Recopilado
por Julio Arancibia O.
Del
origen y el porqué del actuar de la célebre
Lola o mujer de los cerros se cuentan distintas versiones.
Hay alguna que dice que era una de las hijas de la Llorona,
quizás la más hermosa. Los que esto aseguran
cuentan que La Lola, cuando ya era más grandecita,
al saber que su madre había desaparecido, la fue
a buscar por todo el valle del Maipo, hasta que una noche
unos campesinos la encontraron muerta en la ribera del río.
Desde entonces habría empezado a aparecerse como
espíritu. Otros cuentan que era una niña lindísima
que se iba a casar a temprana edad, pero su novio la abandonó.
Ella habría jurado, entonces, vengarse de todos los
hombres por el daño que su prometido le había
causado.
|
|
|
Huyó
a los cerros, y allí vivió esperando a los arrieros,
baquianos, cabreros y excursionistas para hechizarlos con la
mirada de unos ojos verdes profundo y extraviarlos luego por
precipicios y quebradas con el fin de eliminarlos. La forma
más usual de guiarlos hacia la muerte era mediante el
hondo eco de su voz, que resonaba en las quebradas produciendo
en los que la oían un irresistible efecto de atracción.
En
la muerte de esta hermosísima niña jugó
un rol un joven cazador de conejos que solía aventurarse
por los parajes que La Lola frecuentaba. Secreta e involuntariamente,
el cazador la descubrió postrada bajo un árbol,
contemplando la luna llena, vestida con un sudario blanco de
nieve, y entonces se enamoró perdidamente de ella. Teniéndola
fija en su memoria, y con esa fuerza que el amor da a los corazones
enamorados, en otra noche de luna el joven cazador se atrevió
a salir en busca de su pretendida amada para expresarle su pasión.
El cazador de conejos quería cazar a su conejita. La
buscó y la buscó, hasta que la encontró,
pero ella huyó como gacela herida profiriendo maldiciones
contra el intrépido cazador que había osado aproximársele
tanto. El joven le declaró su amor a gritos, mas por
respuesta sólo obtuvo una lapidaria frase por parte de
la amada: ¡Nunca más amaré a un hombre,
morirás por haber tratado de llegar a mí!.
Pasó el tiempo, y como la pasión es más
poderosa que toda resistencia, nuevamente en una noche de luna,
el joven cazador, no resistiendo su soledad, salió a
buscar a la mujer que le quitaba el sueño. Pero así
como la pasión triunfa ante toda resistencia, también
cae derrotada frente a su propio poder; pues ciego, ciego de
pasión, el muchacho cazador se fue caminando por los
peñascos como quien fuera por las nubes, hasta que tropezó
y cayó a lo hondo de un precipicio, donde perdió
su vida sin remedio. La niña Lola, al verlo muerto, rió
y se alegró.
Pero
ella era también una chica ingenua. Aconteció
que justamente en los momentos en que celebraba la muerte de
su pretendiente, se dio cuenta que un viejo ermitaño
que habitaba esos lugares, habiendo tomado la forma de árbol,
le hablaba a través de sus ramas, diciéndole:
¡Tu muerte, pequeña, será similar
a la que has hecho sufrir al joven enamorado!. La hermosa
niña rió de la sentencia, mas una noche en que
encantaba a un arriero conduciéndolo hacia una muerte
segura a través de una quebrada casi inaccesible, fue
ella la que tropezó con una roca filosa, se cortó
una de sus piernitas y cayó hacia el vacío y hacia
el fin de su vida. Pero aún tuvo la entereza de gritar,
mientras caía, que volvería desde más allá
de la muerte para terminar de vengarse de todos los hombres.
El
espíritu de la pequeña Lola cumplió su
promesa. Después de mucho tiempo comenzó a vagar
por cerros y montañas, por precipicios y quebradas, encaminando
a los arrieros y baquianos hacia una muerte segura en la boca
de un acantilado o en las entrañas de un desfiladero.
De su belleza, hasta versos le han recitado los brutos y duros
arrieros, que la describen como una linda muchacha de cabellos
negros y ojos verdes, tez pálida, frágil y delgada,
volátil, que va suspendida por los aires sin tocar el
suelo, con sus pies de plata, rodeada de murmullos suaves al
principio, como el rumor del agua de un manantial, y luego de
fuertes gritos, como de miles de almas espantadas de soledad
y frío. Como clave para salvar la vida, los arrieros
recomiendan no mirarla y huir de su presencia que encanta. Pero
al mismo tiempo advierten que no es fácil escapar de
esa voz cristalina, que se despliega cuando la tempestad azota,
y que penetra hasta el más rígido tímpano
pronunciando un nombre masculino para guiar a quien así
se llame a su desaparición, allá en las montañas
insondables.
|