Revista Dedal de Oro N° 68
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 69 - Año XII, Invierno 2014

REFLEXIONES

UN HILO EN COMÚN
JUAN PABLO YÁÑEZ BARRIOS
Ilustración de una casa de campo en la penumbra.

A LOS ÁRBOLES ALTOS
LOS MUEVE EL VIENTO
Y A LOS ENAMORADOS
EL PENSAMIENTO.
(CANCIÓN “EN QUÉ NOS PARECEMOS”.)

Ilustración de una casa de campo en la penumbra.


Ilustración de vida natural.

¿Cree usted que el mundo es obra de la casualidad? ¿O cree usted posible que el viento pueda azarosamente encontrar y reunir las piezas que conforman un avión de última generación y que las pueda disponer del tal modo que el aparato quede listo para elevarse al cielo?

Pongámonos frente a la posibilidad de que el mundo –no un avión, el mundo- surgió por azar, algo así como una seguidilla de casualidades que permiten que el viento arme perfectamente un avión, pero a una escala azarosa infinitamente superior. Topamos de inmediato con la dificultad de que no hay ley matemática que justifique tantas casualidades. La formación del mundo por casualidad, entonces, sería un milagro. Pero los milagros solo los realiza ese misterio al que llamamos Dios. Entonces, la Creación tiene que ser obra de la inteligencia.

El mundo no es casual, no hay argumento en contra que sea racionalmente válido. Y si no es casual, es causal; es decir, estamos aquí por una razón. ¿Qué razón? ¿Cuál es el sentido? ¿Por qué Lo Creador –esa inteligencia principal- se afana en crear? ¿Para qué la vida?

Tiene que haber algo que justifique el mundo, porque si no, no tendría sentido; y lo causal siempre tiene un sentido. Quizás el sentido de la vida sea la evolución, aunque la evolución de la materia sea limitada, ya que se pudre, se desintegra, se hace nada en el tiempo. Todo órgano que no funciona se atrofia -dice la biología-, y los cadáveres se descomponen, y hasta el plástico y los residuos atómicos terminan un día por desaparecer.

¿Qué permanece, entonces? ¿Qué puede evolucionar y seguir evolucionando, sin morir nunca? Lo único eterno es lo inmaterial; su cualidad principal es perdurar. La inteligencia -lo que creó el mundo- es perdurable, es perpetua. Si jamás podremos ver morir a Lo Creador, entonces jamás podremos enterrar el cadáver de una idea o quemar el pensamiento hasta hacerlo cenizas. El cuerpo de una persona muere y se pudre, pero no su inteligencia, su pensamiento. El pensamiento no tiene la capacidad de pudrirse, está más allá del cuerpo.

¿Adónde va cuando el cuerpo muere? No hay respuesta como que dos más dos son cuatro, pues se trata de algo que no pertenece a la lógica formal, sino al campo de lo íntimo, de lo interno, que la persona, más que conocer conscientemente, solo intuye. Es un misterio, porque aquello llamado Dios es un misterio. Es un aspecto de la condición humana que no se basa en una realidad palpable que permita levantar demostraciones rigurosas y asequibles a todos, como en matemáticas. El universo es "intuido" a su manera por cada cual. Cada cual tiene su propia concepción de "lo divino". Quizás hay tantas concepciones como seres humanos.

En todo caso, todos esos modos personales de entender el mundo conforman algo así como un hilo común que atraviesa las conciencias. ¿Por qué "común"? Porque el uni-verso es solo uno, la base es una sola. Es decir, actuamos en forma individual –y podemos ser mezquinos y fatídicos o generosos y virtuosos en nuestros comportamientos-, pero las inquietudes íntimas -esas que nos mueven, que nos inspiran, que siempre nos persiguen, esas grandes preguntas- tarde o temprano nos unen en un común modo de sentir, como la búsqueda de valores colectivos, o, por ponerse romántico, como ese pensamiento paralelo que une a los enamorados.

