En dos ocasiones, últimamente he leído en columnas de opinión de los periódicos capitalinos que católicos que emiten su opinión sobre el aborto sostienen que este crimen es propio del hombre de las cavernas (Cardenal Francisco Javier Errázuriz y profesor Gonzalo Rojas). Con un mínimo de reflexión al respecto se cae en la cuenta de que ambas afirmaciones constituyen un contrasentido, porque es de toda evidencia que si nuestros antepasados del "paleolítico" hubiesen practicado el aborto, nosotros no existiríamos y la especie humana se habría extinguido hace al menos diez mil años, es decir, en el "neolítico". La verdad incómoda es que nuestras madres antiguas amaron y cuidaron a sus hijos tan bien y mejor, que aseguraron la supervivencia de nuestra especie. Debemos agradecérselo.
Las aberrantes afirmaciones antes aludidas conllevan también el supuesto de que el modo de vivir de los hombres de los siglos XX y XXI es la manera propiamente humana de ser, lo cual, por lo que se ve cada día más, está muy lejos de ser una verdad. Es sólo una mentira cómoda. La manera propiamente humana de ser quedó atrás hace mucho tiempo. Para entender el alcance de lo que se quiere decir con esto debemos partir de la base de que todo ser vivo que habita esta tierra posee su "técnica" para satisfacer sus necesidades, la cual forma parte de la sabiduría de la comunidad. Sólo cuando esas necesidades se disparan hacia lo ilimitado a causa de una mente poseída por una desmesurada ambición, surge una civilización como la que poseemos hoy, la que está lejos de constituir una "cultura" propiamente humana. La humanidad de hoy está cautiva de las ambiciones de los poderosos, y los habitantes de la tierra, como individuos, por esa causa, carecen de vida propia. La política con que se gobierna a las naciones es un reflejo de las expectativas de los talentosos, especialmente los empresarios. Para el mundo que ellos nos han inventado, no se necesita a Dios, ni ninguna referencia a la trascendencia. Peor aún, la fe en ese orden de cosas es un obstáculo para el logro de lo que ellos se han propuesto.
Los patrones de pensamiento y de comportamiento del hombre medio que se han impuesto hoy en el mundo se alejan peligrosamente de lo específicamente humano. Se vive en la total intrascendencia a causa de la extinción del espíritu que dio nacimiento a nuestra cultura occidental. Pero, ¿qué es lo propiamente humano? Dos cosas esenciales distinguen a los integrantes de nuestra especie: la Conciencia y el Amor. Un hombre que carece de ambas cosas no puede ser considerado como propiamente humano. La "función consciente" distingue a la especie homo sapiens de las demás especies de mamíferos y le permite conocerse a sí mismo, representarse el mundo y conocer el sentido. El conocimiento de sí mismo y del sentido es lo que caracteriza a la Sabiduría. El amor es el nexo armónico y benéfico que en su comportamiento le permite al hombre relacionarse con los demás hombres, seres vivos y elementos de su entorno sin causar daño a la vida ni frustrar los propósitos de su evolución.
El actual modelo de civilización aleja al hombre de la posibilidad de conocerse a sí mismo y autosuperarse mentalmente, y al privilegiar la eficiencia y la mecánica acelerada del acontecer social, aleja también al hombre de la posibilidad de estar presente para los demás y tener con ellos una relación basada en el amor y el respeto. La competencia acaba con todo el espectro de nuestros sentimientos. Por eso se puede decir que el tipo humano medio que se ha impuesto en el mundo no vive, sólo funciona.
Con estos elementos de juicio avalados por los hechos que nos toca vivir cotidianamente, podemos entender que estamos situados ante una encrucijada. Varios caminos y direcciones puede seguir la especie humana, todos peligrosos, salvo uno. Un proceso de una transformación profunda está en marcha. Porque si el tipo humano medio que se ha impuesto hoy en el mundo carece de amor, respeto y conciencia, por otra parte hay una humanidad emergente que sí es verdaderamente humana. No se debe ceder, sí, a la tentación de identificar a esa humanidad emergente con nuestros "indignados" de hoy. Los bolcheviques fueron también indignados en su época, y cuando tuvieron el poder total construyeron una sociedad supuestamente justa que a poco andar devino en una dictacura espantosa en la cual germinó la nueva jerarquía social de los funcionarios y comisarios, de los del partido único y los otros; una gran potencia que privó a su pueblo de la conciencia y lo sometió al régimen del terror. Un centro de poder depredador cuya ideología negaba toda posibilidad de tomar conciencia de lo que es la trama de la vida en el planeta. Los "indignados" de hoy protestan por la explotación y el engaño de que son víctimas, pero si el poder les fuera transferido, no tenemos muchas garantías de que lo que construirían fuera una sociedad de verdaderos seres humanos.
La hipótesis que propongo es que la encrucijada en que estamos situados sea semejante a la que la especie humana enfrentó hace treinta mil años. Había entonces dos variedades del homo sapiens, el Neardenthal y el Cromagnon. El primero era más fuerte y resistente, el segundo era más frágil, pero más consciente. El primero, por su gran habilidad como cazador, sufrió un proceso de especialización que limitó sus otras posibilidades de desarrollo psíquico, y se extinguió como especie. El Cromagnon, en cambio, fue puesto a prueba por cataclismos, inclemencias climáticas y depredadores, hasta sacar nuevas fuerzas de sus limitaciones. Así, su psique más transparente le permitió tomar conocimiento de sí mismo, y por su experiencia dentro y fuera de su persona, captar las