Recopilado
por Julio Arancibia O.
Esta
leyenda surge desde de una antigua historia, que habla de
un singular personaje, un extraño hombre, que llegó
hace
muchísimos años a la región del Cajón
del Maipo. Era alto como un roble, apuesto, y vestía
todo de negro. Tenía una mirada que espantaba a los
hombres e intrigaba a las mujeres. Su pasatiempo favorito
era enamorar a las bellas muchachas, que siempre lo miraban,
las cuales eran muchas, ya que la inconfundible figura de
este macho las atraía como un difunto atrae a las
mosquitas. Era difícil que una niña pudiera
resistírsele, tan difícil, que un día
de sol ardiente lo encontraron seduciendo a la hija del
alcalde de ese entonces. El mayor problema es que esa muchacha
estaba destinada, por su padre, para ingresar en un convento
de monjas.
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El tiempo pasaba y el hombre de negro
seguía haciendo de las suyas. Cualquiera habría
dicho que había venido hasta estas tierras sólo
atraído por la belleza de sus mujeres, ya que solamente
se dedicaba a conquistarlas, y, al parecer, con mucho éxito,
para desgracia y malhumor de los hombres. Hasta que una noche
de fuerte temporal, en que los cielos del Cajón del Maipo
parecían desmoronarse sobre sus cerros, por el sector
de El Toyo, un hombre abandonado de suerte golpeó con
fuerzas a las puertas de un convento de monjas de claustro que
por ese entonces había en la zona. Rogó que le
dieran alojamiento por esa terrible noche, ya que era imposible
seguir su marcha con esas condiciones climáticas.
La
madre superiora del convento, dado el verdadero diluvio que
se dejaba caer sobre las almas y los cuerpos del lugar, consintió
en que el forastero pasara la noche en un cuarto detrás
de la despensa. Le llamó la atención a la superiora,
sin embargo, el riguroso negro con que vestía el forastero,
y también el hecho de que durante todo el tiempo que
tuvo al personaje frente a ella, éste permaneció
con el rostro oculto tras una bufanda. Pese a la desconfianza
de la madre superiora, el hombre fue conducido a la habitación
en que pasaría la noche.
Pero ocurrió lo que tenía que ocurrir. Cuando
todas las religiosas habían caído en un sueño
profundo, el hombre de negro se levantó y, como si supiera
muy bien hacia dónde dirigirse y como si fuera inmaterial,
atravesó la gruesa pared, llegando de inmediato a la
habitación de una de las novicias del convento, nada
menos que la joven hija del alcalde. La pequeña iniciada
despertó asustada, y al ver entre las tinieblas aquella
figura aparecida de la nada y al sentir un fuerte olor a azufre,
se le escapó un gritito. De inmediato el hombre se le
acercó, le tapó la boca con una mano y huyó
con ella en brazos, rodeado de una nube espesa en la que se
escuchaban infernales gritos de almas capturadas.
Pero
la madre superiora, una monja de gran carácter, había
oído el grito de su iniciada. Se sentó en su cama
y, afinando el oído, escuchó los ruidos de las
botas del diablo huyendo por el patio. Salió y no tardó
en darse cuenta de que una novicia era raptada por el misterioso
varón. Rápida como un rayo, de seguro guiada por
su fe, tomó un frasco de agua bendita de la capilla y
salió tras el demonio que poseía a la niña,
le dio alcance y, gritando vade retro Satanás, invocando
a Dios y haciendo la señal de la cruz, lanzó el
agua bendita. El diablo, liberando con rapidez a su presa, se
transformó de inmediato en una enorme sombra con alas
y pies gigantes y huyó saltando el tramo que separa el
río de los cerros. Al hacerlo, su fuerza y rabia eran
tales, que dejó impresa en una roca de un cerro, donde
hoy se encuentra una parada para tomar el autobús que
recorre desde San Alfonso hasta Santiago, frente al puente colgante
de El Toyo, la huella de uno de sus pies, estampa que hasta
el día de hoy podemos contemplar.
Muchos
años han pasado desde entonces. El tiempo, que todo lo
muele, lo traga y lo digiere, y lo vuelve a moler, a tragrar
y digerir, ha formado de tales hechos esta leyenda sobre la
pata del diablo, de la cual hay diferentes versiones. Para terminar
ésta, sólo resta decir que del convento nunca
más se supo, de las monjas tampoco, y aún menos
de las novicias. Hasta el mismo diablo desapareció del
lugar, al parecer herido dolorosamente por el agua bendita.
Sin
embargo, dicen que el Maligno siempre reaparece. Aquel ángel
caído nos atrae de alguna u otra forma, con su aire perverso,
quizás como reflejo inconsciente de nuestros retenidos
e inconfesables deseos. Por eso aparece y vuelve a aparecer,
porque está oculto, soterrado en lo más profundo
de la psique humana.
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