"NO RECUERDO SU NOMBRE, PERO ERA UNA LINDA MUCHACHA DE
UNOS VEINTE AÑOS, MORENA, DE ALEGRE SONRISA, SIMPÁTICA Y
AMISTOSA, COMO TODA UNA REINA. ESO SIN CONTAR LA
PERSONALIDAD QUE DEBÍA TENER PARA ESTAR AHÍ EN MEDIO DE
LA MONTAÑA, LA ÚNICA MUJER ENTRE MÁS DE CINCUENTA
HOMBRES, AUTORIDADES, AMIGOS Y ARRIEROS DE AMBOS
PAÍSES." |
EL AUTOR DE ESTE ARTÍCULO EN EL PASO PIUQUENES, JUNTO
AL HITO QUE MARCA LA FRONTERA CHILE-ARGENTINA, A
4.500 METROS DE ALTURA APROXIMADAMENTE. |
“...MÁS ABAJO, A LA SOMBRA DE UNA ENORME ROCA, DIVISAMOS
A NUESTROS AMIGOS “CUYANOS...”, QUE HAN VENIDO HASTA ESE
LUGAR A RECIBIRNOS. TODA UNA MULTITUD...” |
"POR SUPUESTO QUE LAS BOTELLAS EMPEZARON A VACIARSE
RÁPIDAMENTE EN NUESTRAS SEDIENTAS GARGANTAS..." |
DURANTE LA CABALGATA, EN LAS CUMBRES. |
ENTRE VARIOS OTROS IBAN EN ESA TRAVESÍA:
-EL GOBERNADOR DE LA PROVINCIA CORDILLERA, ÓSCAR
SANTELICES; AÑOS MÁS TARDE, DIRECTOR NACIONAL DE
TURISMO. -EL ALCALDE DE SAN JOSÉ DE MAIPO, MIGUEL
MÁRQUEZ. -EL CONCEJAL SERGIO LAMILLA. -EL TÍO COCHO
Y EL CARACOL, HUASOS PARIENTES DEL ALCALDE. -UN ALTO
FUNCIONARIO DE FRONTERAS Y LÍMITES. -YO, PRESIDENTE DEL
CLUB ANDINO DE CHILE Y CONCEJAL. -EL PRESIDENTE DEL CLUB
TUNUYÁN ANDINO, HENRY RAMONTA. -ALGUNOS FUNCIONARIOS
MUNICIPALES. -ARRIEROS DEL CAJÓN DEL MAIPO. |
Siendo concejal de San José de Maipo (1992-2000), tuve la oportunidad un par de veces de cruzar la cordillera a caballo por el paso Piuquenes (4.030 m aprox.). Este paso ubicado al interior del valle de El Yeso, es uno de los que nuestro "guerrillero" Manuel Rodríguez usaba a menudo en sus viajes clandestinos entre ambos países, para cumplir sus misiones en apoyo al Ejército Libertador, el que se alistaba con José de San Martín en Mendoza.
Nuestro destino era Tunuyán, Provincia de Mendoza, y el motivo parte del mutuo deseo de estrechar los lazos de amistad con las autoridades de esa comuna, e ir concretando iniciativas de intercambio cultural entre nuestras comunidades. Salimos temprano de San José de Maipo en varios vehículos y ya a media mañana estábamos subiéndonos a los caballos que nos esperaban ensillados a la altura de las Panimávidas, un km antes de las Termas del Plomo, al interior del valle del río Yeso. Cargados los pertrechos en las mulas y los machos, carga muy bien estibada que solo un buen arriero sabe hacer, partimos cruzando el río Yeso, que en esa parte cercana a su nacimiento es aún angosto y poco profundo. Tomaríamos en la otra ribera, el sendero que nos llevaría al "Portillo" o paso Piuquenes.
Los primeros kilómetros del sendero son relativamente de poca inclinación, que va aumentando hacia el interior de la montaña, la que se va cerrando junto con tomar altura y sobre la cual está el famoso "Portillo". Uno de los últimos tramos antes de llegar al hito que marca la línea de la frontera, es un cerro bastante empinado donde el sendero debe ir subiendo en zigzag, para hacerlo menos pesado. En cada esquina los caballos se detienen solos a descansar y llenar más sus pulmones del oxígeno que se va haciendo cada vez más escaso. Los fuertes latidos de sus corazones agitados se hacen sentir entre nuestras piernas.
Finalmente, después de un par de horas de cabalgata, llegamos a la cumbre donde se eleva el hito, sobre un monolito de cemento arriba de las rocas, luciendo al viento los escudos de los dos países hermanos. Nos bajamos de los caballos, nos tomamos fotos y nos hacemos algunas bromas. Luego montamos nuevamente, ya que el viento y el frío a esa altura nos "corretea", por lo que empezamos el descenso hacia el oriente, ya en territorio argentino. Sabemos que esta segunda etapa no será corta, pues nuestro destino, el ex Refugio de Gendarmería en Real de la Cruz, está a unas cinco o seis horas más de a caballo. Abajo, en el valle, serpenteando con sus estrellas de plata, corre el río Tunuyán, entre los cerros de rocas y tierras de colores.
