A principios del siglo pasado, por nuestra provincia asolaron muchos hombres que, errantes por las montañas, escapaban de la justicia por delitos cometidos: asaltos, asesinatos y violaciones. Sin dios ni ley recorrían los senderos, a veces a caballo y otras a pata -para no dejar rastros-, siempre con la pistola al cinto. Cientos de ellos recorrían Chile, cruzando hasta Argentina por pasos fronterizos. La sociedad en nuestro país ha sido de estratificación, existiendo siempre un grupo oprimido y explotado. Algunos optaban por el vagabundaje y la mendicidad para sobrevivir, y otros, por el bandolerismo, como forma de descontento y rebeldía. En casi todos los bandoleros existe una coincidencia: la pobreza, el abandono en su niñez y la explotación.
Era bastante característico su atuendo: sombrero, pañuelo al cuello, camisa, un chaleco de lana, un paletó, una manta de castilla, pantalones y unos zapatos rotos. La ropa huele a humo, llena de sebo, entierrados transitan. A la salida del sol se lavan la cara para despegarse las legañas y parten huyendo por entre los cerros. Llevan al hombro un saco con comida y los choreos. Si les falta carne, cualquier animal que encuentren en su camino servirá como una buena presa sobre las brasas. Conocen rutas ocultas, cajones por donde pueden llegar a zonas alejadas en que la policía no les pueda encontrar. Conocen el comportamiento de la naturaleza, sus encantos y secretos, hierbas que curan las heridas de balas y caletones donde cubrirse del frío o la nieve.
Eleodoro Hernández Astudillo era uno de ellos, más conocido como el Ñato Eloy. Para algunos, es recordado como un hombre que carga con las culpas de todos los delitos, pero para otros es un delincuente peligroso. Cuentan que su primer encuentro con la justicia fue cuando no quiso hacer el servicio militar. Luego deja herido a un mayordomo y de ahí muchas fechorías comete. Dicen que entraba en los fundos y violaba a las mujeres luego de matar a sus maridos. Se le reconocen muchos delitos, y cuando era atrapado por la policía se las ingeniaba para escapar.
Eloy cree en la Virgen de Carmen y en la magia negra. La cultura popular cuenta que cuando supo que sería fusilado, él -según les contó a sus compañerospidió un último deseo: que lo fusilaran sólo siete hombres, y que, cuando apuntaron, pronunció unas palabras negras, con las que desapareció para nunca ser encontrado. No se sabe si esto sucedió efectivamente.
Por el Cajón del Maipo se dio varias vueltas escapando de la policía. Una niña de ese tiempo lo vio –hoy tiene 86 años-. Cuenta que un día de primavera su madre la mandó a lavar la ropa al estero Las Monjas, y estando en sus labores pasó un hombre harapiento, con el rostro opaco y duro y, mirándola secamente a los ojos, le dijo que si alguien le preguntase por él jamás dijese nada, pues si lo hacía la vendría a buscar para cortarle el pescuezo. Asustada, la niña corrió a su hogar, no contando jamás del hecho a sus padres.