Encabezado Dedal de Oro
LINTERNA-TURA
Un viento para la historia

De la literatura que siempre alumbra, presentamos esta vez un segundo cuento de "El libro de las mil noches y una noche". En este texto se demuestra que un acto inoportuno, aunque sea casual, puede traer consecuencias nefastas para el resto de la vida, y aún más. Como la anécdota siempre deja traslucir un fondo, una pregunta flota en nuestras conciencias al terminar la lectura: ¿Tan casual es la vida, que una simple ventosidad puede cambiar el destino de un ser humano?.

Abul-Hossein
"Abul-Hossein, con vergüenza en el
corazón, bajó al patio, ensilló su
yegua y, abandonando su casa
y a su esposa, huyó a través
de las tinieblas de la noche..."

Se cuenta –pero Alá es más sabio- que en la ciudad de Kaukabán, en el Yamán, había un beduino de la tribu de los Fazli, llamado Abul-Hossein, quien ya hacía largos años había abandonado la vida de los beduinos y se había convertido en un ciudadano distinguido y en un mercader entre los mercaderes más opulentos. Y se casó por primera vez siendo joven, pero Alá llamó a la esposa a su Misericordia después de un año de matrimonio. Así es que los amigos de Abul-Hossein no cesaban de apremiarle para que se casara por segunda vez, repitiéndole las palabras del poeta:

¡Levántate, compañero, y no dejes que se pierda la primavera!
¡Ahí está la joven! ¡Cásate! ¿Acaso ignoras que en la casa la mujer es un libro inigualable para el año entero?

Y Abul-Hossein, sin poder ya resistirse a las insinuaciones de sus amigos, se decidió a recurrir a las viejas componedoras de matrimonios, y acabó por casarse con una joven tan hermosa, cual la luna brillando sobre el mar.
Y con motivo de la boda dio grandes fiestas, a las que invitó a todos sus amigos y conocidos, así como a doctores, faquires, derviches y ascetas. Abrió de par en par las puertas de su casa e hizo servir manjares de toda especie, entre otras cosas arroz de siete colores, sorbetes, corderos rellenos con avellanas, almendras y pasas; y una cría de camello asada entera y servida en un pedazo. Y todo el mundo comió y bebió y disfrutó de júbilo. También se paseó y exhibió a la esposa ostentosamente siete veces seguidas, vestida cada vez con un traje distinto y más hermoso que el anterior. Y hasta una octava vez la pasearon en medio de la concurrencia, para la satisfacción de los invitados que aún no habían logrado saciar sus ojos con la belleza de la muchacha. Después las damas de edad la llevaron a la cámara nupcial, la acostaron en un lecho alto como trono y la prepararon en todo sentido para la llegada del esposo.

Entonces, destacándose del cortejo, Abul-Hossein penetró lenta y dignamente en el aposento de la desposada, y, para mostrar a su esposa y a las damas del cortejo cuán lleno de mesura estaba y cuán discreto era, se sentó todavía un momento en el diván, sin apresuramientos. Luego se levantó con cortesía para recibir los parabienes de las damas y despedirse de ellas antes de acercarse al lecho en que lo esperaba su niña, pero he aquí que, ¡oh calamidad!, de su vientre, que estaba llenísimo de comidas pesadas y de bebidas de todo tipo, se escapó una ventosidad ruidosa hasta el límite del ruido, estremecedora y larguísima. ¡Alejado sea el Maligno!

Al oír aquel estruendo, cada dama hizo como que se concentraba en lo que tenía a su lado, poniéndose a hablar en voz alta y fingiendo no haber oído nada. También la muchacha recién casada, en vez de echarse a reír o de burlarse de su reciente esposo, se puso a hacer sonar sus pulseras para amortiguar el terrible ruido. Pero Abul-Hossein, torturado hasta el límite de la tortura y pretextando una necesidad urgente, con vergüenza en el corazón, bajó al patio, ensilló su yegua, saltó al lomo del animal y, abandonando su casa y a su esposa, huyó a través de las tinieblas de la noche. Salió de la ciudad y se adentró en el desierto llegando a orillas del mar, donde vio un barco que partía hacia la India. Se embarcó y llegó a la costa de Malabar.

Allí hizo amistad con varias personas oriundas del Yamán, quienes le recomendaron al rey del país. Y el rey le dio un cargo de confianza y lo nombró capitán de su guardia. Así vivió en ese país durante diez años, honrado y respetado, en la tranquilidad de una vida deliciosa. Cada vez que el recuerdo de su viento asaltaba su memoria, lo ahuyentaba como si fuera un mal olor.

Pero después de diez años lo poseyó la nostalgia de su país natal y poco a poco fue enfermando de languidez. Sin cesar suspiraba pensando en su casa y en su ciudad, y creía morir en el deseo reconcentrado de volver. Hasta que un día, sin poder ya resistir los apremios de su alma y sin siquiera tomarse tiempo para despedirse del rey, se evadió y retornó a su tierra. Allí se disfrazó de derviche y fue a pie a la ciudad de Kaukabán. Ocultando su nombre y su condición llegó a la colina que dominaba la ciudad, y con los ojos llenos de lágrimas vio la terraza de su antigua casa y todas las otras terrazas contiguas. Entonces se dijo: "¡Menos mal que nadie me reconoce! ¡Haga Alá que todos hayan olvidado mi historia!" Y, pensando así, bajó la colina y tomó por atajos intrincados para llegar a su antigua casa. Pero en el camino vio a una vieja que, sentada en un umbral, le quitaba los piojos de la cabeza a una niña de unos diez años. Y decía la chica a la anciana: "Oh madre mía, desearía saber la edad que tengo, porque una compañera mía quiere hacerme mi horóscopo. ¿Me dirás, pues, en qué año he nacido?" La anciana reflexionó un instante y respondió: "¡Oh hija mía, naciste en el mismo año y en la misma noche en que Abul-Hossein soltó su pedo!"

Cuando el pobre Abul-Hossein oyó estas palabras hubo de desandar lo andado, y lo hizo con piernas más ligeras que el viento. Y se decía: "¡He aquí que tu viento es ya una fecha en el calendario, y se transmitirá a lo largo de las edades mientras de las palmeras nazcan flores!" Y no dejó de correr y viajar hasta llegar a la India, donde vivió en el destierro lleno de amargura hasta el día de su muerte. ¡Sean con él la misericordia y la piedad de Alá!

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