Encabezado Dedal de Oro
TRADICIÓN ORAL
El Cuero
Relato hablado, rescatado por Cecilia Sandana GonzÁlez.
«El Cuero» también existe en Chiloé. La imagen aparece en:
http://hocuspocus.mforos.com/191376/ 4155654-el-cuero-historia-de-chiloe
Imagen de El Cuero

Hermoso es el Cajón del Maipo, recorrido por su río entre montañas que emergieron hace millones de años desde el fondo del mar, cromatismos infinitos, olores múltiples de hierbas y arbustos, senderos y caminos que llevan a cúspides desoladas, a veces sin explorar; esterares tributarios del Maipo, con un torrente lleno de peñascos y leyendas ocultas que necesitamos recordar y advertir.
Después de pasar por el pueblo de San José de Maipo existe un transparente estero llamado Coyanco, cuyo nombre llevado al maternal lenguaje mapuche significa "agua de robles".

Muchas personas llegan hasta allí para disfrutar de su frescura, de sus verdores y aromas, del cielo prístino y de la melodía que produce el deshielo a través del descenso de las aguas y del choque contra las piedras, del croar de los sapos y de los insectos minúsculos que zumban en los oídos, del crepúsculo y penetrante graznido que lanza al volar el huairavo, comunicándose con los infinitos seres y almas que recorren los cursos de agua para llenarse de energía, el que al ser oído parece entre el canto de una rana y el ladrido de un flaco perro en la lejanía.

Entre los tantos hombres solitarios que han recorrido el estero, hubo uno que no regresó nunca más al Coyanco, ni a ningún curso de agua natural. Corría la década de los ochenta, y don Gregorio (cuyo apellido no puedo revelar) tenía como pasión pescar truchas en los esteros, llevando siempre la indumentaria necesaria para ello: chanfaina (receta de vísceras cocidas con sal) preparada por su mujer, una manta para abrigarse de la fría noche, un machete, y por supuesto, las infaltables y económicas cajitas de vino tinto. Esa tarde ya tenía unos cuantos pescados a su lado. Hizo una pequeña fogata sobre la que puso una lata y truchas con sal para degustar junto al vino que se estaba chambreando. Prendió un cigarrillo y comenzó a pensar en su vida, en su mujer, en los hijos que de a poco iban dejando el nido, en sus años y en su cuerpo que ya no era el mismo. Se miró las manos tajeadas por el trabajo duro de toda una vida, pero en fin, el hombre se acostumbra a todo y él sabía de antemano que ése era su destino; mientras, se resignaba con estar en aquel lugar.

Mucho vino surtió efecto, las truchas estaban sabrosas y las brazas crepitaban; sólo la luna creciente entregaba algo de luz, y la música la ponía la naturaleza; sin darse cuenta don Gregorio fue cerrando sus ojos, como pudo se sacó los bototos y se envolvió en la manta sin saber de nada más. La chanfaina apenas la probó dejándola sobre una roca... La borrachera lo hizo dormirse al lado del estero.

A esta hora, cuando los humanos duermen, se levantan otros seres para no ser vistos en su actuar, y uno que vivía precisamente en las pozas del estero se fue a cebar... Se trata del "cuero", que fue tirado entre piltrafas al agua, tomando vida propia. La tradición dice que es el pellejo de cualquier animal que estando un largo tiempo en el agua cobra vida, alimentándose de cualquier ser que tenga a su lado. Se acerca inofensivo flotando y al atrapar a su presa la envuelve, succiona y asfixia, para luego volver a su estado natural extendido sobre el agua... Su aspecto indefenso le hace vivir por muchos años, resguardándose entre las rocas y a veces en los fondos de las pozas de los esteros; dicen que fácilmente puede comerse a un cristiano, la prueba está en que se ha tragado terneros y potrillos, que no han podido zafarse de su fuerza.

Esa noche, como siempre, "el cuero" que vivía en el Coyanco cobró vida, sintió olor a carne fresca y por sobre el agua se deslizó entre las rocas, sin apuro, dejándose llevar por la corriente; se estacionó frente al campamento de don Gregorio y, sin hacer ruido, chupó las vísceras o chanfaina. Sin demora comenzó a succionar el pie de don Gregorio. El hombrón -dormido- se movió para su suerte, pero el cuero firmemente adherido no aflojaba. Entre la caña y el dolor se despertó de un brinco, ya estaba aclarando y el ruido de los pájaros ensordecía, parecía que lo querían salvar... Le dolían la cabeza y el pie derecho de sobremanera, se sentó y se miró la pierna pensando que lo había picado una araña. Asustado, trató de pararse para sacudirse, y al mirar su reflejo en el agua vio al cuero. Se escapó arrastrándose por el suelo. La historia del cuero la conocía, pero jamás pensó que fuera real. Se incorporó, y como hombre valiente que era, se propuso matar al maligno ser. Se puso un solo bototo porque el otro zapato no le entraba, envolviendo en un chaleco el pie amoratado, y fue en busca de la única arma que le servía para deshacerse de la horrible criatura.

Machete en mano, caminó cerro arriba; las lágrimas se le caían, pudo haber muerto y nadie sabría de él. Encontró un quisco y con rabia lo cortó, lo tomó como pudo y se pinchó las manos, la sangre resbalaba hasta sus codos y secándose la transpiración manchó también su cara. Llegando al estero, aunque fuese la última cosa hecha en su vida, mataría al bicho del demonio; se persignó y se encomendó a la Santísima Virgen del Carmen. En una mano tenía el machete y en la otra el trozo de quisco, se paró firme sobre una piedra -porque con el susto se le había olvidado el dolor de la pierna- y con toda su rabia y fuerza asestó un fuerte golpe al cuero. Éste, al sentir las púas se retorció envolviendo el quisco, saliéndole las grandes espinas por todas partes; la sangre fluía a borbotones y el espécimen ya sin vida se fue hundiendo hasta desaparecer. Aquel día el estero corrió rojo hasta el Maipo, y don Gregorio jamás regresó.

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