:: Los Entierros

Recopilado por Julio Arancibia O.

A lo largo de nuestro país es común hablar de “entierros”.
Desde que el poderío español decayó a continuación de la
independencia de Chile, muchas historias acerca de los tesoros perdidos o escondidos de los ricos hacendados españoles se fueron formando en la creencia popular. Perfectamente es posible que los españoles, presintiendo el desastre final, hayan sepultado sus riquezas en lugares insospechados y de difícil acceso, para evitar de esta forma que cayeran en manos de los patriotas chilenos.

Los Entierros

Los mitos, las leyendas, las creencias, dicen que los entierros son cuidados por duendes, quienes los cambian de lugar a voluntad; dicen también que sólo pueden ser encontrados en la Noche de San Juan. En tal oportunidad se debe contar con un mate de brujo, un cirio que haya iluminado a un difunto, y una pala. Se acude entonces el lugar de un posible entierro, se pone el cirio encendido dentro del mate y se espera. El mate girará por sí solo en el lugar del entierro. La hora más factible para encontrarlo es a la medianoche en punto, aunque hay plazo hasta las seis de la madrugada. Hay que apresurarse en sacar lo que se encuentre y, una vez en casa, hay que rociarlo con agua bendita. Pero aquel que logre hallar el tesoro del entierro, debe esperar al menos un año antes de darle uso. El motivo es que están malditos, ya que por el tiempo que llevan enterrados acumulan efluvios venenosos, lo cual sólo puede contrarrestarse con la espera. En las historias sobre entierros que se oyen en otras regiones del país, suele hablarse de personas que han muerto en extrañas circunstancias por darle uso a los tesoros antes del tiempo indicado. Por eso –se advierte- cuando algún valiente se atreva a entrar en los dominios de lo oculto y alcance el éxito de dar con un entierro, preocúpese de no llevarse todo el brillo metálico del tesoro, porque si así lo hiciera, con la ambición dominando el corazón, la muerte lo abrazará con sus brazos fríos.

Sobre el Cajón del Maipo, las bocas cuentan que hace muchos años, en lo que se conocía como la Villa San José, donde vivían en su mayoría obreros que trabajaban en la mina San Pedro Nolasco, hoy abandonada, ocurrió algo que alarmó y preocupó a todos sus habitantes, hecho del cual nació la leyenda de “El tesoro perdido”:

Por el año 1819, un grupo de españoles acaudalados pasó por la villa San José, preocupados y nerviosos. Se contactaron con unos compatriotas suyos que vivían en la villa para tomarlos como guías y, llevando sus riquezas en carretas, partieron hacia la Laguna Negra con la intención de sepultarlas. Algún día de mejores augurios –pensaban- podrían rescatarlas, ya fuese ellos mismos o sus descendientes. Pero la suerte no les fue favorable. Sucedió que los aristócratas, cuando ya estaban en las inmediaciones de la laguna, se dieron cuenta de que inevitablemente serían alcanzados por los patriotas, y, viendo que no tenían escapatoria, en un acto de extrema ambición y mezquindad, se sepultaron con carretas y todos los tesoros que ellas contenían en las profundidades de las aguas. Se dice que todavía en estos tiempos, en las noches, se sienten gritos y latigazos, y que las almas de los españoles muertos deambulan protegiendo lo que les pertenecerá por siempre.

Quien relató esta historia la supo de niño por boca del bisnieto de uno de los criados de los españoles que se sepultaron en la laguna, el cual no quiso morir junto a sus amos, huyendo del lugar.

Por otro lado, también hay anécdotas no carentes de humor respecto a los entierros. Una de ellas es la que relata Doña Carmen Barrios -Doña Pita-, hija mayor de Don Eduardo Barrios, premio nacional de literatura en 1946 y vecino de San José de Maipo desde los años veinte hasta el día de su muerte. En efecto, Don Eduardo y su familia venían cada año a veranear a la zona. Su hija Pita relata:

“A mi papá una vez le bajó la idea de que había un entierro por aquí en uno de los cerros. Empezó a hacer excavaciones y después de un tiempo encontraron unas vasijas y otras cosas, entonces pensó que después tendría que venir el tesoro, oro, joyas, que debían haber enterrado los españoles. Y llegó a la casa con la buena noticia y todos nos sentíamos millonarios ya. Así que empezamos a quemar todas las sillas viejas y otras cosas malas en una fogata enorme, porque íbamos a comprar todo nuevo. Pero nunca más se encontró nada más, nunca más se supo del entierro...