Encabezado Dedal de Oro
TRADICIÓN ORAL
EL CAMIÓN FANTASMA
Relato hablado, rescatado por Cecilia Sandana GonzÁlez.
Ilustración de la historia de El Camión Fantasma
Ilustración de Susana Vallejos S.

El embalse del Yeso es un montón de agua cordillerana acopiada en los generosos brazos extendidos de Los Andes. Su inmensa masa transparente, bajo el influjo de la luna, da vida y alimenta este valle central, y crea el Río Yeso, afluente importante del río Maipo. Arriba, en las altas cumbres, la soledad lo invade todo. Los hombres que transitan por allí se acostumbran al silencio de este paraje, imbuidos en la extraña vegetación achaparrada que los observa inanimada junto al viento que sopla ruidoso... El camino pasa por un costado del embalse, y por allí circulan camiones a buscar la minería extraída de los cerros durante los meses estivales. Hace años subían muchos más que hoy. La explotación era mayor y se trabajaba noche y día sin reparos. Los turnos variaban, pero algunos, por sacar más billete, se tiraban de largo.

El hombre que me contó esta historia sólo lo hizo una vez, porque lo que le sucedió lo dejó pasmado y de ahí dejó los turnos de noche…

Fue un viernes. Tenía que darse ya la última vuelta. Iba solito, como todos los camioneros, sólo con la compañía de la radio chicharrienta del camión. Le ponía casetes de boleros porque era la música que más le gustaba. Le traía viejos recuerdos de amores ya pasados, de esos que no se olvidan y que dejan huellas en el corazoncito... Así iba subiendo por el Cajón del Yeso. Era re tarde, no sabe qué hora, sólo las estrellas y la luna creciente lo acompañaban. Tarareando y surcando el serpenteante camino iba el hombre, hasta que llegó al Embalse del Yeso. Se refregó los ojos porque debía despertar, ya que el camino allí se pone delgado y las curvas más acentuadas. Llevaba como dos kilómetros adentrándose hasta que vio a lo lejos un camión que se acercaba rápidamente. Pensó que quizás se le habían cortado los frenos, de modo que se echó a un lado del camino y haciéndole cambio de luces lo esperó. Pero el camión no se acercaba. Lo encontró raro pero siguió esperando. El ruido del motor se hacía cada vez mas fuerte, hasta tuvo que apagar la radio, pero el camión no llegaba. Le dio susto. Estaba solo en medio de una ladera abrupta y el inmenso embalse. Se calmó, tomó agua, pero el camión no llegaba. Decidió seguir el camino. Hizo cambio de luces y continuó muy lento. Al llegar a una de las curvas más peligrosas tocó la bocina para que lo oyeran, pero, para su sorpresa, se encontró con el otro camión frente a frente. Las luces lo encandilaron y solo atinó a frenar. El camión pasó por su lado a toda velocidad tocando las latas del suyo. Todo sonaba y él sólo cerró los ojos y rezó, porque pensó que iba a morirse. Al abrirlos, ya no había nada, ni ruido, ni luces. Rezó hasta que más no pudo. No podía manejar, tiritaba, y tampoco se atrevía a bajarse, porque quizás el hombre se había caído al agua. Sacó fuerzas de flaqueza y con una linterna chiquita miró el camino. Vio el embalse, pero ni huellas del camión. Hasta llegó a pensar que todo había sido producto de su imaginación, porque por su lado no cabía otro camión. Al abrir la puerta, sin embargo, vio el rasguño que le dio. Se subió rápidamente, echó a andar y continuó. Vio que al terminar el embalse había gente acampando. Se bajó y contó lo sucedido. Le dieron unos tragos de coñac, y allí pasó la noche.

Al día siguiente, ni siquiera se apareció a cargar. Bajó donde el patrón, entregó el camión, se tomó vacaciones y buscó trabajo en otra parte. De noche no laboraría nunca más. Conversando con otros camioneros supo que no era el único en haber visto esas luces en el embalse, pero nadie lo había tenido tan cerca. Supo también que se trataba de un camión que cayó a esas aguas. El cuerpo de aquel hombre sigue allí, y sólo pide su rescate y su santo entierro...

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