Las mañanas primaverales hacen bien. El sol aparece temprano y sus rayos dorados comienzan quemando La Isidora, montaña imponente que cerca y cuida como un gigante a San José Maipo y en la que se entrecruzan bellos colores: el gris de sus rocas, el verde de su vegetación y el azul del cielo prístino que la cuida.
A sus pies vivían dos abuelos llenos de vida y pasividad, de esos que sólo entrega el campo, con una salud envidiable gracias a los alimentos que con la ayuda de sus propias manos producían: papas, choclos, cebollas, perejil, orégano y mucho más expeliendo olores culinarios a su hogar. La carne la obtenían de su ganado y para que durara más la salaban y secaban, haciendo charqui. Había huevos frescos de gallina infaltables en los ricos desayunos y por supuesto vino tinto en las comidas, aunque ese debían ir a comprarlo al pueblo.
En verdad, su pasiva vida sólo los hacía ir al pueblo a comprar velas, sal, azúcar, té y tinto. La platita se obtenía vendiendo cargas de leña, la cual se recolectaba en la quebrada del Papagayo. La gente llegaba a comprar y ellos la bajaban cargada en un macho.
Siempre que cruzaban al pueblo lo hacían muy rápido. La sed era tremenda. Él cariñosamente subía a su mujer al anca del macho, sentada de lado como una dama, y él, como buen jinete, comandaba a la bestia. Cruzando por el puente colgante de El Toyo salían a la carretera y al llegar al pueblo su primera parada era en la botillería Don Félix. Pedían dos botellas para empezar y se sentaban en la cuadra que da hacia la calle del cerro. Allí estaban largo rato, hasta que comenzaban a subir la voz. La gente no entendía el porqué, pero poco a poco comenzó a quedar claro que su amor, que no esperaba ni descansaba, sumado a los traguitos de vino, los hacía ponerse celosos de quienes pasaban por la calle, damas o varones.
Uno de esos días partieron raudos al pueblo a ponerse unos quiños. Se subieron al macho, como de costumbre, y después de cruzar el puente colgante de la Pata de Diablo e instalarse en la carretera, el anciano apuró el tranco. La idea era llegar temprano para instalarse en la botillería, pero dicen que de repente la bestia encogió el culo y la mujer se desplomó al suelo, quedando tirada en la calle… El hombrón nada escuchó y siguió su marcha, hasta que una persona conocida lo alcanzó en un vehículo, cerca ya de la cruz roja, y le dijo:
-Oiga 'iñor, su viejita está tirada más arriba, llorando, diciendo que del macho se había caído y usté no se dio cuenta. Con nosotros no se quiso venir...
Asustado, el hombrón se devolvió, pero a peñascazos fue recibido. Y le gritaba la mujer:
-¡Viejo 'e mierda, me botaste del macho pa` ir a mirar mujeres pal` pueblo!
Él le respondía con pena y risa, a su amor, a la que casi pierde botada en el camino sin darse cuenta siquiera. DdO |