Los pálidos rayos de la luna que se entrelazaban en las hojas de los árboles no fueron capaces de iluminar el suelo corroído por las lluvias inmisericordes del invierno. Pero a pesar de aquello, se podía sentir el frescor de un nuevo amanecer aproximándose suavemente tras la dama blanca que sonríe en el cielo.
Escondido entre las flores se hallaba el genio del amor, esperando que pasase por aquellos lugares algún hombre o mujer en busca de la soledad. De repente se oye el crujir de las hojas en el suelo y el genio ve que un joven estudiante se aproxima al lugar...
-Veo -se dijo así mismo- que ese joven viene con los ojos llorosos y el corazón partido en dos. ¡Qué lastima, no lo podré hechizar!
El deprimido jovencito pasó de largo y no vio al genio. Luego se detuvo frente al río, que, silencioso como todas las noches, absorbía en esos momentos los mágicos rayos de luna. Contemplando las aguas, que llenas de luz de luna seguían su curso hasta el mar, su ser interno le hizo llorar amargamente:
-¡Oh, Natalia, cómo te amo!
La madre luna, esencia del romanticismo femenino, se compadeció del pobre estudiante y vio que era de corazón puro y de sentimientos verdaderos. Entonces envió un rayo de su cuerpo, que, rebotando en las aguas y traspasando los verdes ojos del efebo, se fue a quedar en una roca cubierta por un verdoso musgo. Y apareció allí una jovencita..., o sea, ella..., ¡no sabría como describírsela, estimados lectores!
Cuando el estudiante estaba a punto de entregar su hermoso cuerpo de seda suave al río, una mano blanca y luminosa le sujetó de los hombros.
-¿Adónde vas, oh dulce éxtasis de mi ser? ¿Acaso a entregar esa obra perfecta de la naturaleza a los brazos de la descomposición y al infierno de tu espíritu?
Nehíl, el joven estudiante, volvió su exquisito rostro de juventud encarnada y de virginidad de dioses hacia la hija menor de la luna: Semila, recién aparecida.
-¿Quién eres, oh hija de la esencia femenina? ¿Una realidad o un sueño de carne y energía?
El genio, que se hallaba en su flor de Marte, escuchaba esta conversación por los oídos de su interno espíritu. Su mente se alegró y lanzó un haz de amor a la pareja que estaba junto al río... Semila entonces comenzó a sentir un extraño calor que le nacía desde las mejillas y le recorría el cuerpo, encendiéndola suavemente. Su corazón quería devorarse así mismo. Pero al mirar el cuerpo suave y perfecto de Nehíl, ya que las hijas de la luna pueden ver a través de las ropas, sintió que el fuego hacía explosión en las aguas ardientes de su manantial.
Nehíl olvidó su tristeza y el corazón le latió tan fuerte que se escuchó hasta en la cama de los amantes del Olimpo. Le latió tan fuerte, tan fuerte como la cumbre de su volcán ardiente, desesperado de fuentes femeninas. Entonces el aire brotó de sus gruesos y carnosos labios, que exhalaron un suspiro que olía a sexo, semillas y fusión de cuerpos…
Las manos guiaron al cuerpo mortal y perfectamente lampiño de Nehíl al cuerpo suave y divino de Semila, quien separando sus piernas esperaba la succión o la siembra de la semilla de olores mezclados. La boca, las mil posiciones y el volcán Nehíl entrando en todo aquel palacio de paredes blandas, manantial bañado en miel que había en Semila... Entonces se reventó el río y se eclipsó el frío nocturno...
Cuando el magma, que brotó a torrentes del mármol Nehíl, llenó toda la fuente, e incluso las más recónditas vertientes de Semila, ésta explotó en luz y en lava blanca como nieve y espuma de mar, mientras él se desmoronaba en la inconciencia.
Cuando Nehíl despertó yacía dormido y desnudo sobre un lecho de hojas secas en el bosque, y sobre él un cuerpo... un cuerpo que él conocía mejor que nadie... ¡Su propio cuerpo penetrado por su propio cuerpo! ¡Era él mismo haciéndose el amor a sí mismo! El genio era un demonio, el bosque se transformó en cristal y Nehíl quedó unido para siempre a sí mismo, con la lava emergiéndole a torrentes y la mirada puesta en el infinito…
La luna brilla cerca del río, y sobre éste, sobre el mundo en el bosque, el amanecer se acerca...
Yo que vengo muy triste por haber sido traicionado por Camila, paso cerca del genio y me dirijo al río... ¡Lloro amargamente...! ¡Lloré amargamente...! Pero cuando dejé de llorar la vi a ella, ¡a Semila!
El genio iba a lanzar su haz de amor y corrí hacia él. Lo reventé entre mis manos y con su sangre verde y café, que huele a manantial de niña de quince años recién bañada después de la cópula, empapé los labios de Semila. Luego, a patadas, la lancé al río y le apreté el cuello mientras me miraba con sus mil rostros de mujer y hombre... Pataleó y movió las manos en el agua. Sólo su cuello y su cabeza sobresalían mientras yo seguía apretando y escupiendo en su rostro:
-¡Yo no acepto esto... que mi hermana sea una ramera que con las artes del engaño haya seducido y asesinado a mi hijo!
Semila expiró y se hizo rayo de luna que volvió a las alturas...
Yo seguí mi camino... Mamá luna estaba enojada, pero dándome un beso me hizo ver el universo a su lado... Entonces, convirtiéndome en luz pálida dormí en sus brazos por una eternidad, abrazando a otro pálido rayo de luz... mi hijo Nehíl... Semila, en cambio, durmió con Diana, Sémele y Artemisa en los ojos de la madre Luna...
El río bebió la sangre del genio y el cristal explotó en billones de lunas pequeñas que se insertaron en los románticos corazones de solitarios poetas...
(San José de Maipo, Viernes 20 de Junio de 2003) |