No existe una explicación científica de lo que es esencialmente el mal de ojo, sin embargo las madres, incluso hoy en día, luego de un largo llanto o dolencia extraña llevan a sus hijos a santiguar. En todo Chile han existido personas, sobre todo mujeres, que a través de rezos se encargan de sacar ese mal espíritu que ha ingresado al infante cuerpo.
Conocí a una anciana mujer que tenía ese don. Su mirada era profunda, limpia y sincera. La vida para ella no había sido fácil, criando a varios hijos en el campo, sacando leche, cosechando la siembra; pero ese don que fue entregado por Dios o los dioses, ella lo tenía guardado y equilibrado.
Su madre había sido yerbatera y conocía los secretos de la naturaleza, sobre todo el de las plantas, las cuales -según ella misma decía- tenían un espíritu, el que ingresaba a los cuerpos sanando el alma humana. Cada espíritu o vegetal estaba indicado para alguna dolencia. La medida debía ser justa; si se sobrepasaba, el mismo remedio se podía convertir en veneno. La anciana, según contaban, desde niña fue escogida por los espíritus para hablar con ellos. Sólo con mirar a una persona averiguaba su pasado y su futuro, lo cual nunca revelaba; desde siempre pensó en entregar su don para sanar y salvar a los suyos.
De esta manera, a su casa siempre llegaba gente que sabía de su don. Ella no pedía dinero, por eso le llevaban en pago ropas y comida. Un día llegó una madre llorando con su hijo en los brazos. La mujer abrió la puerta y vio que la muerte se acercaba, entonces cerró los ojos y la puerta para alejarla y expulsarla, porque los que tienen ese don se comunican con espíritus buenos y malos. La madre, desesperada, abrió el chal y entregó con fe a su hijo. La mujer lo tomó en brazos. El niño estaba frío y blanco; ella, con los ojos cerrados. Su espíritu se comenzó a encumbrar, quería llegar al mundo superior, donde se puede hablar con seres elevados, para que sanaran a ese niño. Dicen que palideció y perdió fuerzas; las tablas del rancho sonaban, se retorcían con la muerte vestida de negro acechando, porque a veces se enternece y quiere llevar sobre sus hombros a seres puros. La mujer, luego de unos minutos, volvió en sí, rezó tres Padrenuestros, tres Avemarías y el Credo. El niño comenzó a llorar y le volvieron los colores; la ñora fue a la cocina, sacó la tetera del fuego y en un tacho embutió dos cogollos de ruda, que, dicen, aleja el mal; tres hojas de toronjil pa' la pena y nueve gotas de limón. Le tiró encima el agua caliente, se tomó un sorbo para recuperar fuerzas y se la llevó al niño. La madre, con mucha fe, le dio la infusión y él enseguida se durmió. Suspiraba a cada rato, porque dicen que así sale el mal.
La mujer no sabía cómo agradecerle y le entregó unas monedas que tenía en sus pobres bolsillos. La curandera agradeció, puesto que ella entregaba su don sin nada a petición. Cuando se fueron los pacientes, la sanadora se recostó y pensó en lo que había tenido que luchar con la muerte en el más allá; recordaba que le pidió ayuda a maestros que se encuentran en otra dimensión puesto que ese niño tenía tareas que cumplir en esta tierra. DdO |