Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 55 - Año IX, Verano 2011
INDÍGENA
- CHAMANES LATINOAMERICANOS -
EN LA QUINTA REGION - EN LA PROXIMIDAD DE CASABLANCA

En el valle de Quepilcho, el mes pasado se reunieron dos mil personas, entre ellas sesenta venidas del extranjero, para asistir a los rituales, talleres, diálogos y conferencias de chamanes venidos de comunidades indígenas de toda Latinoamérica. Sus organizadores, miembros de un grupo de espiritualidad y ecología llamado «Raíces de la Tierra», residente en Santiago, dieron muestras de una eficiencia rara en Chile, como también de una generosidad admirable, pues financiaron todo previamente con medios propios, recuperando una parte con la entrada pagada por los participantes. Digo una parte, pues los participantes mayores de sesenta años estaban exentos de pagar entrada.

Mientras me hallaba entre esa multitud que oraba, o bailaba, o cantaba, meditaba, comía, escuchaba, ayudaba, servía, no pude menos que recordar el célebre Woodstock de los años sesenta, en el que
 
miles de hippies de EE.UU. y del mundo se reunieron en un campo a practicar sus ritos de rebeldía, juego y música, dejando sobre la hierba el más repugnante basural que se haya amontonado en la historia del mundo. Lo cual comenté con otros asistentes a Quepilcho, para llegar todos a la conclusión de que el movimiento hippie pertenecía al mismo sistema que criticaba porque obedecía sólo a una actitud reactiva, no creativa.

Este Woodstock chileno,»chamánico» era todo lo contrario. La atmósfera general era grata, pacífica, feliz, ordenada, sin actitudes discordantes, sin chistes ni «chorezas» ni impertinencias agresivas. Había serenidad, apertura, amor, amistad real, transparencia y limpieza. Ahí donde pudo quedar un basural enorme, toda la basura se recicló y sólo quedó sobrante un barril de desechos que se depósito en la ciudad para ser recogido por los camiones.

Los chamanes dieron muestras de sentirse muy a gusto entre esa multitud de gente que compartía con ellos una espiritualidad no centrada sólo en el hombre, sino en nuestras relaciones físicas y psíquicas con la tierra, sus fuerzas visibles y ocultas y su mística esencialmente benéfica.

Los rituales se efectuaron en un nivel más bajo que el de la superficie de la explanada del valle, en un forado circular de dos metros de profundidad y más de quince o veinte metros de diámetro, al que se descendía por una rampa de un metro de ancho. Abajo había cuatro altares con ofrendas y adornos ceremoniales. Ese lugar bajo representaba el vientre de la «Ñuque Mapu», esto es, la «Madre Tierra».

Nuestros mapuches estaban representados por un machi joven llamado Cristián, quien venía con dos ayudantes. Su ceremonial, el más largo, fue acompañado por dos trutrucas que tocaron dos jóvenes no mapuches, a los cuales me sumé tocando la pifilka. El machi tocaba su cultrún y sus «cascahuillas» (cascabeles). Había también una mujer mapuche, que es poetisa, acompañada de una joven chilena enteramente ataviada con el traje ceremonial y las joyas de las mujeres de la etnia, quien cantaba en mapudungún de un modo admirable.

Durante el ritual mapuche soplé alternada y rítmicamente dos orificios abiertos en una pifilka de piedra hallada en un terreno de arado en la Novena Región, instrumento que puede tener varios siglos de antigüedad. Y sin darme cuenta lo hice durante tres cuartos de hora, sin experimentar ahogo ni cansancio, esto a mis 84 años de edad. Pues, la energía liberada por los ritos y la concordia psíquica de tantas personas fuertemente motivadas, nos impregnó a todos sin que ninguna sombra maligna se interpusiera en esa catarsis.

Los organizadores tienen programados dos encuentros más con los chamanes para los años siguientes, después de lo cual el ciclo de cuatro encuentros se traslada a otro país del continente. En este caso, el sucesor de Chile será Colombia.

El objetivo de estos encuentros es dar satisfacción a quienes en los países latinoamericanos militan en los movimientos ecologistas y espiritualistas de orientación aborigen, estado actual de la evolución de la espiritualidad moderna, particularmente característica de nuestro continente por la fuerte presencia de nuestros pueblos originarios que conservan sus antiguas tradiciones espirituales, las cuales, a diferencia del yoga y la religión, son inseparables de la mística de la tierra. También se procura en los rituales y rogativas purificar el medio ambiente de todas las malas influencias provenientes de las empresas cuyas instalaciones contaminan física y psicológicamente los lugares naturales, con las nefastas consecuencias que se siguen de todas esas interferencias.

Al conocer a tantas personas que comparten con uno esos mismos ideales, al verlos comportarse en forma tan armónica y fraternal, al verlos tan vivos, inspirados y limpios; al ver en nuestro entorno tanta felicidad real, uno tiene la sensación de que en ellos está naciendo un nuevo tipo humano.

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