“salvaje” (como lo llamó el Papa Juan Pablo II), ingeniero de sistemas de la empresa de envíos y embalajes FedEx, no es humano; es una máquina apremiada por el tiempo útil y la eficiencia, obsesión que ha anulado en él su afectividad y su capacidad de relacionarse armónicamente con los demás.
Su naufragio y exilio del mundo por cuatro años y las enseñanzas que obtuvo de esa experiencia en su isla deshabitada, elevan dicha filosofía barata a la categoría de una sabiduría altamente estimable. Chuck Noland se ve obligado a prescindir del soporte tecnológico y el aparato conceptual de la civilización actual, y regresar a las etapas de evolución de la especie humana de los tiempos paleolíticos. Así aprende a sacar fuerzas de flaquezas, a enfrentarse al orden natural sin tener inicialmente una disposición psicológica adecuada, a usar su inteligencia en adelante en un sentido de pura sobrevivencia, pero sobre todo a liberarse del tiempo y a enfrentarse a sí mismo.
En este proceso se hace intervenir el concepto de “destino”, insinuando que en la deformación del carácter de un hombre llamado a acceder a la sabiduría, su destino superior es capaz de detener su carrera a la perdición mediante accidentes de los que pueden derivar graves consecuencias. Asimismo, se destaca la idea de que el hombre, al excluirse de la armonía, la belleza y los ritmos de la naturaleza, perdió su centro como criatura consciente.
En el proceso de transformación del protagonista pueden distinguirse claramente las etapas transcurridas desde el periodo paleolítico a la civilización, incluyendo la caverna como morada y templo de iniciación, el comportamiento ritual en referencia a una divinidad tutelar, la tecnología lítica, y el arte de la pesca y la recolección de frutos, hasta el momento cumbre en que nuestro héroe deviene un chamán experto en el arte de encender fuego frotando dos maderos.
Pero si la tecnología moderna, representada en los objetos que el mar tiró a la playa después de que el avión en que viajaba Chuck Noland se precipitó al mar, no le sirvió mucho para el plan de regreso al mundo que él concibió, lo que sí le sirvió mucho y que fue el fruto de su costoso aprendizaje de hombre primitivo, son los elementos naturales que la isla le ofreció para construir la balsa de su salvación. Así, el protagonista, en el fondo, sólo fue autorizado a volver al mundo de los hombres cuando recuperó todas sus aptitudes originales libre del auxilio de la técnica en que antes basaba su orgullo y seguridad psicológica, y cuando de su enfrentamiento consigo mismo obtuvo un fruto de verdadera humanización y sabiduría.
Este mensaje del realizador (Zemeckis) contenido en esta aventura concierne por igual a todos los hombres que hoy laboran fatigosamente en la maquinaria de esta civilización y sienten lo que Freud llamó el «malestar» de la cultura.
En su regreso al mundo de los hombres vemos a Chuck Noland poniendo en orden pausadamente sus asuntos materiales y humanos, incluido su reencuentro con su novia Kelly Friers, quien está casada con otro hombre. Ahora Chuck Noland es un hombre de contextura más bien delgada, que habla poco, que se toma su tiempo para todo, que no reacciona agresivamente ante nada y que, sobre todo, examina y observa todo lo que hay en su entorno, a todo lo cual en adelante debe darle un nuevo sentido. Pero su experiencia del aislamiento no le permite ya pasar a integrar la gran masa urbana, sin alma y sin rostro. Así es como el destino lo conduce al campo, a una granja aislada en una inmensa llanura despoblada, lugar de residencia de una mujer llamada Bettina, quien vive sola enfrentando la vida en gran parte confiada en su sola capacidad, como él lo hizo en su isla desierta. Su encuentro con ella, aparentemente casual, se debe a que este ex empleado de FedEx guardó una de las cajas de la carga del avión accidentado que el mar depositó en la playa y se negó a abrirla, en la esperanza de ser rescatado y cumplir, al menos con ese envío, su deber de llevar la mercadería a su destino. Así, el destino de Chuck Noland ordenó la secuencia de hechos de su vida, pues se entiende a la postre que sólo una compañera que haya vivido una experiencia semejante a la suya podía entenderlo.
La conclusión que podemos desprender de esta fascinante aventura es que el hombre debe ser fiel a su propia naturaleza, pero que es la sociedad de consumo la que lo desvía de su destino. Sólo puede regresar a sí mismo recuperando su filiación a la tierra y, con ella, todo lo que esta civilización materialista ha desechado y dejado atrás.