Un hilo en común, pues. ¿Cómo se podría traducir en algo más definido? Decir "hilo" es como una metáfora. Busquemos un sentimiento común a los seres humanos, algo real. Ese sentimiento común puede ser el ideal de una convivencia en paz, en alegría, la aspiración de vivir en una comunidad pacífica y alegre. Por comunidad podemos entender desde el pequeño núcleo familiar hasta los países y continentes, y por último, el planeta completo. Ese hilo de pensamiento nos atraviesa a todos. ¡Todo el mundo viviendo en armonía! Es un deseo en común, y si tal ideal no se cumple, es porque dominan los intereses de tipo económico, el afán de poseer y dominar, el lucimiento personal, pero esa es harina de otro costal. Existen los amantes de la guerra, los amantes de la violencia, los amantes de la tragedia; pero el fatalismo, generalmente, es solo una etapa en la vida del individuo. También existe la superficialidad, gente que se preocupa solo de la moda y del qué dirán; pero todo ser humano termina por madurar, aunque sea un poquito. El hilo irrompible, el deseo de paz, temprano o tarde comienza a hacerse notar, la persona reacciona y termina por hacerse cuestionamientos. Los refranes populares son sabios: "Se madura a golpes". Todo golpe, si no mata, estira un poco el hilo y conduce hacia los demás.

La convivencia en paz y armonía es un hilo común que une, pues. Si yo estoy interiormente lleno de valores postizos, o si estoy interiormente vacío, distraído por las atracciones que ofrece el mundo externo, aunque sea sincero en mi actuar, terminaré acarreándome males, pues me falta el sostén interno de ese hilo que me une a las otras conciencias. La única forma de captar mi valor como persona es a través del efecto que mi acción produce en otros. Puedo tener excelentes intenciones para hacer algo positivo, pero si al actuar hago daño, debo definir mi acción como nefasta. Es decir, lo que cuenta no es la acción en sí, sino el resultado de esa acción en los demás, trátese de un pensamiento, de una palabra o de un acto. Es difícil tener una pauta de valoración –valorarse a uno mismo- si se está aislado de la comunidad. En esta interdependencia, es necesario buscar el punto medio para actuar favorablemente. En la búsqueda, todo parece valer, incluso las equivocaciones, que le sirven al desubicado que las comete para ubicarse mejor.

Ese hilo que nos une a través de un ideal común, que hace que yo esté subordinado al que está frente a mí y que el que está frente a mí esté subordinado a mí, consigue hacernos dependientes a unos de otros, consigue que nos respetemos, cada cual en lo suyo. El sumergirse en uno mismo en una fase de vida –lo que normalmente es dolorososuele conducir a la comprensión de la propia existencia individual unida a la de los demás, o, mejor dicho, ser con los otros. El egoísmo, el centrar la vida en torno al propio ego, paradójicamente no conduce a la satisfacción personal, sino que va minando poco a poco la propia felicidad. Entonces, ese hilo es como una ley natural, una ley de reciprocidad, de adhesión, de fusión. Una ley de intercambio, o, para ponerse romántico, de amor.

La evolución conduce a la comprensión de esa ley.

Con un poquito de buena voluntad, podemos entender lo anterior como el fundamento de la vida: lograr, como individuo, un pasar social basado en la paz y la alegría. No se puede comprobar –ya está claro que esto no es matemáticas- que ese es el sentido "divino" de la vida, pero conviene tomarlo por fundamento simplemente porque el anhelo de felicidad es el mismo entre los seres humanos desde que el mundo es mundo. Toda organización social humana tiene por meta la armonía, la concordia, la amistad y… un sinfín de términos semejantes, independientemente de las circunstancias de cada día y de las configuraciones políticas, que son cambiantes y que suelen producir enfrentamientos según las ambiciones de cada cual. Lo único que no cambia son los deseos íntimos de vida armoniosa entre las personas, como una exigencia mental duradera. Eso no puede modificarse y se repite de generación en generación. Entonces, por muy diversas que sean las tendencias e inclinaciones individuales de la gente, la naturaleza humana en su fundamento es la misma en cada caso. El proceso interior que conduce al ordenamiento de la propia vida se repite como un patrón único, independientemente de que cada individuo logre su propia realización como persona. Es verdad que son pocos los que logran la felicidad, pero también es verdad que son muchos los que llegan a comprender que la superficialidad en la vida personal o la deformación del sentido de la vida son incapaces de satisfacer sus necesidades vitales. La inteligencia, la fuente que nutre el pensamiento, el hilo que une, siempre está ahí, y no se corta. Mientras más gente se vaya amarrando a él, tanto mayor será el bienestar de la humanidad y tanto más claro se hará el sentido de estar aquí.

 
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