Ahí, en medio de la distinta pero igualmente imponente montaña argentina, a una hora de haber cruzado el "Portillo"… ¡Oh...! ¡Sorpresa…! Más abajo, a la sombra de una enorme roca, divisamos a nuestros amigos "cuyanos...", que han venido hasta ese lugar a recibirnos. Toda una multitud, seis concejales, el intendente de Tunuyán (alcalde para nosotros), los jefes de Cultura y Turismo, el presidente del Club Tunuyán Andino y otros cuatro o cinco personajes más. Un poco más cerca empezamos a sentir los aromas del humeante "asado al carbón" con que nos esperan, al alero de aquella gran roca... Además, paraditas y "formadas" como un verdadero escuadrón, sobre la tierra, un par de docenas de botellas, entre la sabrosa sidra de Tunuyán y el buen tinto argentino.
Vestidos de gauchos, sonrientes nos reciben con alegría nuestros, desde ese momento, buenos amigos; con sus sombreros de ala ancha, sus cinturones de cuero negro con monedas remachadas, sus botas de fuelle y tacón, y su infaltable "facón" al cinto, ese cuchillo para todo servicio en las faenas del gaucho. Pero entre tanto macho concurrente de ambos lados de la cordillera… "una flor"… como sorpresa para los amigos chilenos del Cajón del Maipo. Habían llevado nada menos que a la Reina de la Vendimia de ese año. No recuerdo su nombre, pero era una linda muchacha de unos veinte años, morena, de alegre sonrisa, simpática y amistosa, como toda una Reina. Eso sin contar la personalidad que debía tener para estar ahí en medio de la montaña, la única mujer entre más de cincuenta hombres, autoridades, amigos y arrieros de ambos países.
Luego de los saludos, las presentaciones y los abrazos, nos lanzamos sobre el asado que nuestros anfitriones iban sacando, exquisito y fragante de entre las cenizas, como nuestras tortillas de rescoldo. Había que raspar un poco los trozos de carne para botar el carboncillo, pero lo sabroso no se lo quitaba nadie. Era realmente producto de toda una técnica cuyana… Por supuesto que las botellas empezaron a vaciarse rápidamente en nuestras sedientas gargantas, ya resecas de tanto parloteo y risas… Además de los brindis de buenos amigos, buenos vecinos y buenos "hermanos", y principalmente nosotros los chilenos, queríamos hacer cada uno un especial "salud" por la bella Reina de la Vendimia, que tan dignamente estaba representando a las mujeres argentinas y la gran amistad brindada por los cuyanos.
Cuando entre las brasas ya no quedaba ningún trocito de carne, ni alguna papa asada olvidada por ahí, las botellas vacías y secas yacían inertes sobre la tierra… y "no habiendo más que tratar…", nos alistamos para retomar el largo camino que nos esperaba. Ahora la cabalgata había crecido y serpenteaba en larga fila, a la par con el río Tunuyán, hacia Real de la Cruz. A nuestras espaldas el sol se iba alejando de nosotros, camino al horizonte, de "ese mar que tranquilo nos baña…" en la costa de nuestro país… (aunque no siempre está muy tranquilo…). La presencia de la Reina en esa "corte" de puros hombres, empezó a notarse bastante, en especial en las atenciones que cada uno quería brindarle, atentos como nunca creo que fueron, ni en su casa… Ella, amable, sonriente, siempre una dama, aceptaba y agradecía las atenciones con simpatía, pero marcando sutil y claramente la conveniente distancia con cada uno. En especial con algunos chilenos más lanzados y "lachos", que fueron más que atentos e insistentes en algún momento, lo que, aunque halagador, debe haber sido un poco incómodo para ella, pero nunca desapareció de su cara su amable sonrisa y simpatía.
Fueron tres días y dos noches que pasamos compartiendo en ese enorme refugio de hormigón armado, en medio de la cordillera. La primera noche fue de discursos y agasajos de los cuyanos con sus amigos chilenos. Un gran espacio que servía de comedor y estar, aunque sin muchos muebles, tenía en una esquina una gran chimenea que siempre pasó encendida, y que con su enorme boca, como para dos viejos pascueros bajando juntos, hacía más amable el estar en ese enorme espacio de cemento por todos lados.
