Sin lugar a dudas, el escritor español don Miguel Delibes, partido ya hace dos años -con su escopeta al hombro y terciado su morral de cuero- a lo desconocido, es el escritor que con mayor agudeza nos ha descrito el mundo rural español en su larga, penosa y vergonzosa agonía. Tan larga y triste como ocurre a ojos vista, por desdicha, con nuestro propio mundo rural.
Relata don Miguel -a quien el Gran Arquitecto del Universo guarde bajo frondosas encinas y dé perdices rojas para su vieja Sarasqueta de cañón yuxtapuesto y surta bien de tabaco de liar y llene la bota de buen vino riojano- "un mundo rural humillado por la locura pujante de las grandes urbes, que va perdiendo irreversiblemente su diversidad de paisajes, su cultura, sus raíces y sus pobladores, a favor de paisajes cada día más homogéneos, inhóspitos, y vacuos."
¿No nos suena esto conocido? ¿No es acaso similar a lo que ocurre en nuestro rededor? ¿No será ésta una maldición cósmica destinada a privarnos de esa rusticidad, esa aspereza que tanto amamos algunos para, de paso, destruirnos el alma? El universo de Delibes viene cargado de respeto y admiración por la Naturaleza. Ya en su primera novela, "La sombra del ciprés es alargada", mostraba el longevo narrador, nacido en Valladolid en 1920, su sincera y profunda preocupación por los efectos y consecuencias negativas del proceso expansivo de carácter industrial en que estaba sumergido en aquel entonces el Estado español. Hay en la literatura de Delibes una constante denuncia del abuso de la ciudad sobre el campo y su gente. Una temática que extrañamos en nuestros autores nacionales, quienes al parecer no se han percatado de este exterminio progresivo, o simplemente no sienten hacia el mundo rural chileno, sus costumbres y su gente, apego alguno. Bajo un parrón, en una limpia y modesta residencial del Cajón he terminado de leer lo último que me quedaba pendiente de este viejo, al que mientras se lo lee se lo percibe como un viejo y entrañable amigo. Me tomo la libertad de compartir con ustedes un fragmento de la "Hoja roja", una simple y magnífica novela suya acerca de la vejez.
"La jubilación, dice un amigo de don Eloy, es como la hoja roja del librillo de papel de fumar, que te avisa de que estás llegando al final, en este caso al final de la vida. El viejo Eloy se jubila y cierra así la última vía de escape a su gris existencia. Don Eloy es viudo, y vive en un pisito humilde con la única compañía de la Desi, la criada, una muchacha de pueblo a la que la ciudad todavía le viene grande, aunque pone todo de su parte para aprender de sus amigas, otras chicas de servicio, y adquirir ese aire de ser "de la capital" que envidia y desea para ella. Don Eloy está muy solo. Su hijo, notario en Madrid, le mantiene permanentemente apartado de su vida; el abuelo no tiene sitio en la alta sociedad que frecuenta con su elegante mujer. Su amigo Isaías es el único superviviente de su pandilla de juventud, y con él recuerda una y otra vez el pasado, contradiciéndose ambos a veces hasta la exasperación. La sociedad fotográfica, a la que ha pertenecido y en la que tan buenos ratos ha pasado, también corre con los tiempos modernos dejándole atrás... En cuanto a la Desi, su vida gira en torno a su novio del pueblo, el Picaza, muchacho turbio donde los haya, famoso por sus prontos, que ha venido a hacer la mili y que con sus andares chuecos y su mirada torva, la tiene trastornada de pasión..."
Leemos a Delibes, y miramos pasar los camiones que, en caravana, vienen a robar los secretos de nuestro último escondrijo en la Tierra. Me llevo el vaso de vino a los labios y pienso en la gran maldición que se cierne sobre todos, y cerrando los ojos brindo en silencio por mi viejo amigo Miguel Delibes.