El 
                          poeta Theodoro Elssaca, en los años ochenta, 
                          obtuvo el financiamiento y el equipo para una expedición 
                          a la selva amazónica. Después de recorrer 
                          embajadas e institutos en Europa logró interesar 
                          a los franceses en su arriesgada aventura. El río 
                          Amazonas, más que un río, a veces se asemeja 
                          a un océano. Sus cientos de afluentes, al penetrar 
                          el caudal de sus aguas, chocan sus corrientes formando 
                          grandes vórtices. Lo vimos en la película 
                          «Aguirre o la ira de Dios», de Herzog. Lo 
                          vivió en carne propio Elssaca, y en la aventura 
                          murieron sus tres acompañantes. Quedó 
                          solo a merced de la magia selvática de los árboles, 
                          las plantas, las bestias, los insectos y los pájaros, 
                          a los que se agregó luego el rito de los hombres 
                          de palabra poderosa: los chamanes de las tribus de cazadores 
                          recolectores que aún viven en esa foresta gigante, 
                          como nuestros antepasados del paleolítico.
                         
                          ¿Cómo logró ser admitido este poeta 
                          en la intimidad de la fiesta sagrada de tantas comunidades?.
                        El 
                          fenómeno, aunque inusual dada la desconfianza 
                          del indígena por toda intromisión foránea 
                          en el secreto de sus rituales, se debe a que la misma 
                          capacidad intuitiva del aborigen suele revelarle también 
                          directamente, cuando la hay, la buena disposición 
                          del extraño. El suscrito conoce esta experiencia 
                          por su participación en los rituales mapuches, 
                          cuando algunas machis y loncos captaron sin mucho interrogatorio 
                          el estado interior en que se presentaba como mero espectador, 
                          y lo invitaron a una participación más 
                          activa en la danza y el toque de instrumentos musicales 
                          del ceremonial.
                        El 
                          resultado de la experiencia de Elssaca es un hermoso 
                          libro, que el autor se resistió durante muchos 
                          años a publicar, por la insatisfacción 
                          de una forma de poesía que no parecía 
                          reflejar en toda su cruda realidad la magia de las ceremonias 
                          en que participó. Guardó por eso el texto, 
                          y lo dejó enfriarse, confiado en que la permanente 
                          evocación de lo vivido, por el efecto del tiempo, 
                          depurara el lirismo romántico que espontáneamente 
                          afloraba cuando intentaba transcribir al verso lo que 
                          fue ritmo y sonido natural para el habitante de la selva. 
                          Así fue como después de un esfuerzo sostenido 
                          Theodoro Elssaca logró dar forma viva y ritmo 
                          ceremonial a su fascinante y extenso poema «El 
                          Espejo Humeante». El conocimiento que el autor 
                          llegó a tener de los nombres de animales, plantas 
                          y piedras de poder, ríos, lugares perdidos, pócimas, 
                          ritos y personas en los dialectos de la inescrutada 
                          Amazonía son los elementos que más contribuyen 
                          a hacer de este poema una música verbal de mágico 
                          poder. El Espejo Humeante se adivina como la hebra ancestral 
                          que va relacionando la secuencia de los ritos, la que 
                          por momentos se hace tan tenue que parece sumergirse 
                          o cortarse, para reaparecer siempre como un renacer 
                          después de sucesivas muertes o transformaciones, 
                          en ceremonias de identificación con ancestros 
                          totémicos o elementos cósmicos. Por eso 
                          cuando Elssaca dice: «Escucho los pasos de los 
                          animales que yo he sido», es como la reedición 
                          de todo el pasado mítico, totémico y animista 
                          de la especie humana, que en una ceremonia de regresión 
                          los chamanes le hicieron vivir al autor para su regeneración 
                          como habitante de este mundo.
                        El 
                        libro, en venta hoy en las principales librerías 
                        de Chile, es además un libro-objeto del arte editorial. 
                        Su hermosadiagramación 
                        combina de un modo fascinante las líneas del texto 
                        con petroglifos de milenaria antigüedad,