La segunda noche fue la de los chilenos, los cajoninos. Miguel, el alcalde de San José de Maipo, hombre de mundo, de fiestas y chacotas, con gran visión había ordenado traer cientos de tarros de mariscos y docenas de botellas de pisco y vino chileno. Tampoco faltaban las cebollas, los tomates y ajos, el cilantro, el perejil y los pimentones. Y por supuesto en medio de este arsenal, los limones de Pica ¡"pa'l güen pisco sour"…! Dueños de la segunda noche, preparamos un gran ceviche de mariscos que, aunque "de tarro", preparado con cariño y como indica la ley… quedó de chuparse los bigotes… Bueno, menos la Reina, que solo se chupó sus delicados deditos… El pan amasado del Cajón del Maipo se hacía poco para untar en las fuentes repartidas en la gran mesa, el perfumado "pebre cuchareado". ¡El pisco sour, luego el tintito y finalmente unos wiskachos, que el alcalde había traído debajo del poncho, iban desfilando de vaso en vaso y de salud en salud!
En el fragor de la batalla ya a esa altura, todos éramos compadres, hermanos, y los "salucita" se ponían más cariñosos y más seguidos cada vez. A más de uno se les soltaba la lengua y brotaban las "sentidas palabras" llenas de cariñosos adjetivos y alusiones a los valores de la amistad y la hermandad. Por supuesto también con más de alguna alabanza a "las bellas mujeres argentinas, tan dignamente representadas por la Reina de la Vendimia, que nos honra con su presencia, embelleciendo el significado de este encuentro internacional entre dos pueblos hermanos… etc., etc., etc…". ¡Viva Chile… Viva Argentina…!
Pero esto recién empezaba. Los cuyanos aún no se reponían del ceviche y los tragos chilenos, cuando Andrés, el secretario municipal, hombre múltiple y de gran simpatía, que hasta ahora guiaba a los improvisados cocineros y velaba porque nadie estuviera seco o con hambre, apareció en el improvisado y estrecho estrado con su guitarra en la mano. Sorpresa para los argentinos, que ya no querían más guerra, y gran alegría para los chilenos, que ya sabíamos de las virtudes de Andrés, también en la música y el canto. No faltó tonada ni cueca chilena que no cantamos, y hasta más de algunos las bailamos, aunque muy pocos lo lograron hacer por unos minutos con la Reina de la Vendimia. Yo no tuve esa suerte.
Cansados de tanto jolgorio y trasnoche, cumpliendo con esta "envidiable misión de hermandad entre los pueblos", los ánimos empezaron a calmarse y los "curaítos" se fueron yendo a acostar, solos algunos, o llevados en vilo entre cuatro otros, por la empinada escala al segundo piso, donde estaban los dormitorios.
En la mesa ya íbamos quedando menos. Más de alguno con la esperanza aún de que la Reina pudiera darles alguna seña de mayor simpatía o acercamiento… Pero ella, sonriente, no cedía ni un milímetro. Era la última noche, ya que al día siguiente volveríamos a Chile, a nuestro Cajón del Maipo. Mucha conversa, chistes y ese tomar por tomar y fumar por fumar, me fueron cansando. Así que luego de estar un largo rato solo escuchando y observando, me paro de la mesa, me pongo mi parka y mi gorro de lana, y amablemente les digo a mis amigos: "Señores, con su permiso, yo iré afuera a gozar del aire puro y de las estrellas…", pero antes de que me alejara de la mesa camino a la salida, veo que la Reina de la Vendimia se para, y muy simpática y sonriente les dice a los contertulios… "yo también voy…". Y caminando hacia mí, nuevamente dice… "yo voy contigo…". Y ante la sorpresa de todos, y la mía por supuesto, sale junto a mí tomándose de mi brazo cariñosamente. No lo podía creer…
Y ahí estaba la noche inmensa, fría y bella, silenciosa, con sus millones y millones de estrellas que se peleaban cada rincón libre del cielo. A lo lejos, algún relincho o un perro ladrándole a las sombras. El resto, oscuridad, la brisa helada en nuestras caras y el silencio. Y en medio de esa belleza sobrecogedora, sentados con la espalda apoyada en el muro del gran refugio, aún tibio por el sol del atardecer, nosotros… la Reina y yo, unidos en una bella amistad que, a 2.500 m, empezaba ahí en ese momento, bajo las estrellas, y terminaría solo unas horas más tarde, cuando saliera el sol. Nunca más supe de ella, ni menos ella de mí… supongo. Han pasado 19 años. Ella ya tendrá 39 años, y yo… 73. Qué bello e inolvidable recuerdo.
Este feliz (para mí) desenlace "real", fue motivo de sorpresa y sana envidia para los presentes, en especial para los que habían sido tan insistentemente amables y aduladores con la Reina. Con esta espontánea e increíble salida de ella, el "castillo en el aire" construido por algunos de ellos con tanta dedicación e imaginación, se les vino abajo en menos de un minuto. El tema no terminó ahí, y fue largamente comentado luego en San José de Maipo, e incluso en varias de las siguientes reuniones del Concejo Comunal, donde contando con picardía una y otra vez… "el numerito del concejal Espinosa", el mismo alcalde de entonces, me siguió haciendo bromas por mucho tiempo y hasta ahora, cuando se acuerda.
Lindo recuerdo y grandes amigos, los de allá, y por supuesto, los de acá.