Revista Dedal de Oro N° 64
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 64 - Año XI, Otoño 2013

LINTERNA-TURA

SISMOGRAFÍA
ENRIQUE GRAY
Ilustración de Onii Planett para Sismografía.
ILUSTRACIÓN DE ONII PLANETT

El segundo remezón me impulsó a despertarla. Dormía con ese suave rumor que parece anunciar un ronquido y que nunca es tal.

-Despierta, está temblando -susurré en su oído, agitando levemente su hombro. Estiró los brazos y preguntó con voz traposa:

-¿Está temblando? Yo no siento nada. Soñaba que estaba volando.

A menudo sueña volando. Pareciera que su subconsciente la animara a volarse de mí.

-Ponte medias gruesas y abrígate. Esto puede empeorar -murmuré.

Salí a la terraza. En el trayecto eché una mirada a la vitrina del living, domicilio de los caballitos de porcelana. Ninguno había caído, sólo relinchaban con leve tintineo.

Noche de temblores. Mientras tú vagabas en las alturas, yo miraba el cielo raso de cuyo centro pende la lámpara de lágrimas. En ese instante me parecían lágrimas de verdad, cuando empezó a moverse el mundo. Una vez más, habíamos sobrevivido a un sismo personal. ¿Motivo? Difuso y falto de substancia, como casi todas las guerras verbales que agrietan nuestra convivencia. Entonces el beso en la boca, preludio del sueño, quedaba en suspenso, como deuda pendiente que amenazaba cobrar dividendos. Eran otra clase de sismos que remecían placas vulnerables del amor, sin desplome de murallas ni desquicio de columnas, pero dejaban sabor a cielos caídos.

Los combatientes se acuestan con sus banderas blancas bajo la almohada, con los brazos plegados sobre el pecho en señal te defensa, y los labios sellados. Se vulneran los protocolos de Ginebra sin ninguna intención de sentarse a una mesa verde.

Viene un tercero, esta vez con visos de alterar la calma de los caballitos de porcelana, pues siento un estrépito de cristales en pugna. La lámpara inicia un revuelo de lágrimas dislocadas y ella salta a refugiarse en mis brazos con un mohín de súplica en sus ojos.

-Si vamos a morir, que sea juntos -dice, y siento que su corazón asiente con su agitado ritmo de persuasión.

También el mío.

"Gracias, temblor". Lo pienso, no lo digo, para que no vaya a envanecerse y le dé por arrasar con las convulsionadas veleidades de los amantes que sin motivo lidian en las trincheras del amor.

 
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