La fobia destructora del hombre moderno es un tema sobre el cual se ha reflexionado y escrito mucho en estos últimos tiempos. Entre los autores que han tratado en profundidad este tema se destaca el alemán Ernst Jünger, quien parece ser el que más acertadamente ha logrado caracterizar al tipo humano en que esta fobia se manifiesta. Del diario íntimo de este pensador alemán extractamos el siguiente párrafo sobre los tecnócratas: "Enanos en la vida verdadera, gigantones de la técnica, por ello también, colosos de la destrucción, en la cual consiste su misión que ellos ignoran. De una claridad y precisión poco comunes en todos los asuntos mecánicos; deformes, atrofiados, obtusos en todo lo que se refiere a la belleza y el amor. Titanes de un solo ojo, espíritus de las tinieblas, negadores y enemigos de todas las fuerzas creadoras".
De acuerdo a estas palabras de Jünger, pues, la misión de estos señores es lisa y llanamente la de destruir, pero inocentemente… pues, ellos ignoran el alcance real de sus actos, siendo que, a juzgar por lo que ellos dicen, lo único que desean es construir. Pero treinta años de su eficiente labor constructiva en el mundo, han bastado para que a simple vista, desde el espacio cósmico, se pueda apreciar cómo y en qué gigantesca medida se cumple la misión de destrucción que Jünger les asigna, como nos lo hizo saber el astronauta ruso que nos visitó recientemente, quien pudo ver desde una nave espacial la atroz devastación del planeta en todas sus latitudes.
Se trata de personas que demuestran ser verdaderos parias de la cultura; víctimas de una dolencia espiritual de alta peligrosidad, esto es, ignorar el sentido de la vida. Porque el sentido sólo lo puede dar la pertenencia a una verdadera cultura humana, de la que ellos, por su concepción de las cosas se han marginado radicalmente.
El reduccionismo de su pensamiento es ya bien conocido en el mundo, sin que eso haya menoscabado hasta hoy su prestigio en las altas esferas, en las cuales están siempre muy bien representados, cualquiera sea la tendencia política imperante. Desde su posición de poder, vierten sobre la cabeza de la pobre humanidad un discurso banal que ellos creen pleno de sentido y esperanza, y en el cual hacen gala de capacidad, dedicación, conciencia cívica y hasta heroísmo, sin siquiera sospechar que ese discurso es recibido, consciente o inconscientemente, como una condena por la mayoría de los hombres, por la miserable concepción de la vida que en él está implícita. Porque para ellos la vida no es un don que se disfruta y agradece a Dios, sino un problema que se soluciona con recursos financieros, tecnología apropiada y capacitación. Por eso su discurso está referido sólo a cifras de macroeconomía, de producción de cosas, de crecimiento material, de inversión nacional y extranjera, de fluido de dinero y adquisición de cosas, de todo lo cual, el hombre común no recibe ningún beneficio real. De todo el resto ellos hacen tabla rasa, es decir, de la vida misma.
Carentes de toda sensibilidad para percibir la pobre condición sicológica en que penan las grandes masas ciudadanas y el cariz inquietante que va adquiriendo día a día la vida en los grandes centros urbanos, pueden enterarse de lo que ocurre en su tierra o en el extranjero, sin que eso les quite el sueño, aunque deban reconocer que en su conjunto, las noticias que se reciben a diario no tienen nada de halagadoras, y más aún, que ellas van configurando paulatinamente el panorama de un mundo moralmente en demolición. Y eso, porque su optimismo trivial y su confianza en el poder del dinero, están asegurados contra toda forma de crítica, de duda moral o religiosa, pues es su misma estructura sicológica la que está inmunizada contra todo lo que no sea ese intelecto utilitario que los caracteriza.
Habiendo excluido de su mente la pregunta por el sentido y la noción de totalidad, ellos sólo saben de lo suyo, aunque lo suyo, por una trágica coyuntura del destino llamada decadencia o crisis moral, hoy nos compromete a todos. Así, aunque sea penoso reconocerlo, nuestra vida, y la de todo el planeta, está, de hecho, en sus manos. Y digo que sólo de hecho, porque ellos no se dan por aludidos de tan tremenda responsabilidad. Ciertamente que ellos están conscientes de tener una responsabilidad, pero esa responsabilidad, que ellos invocan a menudo y con un tono que puede llegar a ser patético, no está referida a los hombres, sino a las cosas, a las cifras, a los mecanismos de un plan de crecimiento puramente material que se recicla a sí mismo por su propia dinámica, independientemente del medio humano y natural en que él se desarrolla. En ese plan los hombres somos el aspecto derivado de la cuestión principal, es decir, sólo recursos humanos…
La impotencia que nos aqueja a todos frente a su poder avasallador es sentida por ellos como algo normal, pues en su concepción de las cosas, los que ven el mundo como ellos lo ven, están en la verdad, y como ya nos lo enseñaron desde hace siglos, la verdad tiene todos los derechos; el error ninguno…
De ellos, y exclusivamente de ellos, depende que los países lleguen a ser lo que fatalmente han de llegar a ser a corto plazo, pues su reforma es la más eficaz y eficiente de cuantas ha conocido la historia, vale decir, van a imponer su razón mecánica a todo y a todos, van a intentar removerlo y movilizarlo todo (Jünger), sacarle dinero a todo como sea y al precio que fuere. Todo está preparado para que así sea. Sólo una cosa no van a poder manipular a su antojo, es decir, lo que está sólidamente asentado en el espíritu, la porción santa de la humanidad, en la cual se halla latente la vida futura en la Tierra.
Pero conviene que ellos sepan desde ya -porque eso pueden sí entenderlo, porque está a la vista- que su eficiente labor se ha realizado hasta aquí, de hecho, en desmedro de esa creatura que Dios hizo a su imagen y semejanza. Pues si hay en la actualidad conciencia de que los valores de la sociedad están gravemente erosionados, a medida que vamos entrando en una situación social que se vuelve cada vez más peligrosa y precaria, eso es el resultado del éxito que ellos han logrado aquí y en todas partes del mundo en tan breve tiempo. Porque sin duda, y como dice el evangelio de San Juan, ésta es su hora…
Porque a fin de cuentas, en su plan destructivo ellos no se limitan a la materialidad del mundo, sino que incluyen también al hombre. Por eso, si hay suicidios juveniles y aberraciones morales sin cuenta, terrorismo y delincuencia incontenibles, corrupción, depresión y satanismo, en medidas alarmantes, podemos estar seguros de que eso obedece, en gran medida, a la desolación que invade el alma de los pueblos cuando el discurso de tan poderosos y arbitrarios manipuladores de la vida, es el que, de hecho, define la realidad para todos, porque es obvio que sin que nadie atente directamente contra los valores, ellos mueren de asfixia en una atmósfera tan enrarecida.
Por eso, ante una situación de tal naturaleza, cuando no parece haber ya nadie que nos defienda, a nosotros, los hombres comunes, que formamos el cuerpo mismo de las naciones, lo único que nos queda es dejar de lado todo orgullo y pedir clemencia. Puede ser que así se despierte en estos nuevos titanes que nos tienen en su poder, un resto de humanidad, y se salven ellos mismos de esa condición mecánica y despiadada en que perdieron su identidad como hombres e hijos de una cultura cristiana.