La Iglesia Católica ha defendido desde sus comienzos la riqueza material, la dominación de los pueblos nativos y el sometimiento de las clases desposeídas. Sin embargo, reconozco el trabajo excepcional de algunos de sus miembros por proteger a los desvalidos. En un país como Chile se dan las condiciones perfectas para una sociedad de segregación, todo amparado bajo el alero de una Iglesia Católica tan corrupta como sus miembros más prominentes. Desde la vieja oligarquía chilena hasta los más destacados miembros de la farándula criolla, participan alegremente en el desprestigio y aniquilación de cualquier asomo de rebeldía que venga a poner en peligro el estado de cosas que salvaguarda sus privilegios heredados o adquiridos con usura o prostitución espiritual.
Los movimientos ecológicos son tolerados mientras mantengan su perfil bajo. La conciencia ecológica de este país es casi nula. Se puede apreciar en el paisaje santiaguino a simple vista. La eliminación de áreas verdes por parte de las poderosas sociedades constructoras ha convertido la capital en un monstruo de cemento, de aires irrespirables, enfermante e inhóspito. Las últimas áreas verdes en torno a Santiago, como el Cajón del Maipo, están siendo amenazadas por las hidroeléctricas y otros grupos de intereses. Para subir a pasear a los cerros, o bajar al río, o maravillarte con una cascada, tienes que pasar por terrenos privados, pagar un peaje o simplemente sentirte invadiendo un lugar privado si accedes de manera furtiva. Los bosques nativos suelen perecer bajo voraces incendios provocados. Otros bosques están en poder de los adinerados de siempre y de extranjeros, que al parecer los protegen. Las aguas dulces chilenas también están en manos de extranjeros y todos los que tenemos un poco de inteligencia sospechamos que el agua en un futuro no muy lejano, valdrá más que el oro. Aquellos que tienen el poder de compra ya lo saben hace mucho.
Tenemos excelentes personas en el movimiento ecológico chileno, como Juan Pablo Orrego, Sara Larraín o Manfred Max-Neef; este último, un economista humanista a quien descubrí a través de Internet. Tenemos periodistas que no temen hablar la verdad, como Fernando Paulsen, Alejandro Guillier y Tomás Mosciatti. ¡Qué pena que las personas inteligentes y buenas no sean escuchadas! Tal vez nos merecemos todo lo que está sucediendo, toda la rapiña desatada.
Los años de Dictadura convirtieron a mucha gente en personas temerosas, traidoras, sometidas y rastreras, que temen enfrentar la furia del enemigo, que aún les muestra sus ponzoñosos colmillos. Mientras la gran mayoría no se atreva a luchar por su patrimonio y sus derechos, seguiremos pagándoles el sueldo a funcionarios corruptos y abusivos, que se quedan con los ahorros previsionales, a quienes hay que pagar una coima para acelerar los procesos de jubilación o soportar humillaciones por abusos de uniformados que aún piensan que la Dictadura sigue vigente.
Cuando los privilegios de la oligarquía, de la Iglesia y de los grandes grupos económicos se ven amenazados salen a relucir las verdaderas caras de los demócratas, tan aficionados a rezar y a confesarse, tan amantes de una prole numerosa. Entonces se saca la última carta de la manga y se recurre a un golpe de estado o pronunciamiento militar, como se ha dado en llamar últimamente, para eximir de culpa a los civiles responsables, para que se escuche menos sangriento y de menos mal gusto, cuando se intenta recuperar una tan manoseada democracia, pero que es mejor para hacer negocios transnacionales, que tener a un par de gorilas gobernando. Aunque, como se manejan ahora los intereses económicos a nivel mundial, da lo mismo la opinión de la gente, ya que se firman acuerdos con poderosos países en que se atenta contra los derechos humanos, evitando todo conflicto que ponga en riesgo los suculentos negocios.