Revista Dedal de Oro N° 65
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 65 - Año XI, Invierno 2013

QUEBRADAS Y ARROYOS

TORRENTES DE MONTAÑA
ALEJANDRO VIAL LATORRE
Geógrafo, encargado Unidad Patrimonio Cultural, Servicio de Salud Metropolitano Sur Oriente.
El Morado, diciembre 2009, Foto : Andrés Zavala.
EL MORADO, DICIEMBRE 2009, FOTO : ANDRÉS ZAVALA.

Entre las dificultades que encontramos en nuestra relación con las montañas se cuentan las crecidas y aluviones que se presentan en quebradas y arroyos a partir de precipitaciones líquidas intensas que afectan el área cordillerana, dado que -por la muy fuerte pendiente longitudinal de estos cursos de agua- el caudal es drenado muy rápidamente, llevando consigo grandes cantidades de material detrítico y de otra índole que yace en el lecho o en las laderas, pudiendo erosionar la base de estas y arrastrar instalaciones y enseres.

El torrente es un curso de montaña episódico. Es muy sencillo, y presenta tres elementos: la cuenca de recepción, en forma de embudo; el canal de desagüe, por donde circulan las aguas, y el cono de deyección, en la desembocadura. El lecho es torrencial y rocoso, con una fuerte pendiente.

Considerando que un milímetro de lluvia corresponde a un litro de agua por metro cuadrado, esa cantidad de lluvia equivale a diez mil litros por hectárea, es decir, diez metros cúbicos de caudal. Si agregamos las fuertes pendientes y el escurrimiento concentrado en un solo cauce, los caudales "disponibles" alcanzan montos muy superiores a lo que el estrecho canal de escurrimiento puede evacuar, ocasionando inundaciones y aluviones que afectan las partes más bajas y de menor pendiente.

Esto es lo que ocurre regularmente en los torrentes de montaña que forman parte del sistema de drenaje de nuestro entorno: lluvias esporádicas de gran intensidad que colman la capacidad de la red hidrográfica local, con el agregado de una importante cantidad de sólidos susceptibles de ser movilizados por la fuerza de las aguas.

De esta manera se explican los "desastres" que año a año hacen noticia cada vez que un evento pluviométrico se presenta en nuestra cordillera andina: las aguas escurren muy rápidamente arrastrando, destruyendo, inundando y sepultando parte del paisaje, con las instalaciones humanas incluidas.

Por poner ejemplos cercanos, la hoya del "Estero San Alfonso" tiene un área de unos 12 km2, con una "caída" de cerca de 1.800 metros, en no más de 10 kilómetros; la Quebrada de Ramón -en el frente cordillerano- desciende desde los 2.200 metros, en su origen, hasta los 900 metros, en su contacto con la cuenca de Santiago, en un recorrido de unos 12 kilómetros; similar a la Quebrada de Macul.

Si el hecho se presentara en la hoya del "Estero San José", bajando desde Lagunillas hasta el río Maipo, el caudal superaría los 100 m3/seg por cada mm de lluvia, pudiendo llevarse algo más que el puente. La estructura geológica de la hoya de este arroyo, sin embargo, facilita un escurrimiento limpio, lo que hace disminuir los riesgos potenciales.

En los hechos son las pequeñas quebradas las más susceptibles de ser afectadas por eventos catastróficos, debido a sus muy fuertes pendientes, la estrechez de sus cauces y la mayor densidad de material detrítico que se acumula a lo largo de su curso. Es por ello que las crecidas de los ríos asociadas a las lluvias llevan consigo grandes cantidades de detritos, que son responsables de la enorme turbiedad de las aguas.

Frente a esta realidad natural es recomendable adoptar medidas de prevención -como la limpieza de cauces y no levantar construcciones en ellos a fin de evitar que procesos naturales como los señalados se conviertan en "desastres".

 
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