Me he dado cuenta de un tiempo a esta parte, de que he estado en muchos lugares y no he dejado huellas, y lo digo literalmente, no he dejado huellas... Lo supe la otra mañana oscura con atisbos de claridad de media tarde. Extraño, verdad, bueno, tan extraño como no dejar huellas. Yo me encontraba viendo el cielo como todos los días a las 11:03 minutos. Cuando terminé mi ejercicio, porque lo es, me estaba yendo y me di cuenta de que estaba parado sobre tierra, así que me detuve a mirar cómo eran las huellas que dejaba. De un momento a otro se me ocurrió y mi decepción fue mayúscula cuando me percaté que al caminar no dejaba huellas. Al principio me asusté y luego me di cuenta, o por lo menos eso creía, de que se debía a que andaba descalzo. Me vestí rápidamente y fui a una tienda y pedí urgente unos zapatos no importando marca ni calidad, solo me importaba que tuvieran huellas, y el vendedor me aseguró que dejaría huellas. Salí feliz con mis zapatos con huellas nuevas, ansioso de caminar por un lugar donde probar la calidad de mis huellas, hasta que llegué a una zona donde había tierra. Feliz corrí hasta esa zona e hice todos mis esfuerzos. Corrí, salté, pero nada, me saqué los zapatos y los arrojé lo más lejos que pude y luego me senté a llorar. De pronto se me acercó un tipo que nunca supe de donde salió y me preguntó a qué se debía mi congoja y le expliqué mi problema. El tipo sólo me escuchaba, hasta que me preguntó qué era lo que más amaba hacer y le respondí que me dedicaba a hacer poemas, y luego me entregó la solución: Desde ahora en adelante, adonde vayas, por todos los lugares donde camines, irás tirando tus poemas. En el momento en que le iba a agradecer tan buen consejo, el tipo desapareció tal como llegó, y desde entonces camino descalzo por todos los lugares donde voy, pero con la diferencia que ahora dejo mis huellas y la gente me conoce como el tipo que en vez de huellas deja poemas...
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