Revista Dedal de Oro N° 61
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 61 - Año X, Invierno 2012
HISTORIAS DE UN HUASO ARRIERO
Ascenso del ACONCAGUA
HUMBERTO CALDERÓN FLORES

Es probable que esta historia sea desconocida o esté olvidada por los años transcurridos, pero este relato lo recuerdo yo porque uno de los integrantes –el único que salvó con vida-, Carlos Espinoza, nos lo contó a un grupo de jóvenes que salíamos con él a cazar guanacos a la cordillera, al lado argentino por el Cajón del Río Maipo, cerca de la laguna El Diamante. Debe haber sido en 1950. Por lo impresionante aún está en mi memoria.

Este suceso fue en 1937. Fueron los primeros hombres que transmitieron su voz desde pleno monte Aconcagua –el más alto de la Cordillera de los Andes- y los primeros chilenos que lo ascendieron, a costa de dos vidas. Esta expedición fue organizada por Radio Hucke de Santiago y estaba compuesta por Ruperto Freile (jefe), Fernando Solari, Alejandro Leiva, Víctor Bianchi y Carlos Espinoza, arrieros todos de la localidad de Los Andes. Su jefe era don Víctor Cortez, arriero que sólo los llevó hasta el campamento base, en Argentina, y quien posteriormente llegó a vivir a El Melocotón. Allí se casó con una dama de esta localidad y formó una familia con dos hijos, un hombre, ya muerto, y una niña, que vive aún en esta localidad.

Partieron con las mulas y caballos llegando a Puente del Inca, y de allí siguieron a Plaza de Mulas. Era la primera expedición que llevaba trasmisor de radio y que logró comunicarse. Esto fue a mediados de febrero de 1937. Se presentaron a las autoridades de Gendarmería, en Argentina, y luego se comunicaron desde la altura con Santiago de Chile, desde donde les comunicaron que el Observatorio Meteorológico había anunciado
tormenta en la cordillera. Pero no hacen caso a esta observación. A medianoche, parten Freile, Solari, Leiva y Espinoza. Leiva, por quitarse un guante, sufre congelamiento de la mano y debe regresar al campamento.

Tal como lo habían anunciado, se desató el temporal. Pasaron las horas y pasó la noche sin que regresaran los que habían marchado hacia la cumbre. Pero habían logrado alcanzarla, dejando los testimonios: bandera y medallas. El temporal, la nieve, el viento blanco, los encegueció. Trataron de sujetarse unos con otros, las ráfagas de viento los azotaban. Freile se trastornó por la falta de oxígeno y la dificultad para respirar. Al tratar de sujetarle, Solari se fracturó una pierna, y entonces decidieron dejar a Freile abandonado a su suerte, pues les era imposible retenerlo. Se perdió en la montaña en medio de la tormenta implacable.

Carlos comenzó a arrastrar a Solari de la pierna buena, la fracturada recogida al pecho. Cada cierto espacio descansaba, temiendo caer a un despeñadero. En una de esas paradas le dijo: "Descansemos, negro", pero éste se quedó con la pierna en alto. Lo traía muerto arrastrando. Ese fue un momento de desesperación. Carlos trató de sacarse los guantes pero no pudo, estaban pegados por la nieve. Se sacó la mascarilla y siguió deambulando sin saber hacia dónde. Había perdido el rumbo.

Los compañeros los habían salido a buscar y encontraron a Carlos arrastrándose, sin reconocer cuál de los tres era, pues había perdido la punta de la nariz, puede ser por los golpes que dio o por congelamiento, pero ésta le sangraba y le corría sangre por la cara. Sin conocimiento fue llevado al campamento base, donde recuperó el conocimiento. Le hicieron curaciones improvisadas en la nariz para luego llevarlo rápido a un hospital. Tomado de la montura, él trató de montar de salto, pero los pies no le respondieron. También estaban congelados. Con mayor razón, entonces, se debía apresurar la hospitalización. Se le trajo a Chile. Al hospitalizarlo se le amputaron los pies hasta el empeine, debido al congelamiento. Le injertaron la nariz. No supe de dónde le sacaron tejido, pero después debía afeitársela cada tres días. Además, estaba casi ciego, con la vista quemada, y al recuperarla quedó con una secuela extraña, un daltonismo que no he sabido que alguien lo posea. Carlos veía todo en diferentes tonos de color verde. A los guanacos en tierras amarillas no los distinguía al estar detenidos, lo hacía sólo cuando estos estaban en movimiento.

Es grato recordar a un amigo, un hombre mayor que nos relataba sus experiencias y otras historias de su vida como andinista. También estuvo administrando el fundo El Ingenio y tuvo otras actividades que sería largo enumerar. No sé cómo finalizar esta narración que trae tantos recuerdos de un amigo ejemplar. El Viejo, le llamábamos, en forma cariñosa y con mucho respeto.

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