Una noche de luna llena los perros aullaban sin parar...
Los Jesuitas (congregación española) poblaron toda América y comenzaron a obtener recursos siendo cada vez más poderosos: proclamaron la fe católica y enseñaron las letras a los indígenas y mestizos; pero esto último resultó ser peligroso para la Corona Española, pues estaban haciendo que los americanos lograran pensar por sí mismos.
Hacia 1700 la congregación se estableció en el Cajón del Maipo, ubicando su monasterio en la localidad de La Obra (instalaciones que se pueden ver hasta hoy). Allí vivían, evangelizaban y educaban a los naturales que por esa época quedaban en el Cajón del Maipo, y a los mestizos que llegaban desde distintas zonas a trabajar como peones o inquilinos a las mercedes de tierra que se habían adueñado los españoles, o bien a los que venían a las explotaciones de minerales de plata como a la mina San Pedro Nolasco o a las minas de cobre de El Volcán.
Los Jesuitas comenzaron a atesorar muchas riquezas, que eran donadas por los feligreses por los favores concedidos, algo que alarmó al gobernador y a los virreyes. El poder ejercido por este grupo preocupó a la Corona Española y los expulsó de toda América en 1767, abandonando sus santos lugares y teniendo que escapar. Los de la zona no se salvaron. La historia cuenta que una noche escaparon por el túnel que iba desde el monasterio hasta el río Maipo, y que desde allí huyeron por la ladera; el objetivo era llegar hasta el cajón del río Yeso, para pasar por el paso Piuquenes hasta Argentina, para embarcarse hasta Europa a través del Atlántico.
Llevaban consigo muchas riquezas que los españoles querían apoderarse; dicen que llevaban baúles con oro y plata y muchos libros en sus espaldas. Subieron en grupos prohibidos-, dejó que sus compañeros se adelantaran para descansar en la localidad de Cabeza de Ternera -San Alfonso- por unos momentos. Era de noche, los animales nocturnos le acompañaban, sudaba y sus pies estaban rotos de tanto caminar por entre las piedras. Uno de los lugares más difíciles de pasar era donde actualmente está el túnel Tinoco, pues en esa época se debía subir el cerro, mirando desde las rocas escarpadas el río. Pero el dato de que este grupo de hombres escapaba con riquezas ya todos lo tenían, así que un montón de forajidos les esperaban sobre el cerro, camuflados por la oscuridad y las ramas.
Vieron venir al cura solitario con un saco al hombro, se alegraron, pensaron en la fortuna que traería en sus hombros, y sin más palabras lo encararon… De susto bajó el saco e intentó correr, pero con su cansancio y el peso del tesoro, cayó de rodillas. Los hombres lo apuntaban con un puñal, él se abrazaba del saco y les decía que sólo eran libros, pero que esa era la riqueza máxima que podían tener hombres como ellos… Los salteadores reían y le gritaban improperios… Dicen que el jesuita se encomendó a Dios en latín, los bandidos se asustaron de oír esas palabras tan raras, pensaron que el cura les enviaba las maldiciones del infierno, así es que uno de ellos con el puñal se acercó al eclesiástico lo tomó de las mechas y le cortó la cabeza… La sangre coloreó las rocas y el cuerpo fue tirado hacia el barranco, y al abrir el saco, qué sorpresa resultó para los asesinos, que no sabían ni leer… ¡eran sólo libros!
La cabeza fue lanzada al río y ellos escaparon del lugar, dejando los libros esparcidos. Dicen que el cuerpo se secó en la ladera, sin que nadie lo reclamara. Sus compañeros siguieron su ruta, sólo algunos lograron llegar hasta la costa Atlántica, otros quedaron en el camino.
Hasta el día de hoy el cura cuida la riqueza que murió por salvar. En la última curva del túnel el Tinoco existe una piedra en la que a veces por las noches se deja ver un bulto que levanta sus manos frente a quienes pasan por allí. El lugar lo han bautizado como "la vuelta del cura"… Esa alma en pena se ha quedado para cuidar los libros que buscaban al ser humano para hacerlo librepensador. |