Como el lector ha de suponer, desde pequeña me he sentido atraída por las palabras, las que leo, las que escribo y especialmente las que oigo. Me gusta oír palabras nuevas, palabras antiguas y palabras raras, y buscar su significado en el diccionario. Me causa mucha gracia cuando escucho una palabra mal pronunciada, cosa que ocurre a menudo, pues poseo unas orejas que funcionan como antenas parabólicas. Estos radares, eso sí, a veces me causan sufrimiento. Hace poco descubrí que padezco de un extraño aunque no tan grave mal, llamado misofonía, esto es, el odio hacia ciertos sonidos que mi oído discrimina y atiende obsesivamente, sonidos que para todo el mundo pasan desapercibidos. Los desagradables y sonoros besuqueos de los enamorados, la respiración de un algún compañero de asiento en el bus, la húmeda succión de una lengua hurgando entre los dientes después de comer, el reguetón o salsa escapando de un par de audífonos cuyo dueño olvidó el significado de la palabra respeto, el arrullo de las palomas, el picoteo de los gorriones en el plato de mis perros intentando robarles la comida; en fin, ese es mi calvario con los insoportables ruiditos.
Por el contrario, cuando el sonido se transforma en palabra la cosa se pone más entretenida. Cada vez que escucho palabras o frases que me parecen mal pronunciadas o mal construidas me da un poco de risa y me pregunto cómo un periodista, profesional supuestamente preparado para manejar a la perfección el lenguaje; o cómo un político, que posee el don de la elocuencia para engatusar disparando cien mentiras por minuto; cómo es posible que ellos, que deberían ser un modelo del buen hablar, dejen tanto que desear, cuando por casualidad los sintonizamos sobre todo a la hora de las noticias, momento en que compruebo su escasa originalidad al repetir una, dos y mil veces el mismo juego de palabras para el mismo hecho noticioso, o el uso de palabras cuyo significado es totalmente opuesto a lo que quieren decir.
Los noticieros son un manantial de frases hechas, los llamados lugares comunes, que son palabras, frases o ideas consideradas como un vicio del lenguaje por ser demasiado sabidas o por su uso excesivo o gastado. Extraño nombre, por cierto. Yo habría imaginado que se trata de algún sitio geográfico conocido o visitado por todo el mundo.
Muchos lugares comunes tienen origen desconocido, pero se atribuye a la prensa su difusión. Algunos de los más utilizados son:
El regreso a clases de los escolares tras sus "merecidas vacaciones", lo que me deja ciertas dudas, ya que muchos de ellos vacacionan todo el año en el colegio, así que de merecidas no tienen nada.
Los sismos de "regular intensidad". Me pregunto cuál es la intensidad regular
¿hay sismos de irregular intensidad?
También tenemos al "macabro hallazgo", cuando se trata del cadáver de un inocente recién nacido dentro de un basurero o algún miembro del cuerpo previamente amputado a un pobre cristiano, en medio de un "sitio eriazo".
Otro infaltable es el "voraz incendio" que se come todo lo que pilla a su paso, y que a estas alturas debe padecer de obesidad mórbida. Otros, un poco más creativos, recurren al "dantesco incendio", aunque en su vida hayan escuchado hablar siquiera de Dante Alighieri, cuya más famosa creación, La divina comedia, dio origen a este calificativo, sinónimo de grandioso, impresionante, terrible, infernal, tremendo; características de aquella obra.
No podemos dejar de mencionar las "escenas de hondo pesar" que se vivieron tras conocerse la noticia. Esa noticia del sujeto que atropelló a una joven y luego "se dio a la fuga". Pero como hay justicia divina, al huir perdió el control de su automóvil y se estrelló contra un árbol a gran velocidad, falleciendo de "forma instantánea". Los bomberos tuvieron que redoblar esfuerzos para sacar su cuerpo de entre "los fierros retorcidos" del vehículo.
Una típica noticia en el segmento rojo de las informaciones sonaría así:
En la comuna de Recoleta, "a eso de las tres de la madrugada", un "voraz incendio" (el que también suele ser dantesco) consumió por completo cerca diez locales comerciales. Tras el siniestro, los dueños afirmaron que quedaron "literalmente con lo puesto", y, "visiblemente afectados", señalaron que "no existen seguros comprometidos", por lo que "las pérdidas serían millonarias".
¿Y qué me dicen de los lugares comunes durante Fiestas Patrias?
Cada vez que llega septiembre tengo la esperanza de oír algo nuevo, pero no. Estas fechas se reducen a tres o cuatro frasecillas repetidas: el "éxodo masivo" de capitalinos que colapsan los peajes de Angostura y la ruta 68, altura túnel Lo Prado. Fin de las minivacaciones, el "retorno masivo" de los mismos capitalinos que nuevamente colapsan las carreteras de acceso a Santiago. ¡Ah! Me faltan las "cuentas alegres" que sacan los fonderos, porque esta vez les fue mejor que el año pasado.
Con las elecciones políticas también aparecen ciertos lugares comunes que no solo son señalados por profesionales de la lengua; el ciudadano común ante alguna improvisada entrevista también despliega su mejor vocabulario (para la tele). ¡Sí, me levanté temprano a cumplir con "mi deber cívico"!, presume el caballero. Los más viejitos, dicen "sufragar".
Mientras tanto, Sebastián aparece cada una hora discurseando sobre la "fiesta de la democracia" y repitiendo una y otra vez la manoseada "tradición republicana".
Aparte de estos lugares comunes del lenguaje, quiero comentar un par de errores de concepto muy recurrentes en nuestro periodismo. Son los que recuerdo en este momento, porque son bastantes más los que mi humilde oreja ha oído por aquí, por allá.
Un connotado periodista deportivo comentando (y queriendo alabar) a un jugador de fútbol:
¡Qué jugada, señores! ¡Qué partidazo estamos viendo del gran Pachorra González! ¡Qué bien puesto tiene su apodo, señores,… cuánta pachorra para correr y mojar la camiseta por su equipo!
Todo bien, hermoso relato. Si no fuera porque la palabra pachorra, en realidad, significa exactamente lo contrario a lo que nuestro amigo futbolero quiso representar: flema, tardanza, indolencia. En todo caso, el insigne futbolista aún no se ha dado cuenta del error.
En uno de esos programas de conversación, uno de los panelistas, popular periodista del que uno espera cierta preparación, señala que un delincuente se "autoinfringió" un par de heridas en los brazos para ir al hospital y no a la comisaría. En rigor, eso se traduce como: el delincuente violó las normas de no cortarse que le imponían sus brazos, porque la palabra infringir significa eso, quebrantar leyes, órdenes. Con seguridad, lo que se quiso decir fue que el delincuente de "autoinfligió" las heridas, ya que infligir es imponer castigo, causar daño. Autoinfligir: causarse daño a uno mismo.
Tras acabar el Palabreando de hoy, me retiro a un "merecido descanso"…
Hasta la próxima.