tuvieron que pasar las precariedades que él vivió, cuando la vida se hizo más cómoda, cuando se hizo más viejo y ya no era necesario seguir trabajando, él siguió trabajando. Y cuando no pudo, cuando el cuerpo ya no lo acompañaba en la rutina, empezó a decaer su ánimo, su motivación, su interés en estar aquí. Yo conocí muy poquito de lo que fue su vida, y mucho más que esto no sé. Pero cuando le pedí que me contara su historia, fue sólo esto lo que me contó. El trabajo. Cómo su razón de ser fue el trabajo, porque la sombra de la precariedad que lo hostigó en la infancia parece que nunca lo abandonó.

Es un gran valor el sacrificio, el esfuerzo, haber sacado adelante a la familia, mandar a los hijos a la universidad. Es lo que a simple vista más destacamos, lo que más agradecemos. Pero más que eso, hay otras cosas que agradecer, que apenas se pueden ver claramente, porque son menos tangibles. Hay cosas que poco o nada se aprecian: lo humilde y lo sencillo que fue siempre, no sólo en la pobreza. La conciencia de justicia, de igualdad social, que no fue adoctrinada ni enseñada, sino innata. El valor del trabajo, no sólo como un medio para tener más plata y estatus, el real valor, que nos ayuda a formarnos como personas, que hoy es tan difícil de apreciar.

Paula González Pino.

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