tormenta en la cordillera. Pero no hacen caso a esta observación. A medianoche, parten Freile, Solari, Leiva y Espinoza. Leiva, por quitarse un guante, sufre congelamiento de la mano y debe regresar al campamento.
Tal como lo habían anunciado, se desató el temporal. Pasaron las horas y pasó la noche sin que regresaran los que habían marchado hacia la cumbre. Pero habían logrado alcanzarla, dejando los testimonios: bandera y medallas. El temporal, la nieve, el viento blanco, los encegueció. Trataron de sujetarse unos con otros, las ráfagas de viento los azotaban. Freile se trastornó por la falta de oxígeno y la dificultad para respirar. Al tratar de sujetarle, Solari se fracturó una pierna, y entonces decidieron dejar a Freile abandonado a su suerte, pues les era imposible retenerlo. Se perdió en la montaña en medio de la tormenta implacable.
Carlos comenzó a arrastrar a Solari de la pierna buena, la fracturada recogida al pecho. Cada cierto espacio descansaba, temiendo caer a un despeñadero. En una de esas paradas le dijo: "Descansemos, negro", pero éste se quedó con la pierna en alto. Lo traía muerto arrastrando. Ese fue un momento de desesperación. Carlos trató de sacarse los guantes pero no pudo, estaban pegados por la nieve. Se sacó la mascarilla y siguió deambulando sin saber hacia dónde. Había perdido el rumbo.
Los compañeros los habían salido a buscar y encontraron a Carlos arrastrándose, sin reconocer cuál de los tres era, pues había perdido la punta de la nariz, puede ser por los golpes que dio o por congelamiento, pero ésta le sangraba y le corría sangre por la cara. Sin conocimiento fue llevado al campamento base, donde recuperó el conocimiento. Le hicieron curaciones improvisadas en la nariz para luego llevarlo rápido a un hospital. Tomado de la montura, él trató de montar de salto, pero los pies no le respondieron. También estaban congelados. Con mayor razón, entonces, se debía apresurar la hospitalización. Se le trajo a Chile. Al hospitalizarlo se le amputaron los pies hasta el empeine, debido al congelamiento. Le injertaron la nariz. No supe de dónde le sacaron tejido, pero después debía afeitársela cada tres días. Además, estaba casi ciego, con la vista quemada, y al recuperarla quedó con una secuela extraña, un daltonismo que no he sabido que alguien lo posea. Carlos veía todo en diferentes tonos de color verde. A los guanacos en tierras amarillas no los distinguía al estar detenidos, lo hacía sólo cuando estos estaban en movimiento.
Es grato recordar a un amigo, un hombre mayor que nos relataba sus experiencias y otras historias de su vida como andinista. También estuvo administrando el fundo El Ingenio y tuvo otras actividades que sería largo enumerar. No sé cómo finalizar esta narración que trae tantos recuerdos de un amigo ejemplar. El Viejo, le llamábamos, en forma cariñosa y con mucho respeto.