En el diario español “El País” (2.3.11) me topo con una entrevista a Jaume Plensa. Fue un placer leerla, no solo porque las obras de este escultor me gustan mucho, sino porque sus opiniones sobre arte, ciencia y creatividad, en general, me dieron mucho que pensar. Lo que no quiere decir que concuerdo plenamente con lo que Plensa Piensa, pero está todo muy bien planteado y da para comentar. Muchos artistas modernos son tan oscuros y enigmáticos que me dejan lelo. El periodista ha encabezado la entrevista con una cita que el mismo Plensa le regala en ella: El arte no sirve para nada, por eso es tan poderoso y tan necesario.
El oxímoron (atención a la palabrita) es intencional, muy inteligente y provocativo. Si algo es necesario, es inevitable que sea “útil”. A mi entender, la gracia está en ser útil sin que el artista, en el proceso de crear, deba considerar la utilidad de su obra. La utilidad del arte no es local, ni específica ni “utilitaria”. Su utilidad se proyecta colectivamente en la comunidad. Creo que algunos de los lectores de esta sámara, más astutos que yo, sabrán encontrar más en lo que ya he citado. Pero es menester seguir adelante y el periodista pregunta por el deseo de Plensa, cuando niño, de ser médico, y su respuesta es que se trataba de una aproximación poética que el tenía hacia el cuerpo humano. Sin embargo, se siente fascinado por el trabajo del científico, quien, modestamente, va paso a paso y es pedagógico. Explica las cosas -dice Plensa- y esas cualidades pueden encontrarse en muchos poetas.
Yo agregaría que el trabajador de la ciencia evita los grandes saltos en la oscuridad, en contraste con el poeta, que ocasionalmente lo intenta. Pero, además, el científico es un enemigo jurado de la certeza. En mis cursos de biofísica -hablo de los años 60- estudiamos la teoría de Ussing para explicar la permeabilidad en membranas biológicas. Pues bien, los esfuerzos experimentales más serios para derrumbar dicha teoría venían del propio Ussing. Creo que no pudo hacerlo, pero contribuyó a mejorar la visión que hoy, tras muchos pasos, se tiene del problema.
Glosando sobre la inutilidad del arte, Plensa lo define como una no funcionalidad poética y necesaria que adquiere una fuerza mayor en el espacio público. No entiendo muy bien las razones de Plensa para expresar este último punto, pero me gusta que lo diga. Puede que tenga que ver con el deseo del artista de “compartir poéticamente” su trabajo con los demás. Sin embargo, más adelante parece contradecirme, cuando dice: Los últimos años han visto el nacimiento del museo como lo entendemos hoy, una institución que forma parte del día a día del artista. Hay artistas cuya primera exposición es en un museo.
Ciertamente, un museo es un espacio público, mas temo que Plensa se refiere a otro fenómeno, que podría ser el brusco salto a la notoriedad que da un artista emergente, y cita a Faulkner para reforzar su argumento: “ ... a veces me sorprende la obsesión de un escritor joven por publicar, olvidándose que este no es el problema de la escritura, sino la relación del escritor con su propio corazón”.
Pero, ¿es así? Reproduzco, parcialmente, un magnífico diálogo que tomo de Henry Miller (la traducción es mía): “Si yo tuviera ideas buenas, ricas, jugosas, las gozaría yo solo. No intentaría atorar a la gente con ellas... estoy hablando de saber, en vez de hacer. Yo tendría muy clara mi condición de artista. ¿Significa que para ser artista tengo que pintar cuadros o escribir libros? Eso es secundario... ¿es uno menos grande porque nadie conoce su obra maestra?”. “¡No!” -le respondió Ulric- “es precisamente al revés. Un artista no goza de la vida evadiendo su tarea. Tú serías el que pierde el tiempo. El arte no es una actuación en solitario, es una sinfonía en la oscuridad con millones de participantes y una audiencia de millones. Gozar una idea bella es nada comparado con la expresión de la idea -su permanente expresión... un artista es un instrumento que registra algo ya existente, y está obligado a devolverlo al mundo”.
Creo que hay algo significativo, importante, en lo que dicen Plensa y Faulkner, pero estoy con Henry Miller. Tanto para el artista como para el científico, no hay creación sin publicación. Me viene a la memoria lo que discutió sobre la creación científica Marco Antonio Allende, mi profesor de filosofía cuando estudiaba en el Liceo 7, en Ñuñoa, mediando la década del 50. No está haciendo ciencia -decía Allende- quien manifiesta