Revista Dedal de Oro N° 62
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 62 - Año XI, Primavera 2012

HISTORIAS DE UN PUEBLO MINERO

EL MONITO DEL PASO DE LAS ORTIGAS
MANUEL ANTONIO OLAVE HERRERA
EL VOLCÁN, AÑO 2005.
EL VOLCÁN, AÑO 2005.

En 1940, en el pueblo de El Volcán, la Compañía Minera Merceditas estaba en pleno apogeo y daba trabajo a una gran cantidad de gente. Allí trabajaba mi abuelo, Braulio Herrera, y él le contaba esta y otras historias más a mi querida mamá, Yolanda Herrera Uribe, que en la actualidad vive en El Melocotón y que fue quien me relató esta historia.

Allí habían surgido quintas de recreo y cantinas donde los mineros lo pasaban bien y se distraían en sus ratos libres. Se rumoreaba que en los alrededores del pueblo ocurrían cosas sobrenaturales, por la riqueza que existía en el sector, y que en ciertos lugares había que tener cuidado porque si tú pasabas solo te podías encontrar con alguna sorpresa que te podía asustar. Así era en el sector llamado Paso de las Ortigas, por donde se accedía obligatoriamente hacia el socavón de la Minera Merceditas, de nombre El Porvenir. Decían que en ese preciso lugar se le aparecía un monito negro, chico, de no más de un metro de estatura, a todo minero o transeúnte que anduviera a pie por allí, y que los acompañaba hasta el socavón cuando iban a trabajar o hasta su campamento cuando venían de regreso, o hasta sus casas a los habitantes del sector que tenían la necesidad de pasar por ahí. Claro que los acompañaba siempre y cuando no le dijeran nada ni se asustaran, porque a la hora que lo hicieran y lo provocaran o le dijeran algún garabato, el mono se trasformaba, se ponía agresivo y la mugre les sacaba.

En el pueblo había un minero grande que había desafiado a una viuda -según les conté en la revista anterior- y la había descubierto, y los mineros le dijeron que si era tan agalla'o, por qué no se acercaba a Las Ortigas para ver qué pasaba con la aparición del monito. Este hombre era Ño Pancho Flores, famoso por lo guapo. Pero algo presentía Ño Pancho, pues nunca le había dado por ir adonde aparecía el mono. Pero para no quedar mal fue hasta el lugar, dotado de un arma blanca y encaró al monito. Le hizo la pregunta de rigor que él utilizaba, la misma que le había hecho a la viuda: ¿Eres de esta vida o de la otra? El mono no contestó. Le hizo tres veces la pregunta, y como el mono no le respondió le dijo algunos garabatos. El mono lo golpeó hasta que se cansó y luego lo arrastró hasta el otro lado del río, cerca de Las Coloradas. Lo dejó malherido entre los matorrales.

Tres días después unos arrieros que pasaban casualmente por el lugar sintieron quejidos y se acercaron hasta donde estaba el hombre moribundo para prestarle ayuda, preguntándole qué le había pasado, y Ño Pancho les contestó: "Es que fui a desafiar al monito y parece que no era de esta vida, porque me sacó la cresta y aquí me dejó güeno pa' na' el mono putamadre, 'iñor. Parece que efectivamente no era na' de esta vida". Entonces lo llevaron a la posta de primeros auxilios que existía en El Volcán, y a los días el hombre murió. El monito resultó ser más guapo que él.

Después de esto, el pequeño ser dejó de aparecer. Un día un muchacho, cuya madre era costurera en El Volcán, y que se tenía por valiente, pasó por Las Ortigas, esperó al monito pero éste no se presentó. Se quedó ahí y lo llamó, diciéndole aparécete monito tal por cual, pero el mono no aparecía. Al retirarse del lugar, el muchacho se enredó con una hebra de hilo muy firme, la tomó y la empezó a enrollar, logrando hacer un tremendo ovillo. Llegó a su casa y la hebra no se cortaba. Impresionado por el hecho cortó el hilo y le comentó a su mamá lo del hallazgo, y le dijo que le hiciera unos pantalones de fantasía para lucir el día domingo cuando fuera a la plaza del lugar.

En ese tiempo se usaban pantalones de vestir perfectamente planchados y camisa blanca almidonada, y peinados a la gomina, y se salía al pueblo a conversar y a ver chiquillas pasar. No se conocían los blue jeans; se vestía bien y no con zapatillas, sino con zapatos bien lustrados.

La mamá de este joven se hizo la lesa y dejó pasar el tiempo, y no hizo los pantalones solicitados por su hijo, pero el chiquillo insistió y le preguntó que por qué no se los había hecho con el hilo que él se había encontrado, y la mamá le contestó: Pero, hijito, donde tú te enredaste con la hebra de hilo fue en el Paso de las Ortigas, donde dicen que salía el monito, y yo tengo miedo… no vaya a ser cosa mala… Pero el muchacho le dijo: No, mamá, házmelos nomás, total qué va a pasar… si el hilo es súper firme. Y el joven insistió tantas veces, que la mama terminó haciéndole caso, pero le advirtió que si algo malo le pasaba no le echara a ella la culpa.

Cuando el domingo estuvo en la plaza con su pinta nueva, luciendo los pantalones cosidos con ese hilo y gastándole piropos a las jovencitas que se paseaban tímidamente por el lugar, al muchacho se le cayeron los pantalones, quedando sólo en calzoncillos y siendo motivo de risa de la gente que por allí pasaba.

Por eso siempre hay que escuchar el consejo de los padres y la gente mayor siempre tienen razón. Después de este hecho ahí ya no ocurrieron más cosas. Dicen los más antiguos que cuando ridiculizan a los que se creen guapos, ya no vuelven a suceder. Quedan solamente los recuerdos y las historias que, crean o no, a mí me la contaron por cierta.

 
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