Revista Dedal de Oro N° 60
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 60 - Año X, Otoño 2012
LINTERNA-TURA
HOMBRE CON CUCHILLO
Juan Pablo Yáñez Barrios

El hombre estaba frente a mí, como a veinte metros. Vi en él a uno de esos tipos decididos, esos que parecen no conocer el miedo, que saben guardar la calma con frialdad. Era delgado y ágil, de unos 40 años. Llevaba un bigotillo recortado y un traje bien planchado. Adiviné que provenía de los bajos fondos. Lo peor era que éramos enemigos. Yo estaba en guardia, pero no sentía miedo. Por primera vez en la vida me sentía tan seguro en una situación como esa. Estaba decidido a enfrentarlo. Nos encontrábamos al aire libre, aunque el ambiente tenía algo de espacio cerrado, pero yo no alcanzaba a distinguir los muros.

Lo miraba fijo, no le despegaba el ojo, incluso avancé hacia él, sabiendo que el enfrentamiento tenía que producirse. Me detuve al ver que sacaba un cuchillo. Jugó con él por unos momentos. Dominaba su manejo, pero consideré la distancia que nos separaba y supe que, si me lo lanzaba, tendría tiempo para esquivarlo. Continuaba sin atemorizarme y me invadía una desconocida seguridad en mí mismo.

Lanzó el cuchillo. Vislumbré que venía ligeramente desviado hacia mi derecha, de modo que no me moví. Cuando, ladeando la cabeza, vi el arma clavarse vibrante en un madero algo más atrás, comprendí que aquel hombre sólo había querido mostrarme su destreza. Lo había logrado, pero no era suficiente para atemorizarme, ni menos para detenerme. Yo sabía que debía atacar, así que avancé tres pasos y me eché a correr hacia él. Al verme, sacó un segundo relumbrante cuchillo, me lo mostró, sonrió, lo empuñó y echó a correr hacia mí. Ninguno de los dos sentía temor, lo comprendí a la perfección. Entonces, cuando nos íbamos a trenzar en una lucha cuerpo a cuerpo, cambió mi estado de conciencia y me trasladé de realidad.

Me vi en mi cama. Todo había sido muy nítido, tanto, que marcaba una diferencia con la generalidad de mis sueños, con una que otra excepción, por cierto. Lamenté el hecho de no haber tenido el tiempo necesario para que se diera la lucha. Me sentía frustrado de verdad. Me habría gustado batirme con aquel hombre, aun teniendo él un cuchillo.

Me levanté, ya eran las siete de la mañana y ese día tenía mucho que hacer, quería terminar de todos modos la cerca antes de que me sorprendiera el invierno. Bajo la ducha pensé que esa pelea era real, que alguna vez se había dado o alguna vez se daría. Yo ignoraba o había olvidado su resultado, pero dada la seguridad que sentía, no debía ser perjudicial para mí. Un día conocería su desenlace. En la realidad de la vigilia yo sufría de una cierta sensación de impotencia frente al pensamiento de que me atacaran con un cuchillo. Imaginaba la hoja de acero penetrando en mi pecho, imaginaba el fluir de la


sangre manchando la brillantez del metal, y me invadía la debilidad. Las muñecas se me ponían de lana. Yo pensaba: Debe haber una razón, una realidad, para este sentimiento; una realidad en que sucede el hecho original que provoca mi decaimiento ante los cuchillos clavándose en carne humana. Quizás un hombre apuñalándome, o yo apuñalando a un hombre. Alguna vez.

Me senté a tomar desayuno frente al ventanal del comedor. Afuera aparecían los primeros rayitos del sol otoñal. Había rocío. Recordé esa madrugada en que Luz se había ido después de decirme que lo sentía mucho, que me abandonaba. Que ya no me quería, dijo. Desde entonces, le temía al acto de que me abandonaran tanto como le temía a que me atacaran con un cuchillo. Esa era mi realidad, la que vivía y sufría cotidianamente.

Josefina, la mujer leal, me sirvió el café con leche. Le di las gracias y me quedé mirando su vieja figura abandonando la habitación. Cuando se perdió al otro lado del umbral, me vino la imagen de mi conciencia como algo separado de mí, como si se elevara y se asomara a otra realidad, a una en que le perdía el miedo a los cuchillos penetrando carne humana. Contemplando la tostada con mantequilla me dije a media voz que la existencia está constituida de infinitas realidades y que todas ellas son factibles de ser visitadas. Sólo hace falta que se den las condiciones adecuadas para poderse asomar a una o a otra.

Josefina volvió a entrar en el comedor.

-¿Usted se puede imaginar la vida fuera del tiempo, Josefina?

Ella me miró con esa cara irónica que ponía cuando yo le hacía ese tipo de preguntas.

