adecuadamente protegidas del viento y del frío, son usadas hasta hoy como refugios por nuestros arrieros contemporáneos y conocidos como “casas de piedra”.
Pero debieron pasar muchos siglos para que, con el despuntar del año 600 de nuestra era, en la zona denominada El Alfalfal, donde nace el río Colorado y en las inmediaciones del prodigioso Valle del Olivares, más específicamente en Cabeza de León, una población de reducido tamaño, se entregara por entero a la explotación sistemática de la extracción y fundición de cobre. Un hecho único y poco conocido por la mayoría de la gente que hoy ve, a través de las noticias, subir o bajar el precio de la libra de este metal rojo en el Mercado de Metales de Londres. Allí las evidencias de esta actividad son múltiples, pudiendo hallarse en el sector importantes restos de escoria dejados por su fundición, así como claras señales de su procesamiento previo (molienda) en las denominadas “piedra tacita”, que no fueron otra cosa que precarios molinos. Poco se sabe del destino del metal extraído en El Alfalfal.
La producción, difícil y naturalmente escasa de estos primeros mineros de la Cordillera Andina, probablemente se distribuyó en forma de trueque con diversas comunidades del Valle Central. Lo importante es consignar que allí, Colorado arriba, nace una actividad que tanta riqueza ha traído al país. Una actividad precaria que, sembrada como una semilla entre los cerros, se ha convertido, con el inexorable correr de la Historia, en un quehacer central para millares de chilenos.