Ilustración de Susana Vallejos S.
El Cajón del Maipo, encumbrado en la Cordillera de los Andes con nieves eternas y riscos infinitos coloreados amablemente por la naturaleza; con tierras rojas y azules y grises y naranjas; con piedras desgastadas y adornadas con fósiles que el mar dejó; poblada de matorrales y flores silvestres, amarillas como yemas de huevo, azules como el cielo de verano que las cubre y blancas como la nieve que las visita... Todo es silencio y armonía perfecta, sólo interrumpida por el viento que habla al hombre con un zumbido en sus oídos y golpes en su rostro. Bella cordillera que limita con Argentina. Posee pasos fronterizos, lugares ignotos usados por los hombres a lo largo de los siglos: indígenas Chiquillanes trashumantes, Huarpes traídos a la esclavitud por los españoles, el ejército de San Martín en ayuda de los patriotas, el guerrillero Manuel Rodríguez en busca de la libertad, arrieros con sus manadas y hombres prófugos de la justicia... Implacable y bella montaña, nadie se debe descuidar, ni los arrieros, que son quienes más la conocen. Sin embargo, muchos han quedado en el sueño eterno perdidos en sus honduras.
Una historia llegó a mis oídos. Dicen que ocurrió en mayo de la década de los 60. Salieron seis hombres desde el Cajón del Maipo, incluido el supuesto dueño del ganado. Llevaban mulas para el transporte y sus caballos, también alguna que otra mercadería de contrabando. Cayeron hasta San Martín de los Andes y allí se estacionaron. El dueño del ganado debía ir a hacer los negocios. Salió solito a «comprar» los vacunos y cositas para traer a Chile. Una vez realizada la transacción, fue a buscar a los baqueanos para que arrearan el ganado. No estuvieron muchos días porque en esa fecha ya la cordillera se ponía peligrosa. La lluvia y la nieve no perdonan a los intrépidos.
El día que salieron desde Argentina el cielo estaba nublado. Los arrieros conocen las señales, pero partieron igual. Antes de llegar a la Laguna del Diamante la nieve no paraba de caer. Ya la preocupación estaba entre todos y los sabios arrieros pidieron al dueño que se devolvieran, porque jamás podrían cruzar la cordillera. Con lágrimas en los ojos el hombre les confesó que no podían porque estaría gendarmería esperándolos, ya que los animales eran robados, pero que siguieran porque la paga era buena. Y siguieron, todos diciendo garabatos y encomendándose a Dios, pero al llegar al Papal tuvieron que abandonar el arreo. Sólo siguieron con los caballos y las mulas de carga. Cuando llegaron a la Laguna del Diamante estaba todo congelado. Dicen haber pasado caminando sobre las aguas. Siguieron hasta las altas cumbres orando por sus vidas. Los comestibles escaseaban y el frío los estaba matando.
Los días pasaban y la tormenta no concluía. Los familiares, en San José, dieron aviso a la policía. A algunos ya los hacían muertos, porque 25 días duró su hazaña. Ellos caminaban por los arroyos, pues andaban más rápido que sobre la nieve. Las mulas se quedaban paradas y fueron muriendo de frío y hambre. Los hombres ya estaban enloqueciendo. El jefe lloraba y pedía que no lo abandonaran, mientras se le caían los mocos, que le limpiaban con un saco congelado. El hambre había llegado, no eran capaces de seguir caminando. Se refugiaron en un caletón de piedras, buscaron jarilla y encendieron fueguito. Sólo les quedaba una perra amarilla, fiel compañera de todo el viaje. Pero le amarraron las patitas y le hundieron el cuchillo. Comieron su carne media cruda, que les dio valor.
Dos de los hombres, que conocían bien el camino, salieron a buscar ayuda. Se arroparon y partieron hasta llegar a Río Claro, donde había una casa. A duras penas llegaron. Allí los acogieron, los desnudaron y les dieron comida. Tuvieron que esperar hasta el otro día para dar aviso a carabineros, para el rescate de los demás. Dieron con ellos, y el jefe tuvo que declarar por el robo de animales, pero de ahí se echó a volar. Los arrieros no vieron ni un peso, jamás, y casi habían muerto en su intento. DdO
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