-Mire –me dijo-, una cosa es clara. Desde que doña Luz se mandó a cambiar usted ha vivido solo. Ya va a ser un año, un año de tiempo que usted ha sentido. ¿Cómo podrían pasar las cosas fuera del tiempo? Estaría todo detenido. ¿No se da cuenta de que cuando hablamos siempre estamos diciendo algo que pasó, que pasa o que pasará?

-Los idiomas funcionan en pretérito, presente y futuro, sí. Josefina, estamos prisioneros en el tiempo. Pero mire, yo, al igual que usted, no pertenezco sólo a la vigilia, sino que me cambio de realidad cuando, por ejemplo, duermo.

-Déjese de lesuras –ella siempre decía lesuras, no leseras-, tengo mucho que hacer –dijo, y como por arte de magia sacó un plumero de la nada y se puso a sacudir.

Un sueño influye en la calidad de la vida de la vigilia. Es lógico que si en la pelea el hombre me acuchilla y me deja herido o muerto, al despertar tendré dentro de mí impresiones muy diferentes a que si, por ejemplo, soy yo el que logra herirlo o matarlo. La mañana en que se fue, Luz me las cantó clarito y la escuché casi sin chistar, después se subió al auto y yo me quedé en casa como si me hubiera enterrado un cuchillo, un cuchillo que, como acababa de decir Josefina, llevaba clavado desde hacía un año. Otro gallo habría cantado si yo la hubiera amenazado con cualquier cosa para que se quedara. Mi vida se fue al carajo.

Trabajé todo ese día sin pensar más, ni en Luz ni en el hombre del cuchillo. La única vez que me acordé de él fue en un momento en que hice una pausa en el trabajo y me quedé contemplando la cerca que estaba a punto de terminar que protegería la casa. Me dije: "Para que no entre ningún hombre con un cuchillo". En Luz no pensé. Por ejemplo, no me dije: "Para que no entre Luz".

Pero, tarde por la noche, Luz entró a la casa a través del teléfono. Era la primera vez que me llamaba después de meses. La conversación se dio más o menos como sigue.

-Hace semanas que estaba por llamar, pero no me decidía.

-Y te decidiste, qué bueno. Me alegra oír tu voz, Luz.

-Estaba pensando que podríamos encontrarnos uno de estos días y conversar de nuestra situación.

"De nuestra situación", eso dijo. Pero si nuestra situación era la misma desde hacía largos meses, ya era una realidad en sí misma, una realidad establecida, una realidad inmutable.

-Luz –dije-, yo pienso que el ser humano sabe, en su inconsciente, que vive en forma constante abandonando esta realidad y visitando otras. En el fondo, sabe que cada noche, al dormir, y también en muchas otras ocasiones, viaja en el tiempo al introducirse de un sólo salto en realidades que ya fueron o que serán.

-¿Qué dices?

-Digo que, por ejemplo, yo podría ir en sueños a una realidad en que un hombre me ataca con un cuchillo. Siendo así, deduzco que, partiendo de esta realidad presente, es posible dar un salto y aterrizar en otra realidad pasada o futura.

-Estoy hablando en serio, Modesto. Por favor, no te burles de mí. He pensado mucho en este último tiempo y quisiera que conversáramos para averiguar qué pasó, por qué fracasamos. No pretendo que iniciemos nada nuevo, sólo quiero aclarar las cosas para estar más tranquila.

-O sea, necesitas situarte en una realidad nueva. Eso significa que quieres cambiar tus acciones, porque al cambiarlas puedes hacer que el itinerario de tu vida vaya por cauces diferentes a los que ya recorrió. Así, creas otra realidad para insertarte, abandonando la realidad anterior. De este modo, frases famosas como "lo hecho hecho está" o "nadie le quita lo bailado" se hacen, como todo en esta vida, relativas.

-Modesto, ¿qué te pasa? Te llamo para que nos amiguemos y tú te pones… irónico, digamos.

-No, Luz, no me pongo irónico, por favor. Estoy hablando absolutamente en serio.

-Te llamo otro día, mejor.

-Como quieras. Estaré esperando tu llamada.

Y nos despedimos. Me quedé sentado en el sillón, sintiendo una cierta paz, una cierta armonía, cuya existencia ya había olvidado. El silencio de la noche me envolvía. Puse la Novena de Beethoven y volví al sillón. Entrecerré los ojos y me dejé llevar por la música poderosa y suave, cadenciosa y vertiginosa, grandiosa, empoderadora, magnífica, edificante.

Eran como las dos de la mañana cuando me fui a la cama. Me sentía conforme, había terminado la cerca. El invierno podía llegar, yo estaba seguro. Me dormí casi de inmediato y no soñé.

Luz nunca volvió a llamar. Josefina sigue hasta el día de hoy haciendo magias con sus plumeros y yo trato de serle tan leal como lo es ella conmigo. Terminado este texto de mis recuerdos, me pondré a pintar la cerca, pues ya ha pasado un año más desde que la terminé y nuevamente se acerca el invierno. En cuanto al hombre del cuchillo, no ha vuelto, pero yo sigo esperándolo, sin miedos.

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