Revista Dedal de Oro N° 60
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 60 - Año X, Otoño 2012
LINTERNA-TURA
Juan Carlos Edwards Vergara.

Soy Alberto José, un espantapájaros, y vivo en Guayacán, comuna de San José de Maipo. Antes no tenía nombre, éste es reciente y me bautizaron así entre un vecino que me puso Alberto y la dueña de este predio que agregó el José. Antes sólo era el espantapájaros. Estoy vestido en forma ridícula, como corresponde a mi especie, con un pantalón de mezclilla, una parka vieja, un sombrero de huaso y pendiendo de un palo enterrado en la tierra. Atuendo entre dieciochero y campesino, para diversión de las visitas. En realidad, soy sólo un adorno porque no hay frutales que proteger ni por ende pájaros que ahuyentar. Sin embargo, por estar próximo a la casa, mirando la terraza y el comedor cubierto por un frondoso peumo, bajo el cual se reúnen a festejar entre asados y tragos, me he dedicado a observar, pensar y razonar.

Tulio, el dueño, es muy simpático, igual que Jimena, su encantadora mujer. Se vinieron a vivir aquí hace unos meses y siempre están en movimiento, arreglando las cabañas y organizando tertulias literarias y reuniones con amigos y parientes, todo en un entorno muy ameno y amistoso combinado con chapuzones en la piscina.

Como pueden comprender, a pesar de que mi campo de visión es limitado, es sin embargo estratégico. Estoy justo frente al lugar en que se desarrolla la mayor parte de la vida social, y como todos me consideran un ser inerte, actúan con la mayor confianza sin imaginarse que todo lo veo, escucho y memorizo. Todo tiene vida en la creación, hasta las piedras, pero los humanos son muy necios y se creen los dueños del Universo. Claro que, excepcionalmente, algunos piensan como yo.

Pasan rozando mis pantalones los perros y uno que otro gato, y cuando el entorno está sin estos visitantes, arriban los tordos negros como el azabache, decenas de codornices, zorzales, unos pocos chincoles, tencas y algunas mariposas y abejas, estas últimas exterminadas por las fumigaciones, al igual que muchos pajaritos y demás insectos.

Las noches de luna llena son preciosas, iluminadas por el farol selenita, pero las sin luna son espectaculares. De un mar de estrellas y nebulosas, entre meteoritos que dejan su estela en el espacio, aparecen extraños visitantes de mundos lejanos. Los veo salir de sus máquinas voladoras y deslizarse por los senderos casi sin tocar el suelo, observándolo todo. Luego vuelven a sus naves en silencio, envueltos en majestuosa aura. Si contara esto no me creerían, así que sólo comparto estas vivencias con mis vecinos, dos olivos y el farol de la terraza, testigos de estos hechos. Las anécdotas que vemos las comentamos con estos amigos y nos entretenemos más de lo que se imaginan.

-¿Te acuerdas de la señora medio gordita, simpática, casada con el pelado largo y flaco, que bailaba tangos y rancheras con tanta gracia? -me dice el olivo de la derecha.

-Por supuesto, amigo, si esa noche se tomó unos traguitos de más y empezó a cantar y recitar unas poesías que nadie le escuchaba -le contesté.

-Eso no fue nada. Después bajó hasta la piscina y se cayó al agua. Entonces se le pasó la curadera y se puso a llorar, empapada entera. La llevaron a la casa para que se cambiara la ropa y, extraña cosa, cuando salió un poco tristona, se sentó en una piedra a mi lado y decía lamentándose: "Le he dado mi juventud al José, y ahora que no soy la de antes, con cuatro hijos a cuestas, noto que me ha perdido el amor y le gusta mi cuñada. Quién sabe qué cosas hará en la oficina, nunca falta una secretaria compasiva para darle lo que no encuentra en mí. Pero esta injusticia no quedará así no más. Voy a decirle que sí al Pancho, que me anda convidando y me gusta harto. Qué se ha creído este tal por cual…".

-El fondo de la cuestión es que los humanos se cansan de lo mismo. El amor no es eterno, ni la pasión. Como dijo uno por ahí: "Me encantan los porotos, pero no todos los días".

-Así es nomás -intervino el farol-. La gordita después me apagó y en la obscuridad que quedó, se besó con el Pancho.

-Y el escritor que se puso a hablar con la luna, ¿se acuerdan? -el olivo de la izquierda metió baza.

-Cómo no nos vamos a acordar -respondimos al unísono.- "Luna que todo lo ves, que has escuchado tantos lamentos de amores no correspondidos, escucha el mío. Poco me importa estar solo y que los amores pasen como las estrellas fugaces, pero que se haya ido con el chofer de la micro, que apenas sabe leer, inculto, ignorante, esto no puede ser. Yo que soy tan inteligente, instruido, que he obtenido tantos premios literarios y que le regalaba flores y le componía versos de amor. Esto es inaudito. Qué injusticia de la vida que premia a los palurdos y castiga a los sabios…".

-Le pasó por vanidoso, ególatra y engreído. El chofer debe hacerle hartos cariñitos a la mujer y ella estará feliz con él -comenté.

-Lógico -respondió el farol-. He descubierto que el amor está fuera de toda lógica y cálculo. Y tarde o temprano aparece y perdura.

-Así es nomás -dijeron los olivos, y el de la derecha agregó:- ¿Se acuerdan del niño que leía "El Principito" de Antoine de Saint-Exupéry, sentado en esta piedra?

-Me acuerdo de lo que dijo -los interrumpí-. "Quisiera volar por tantos mundos como el Principito. Encontrar un tesoro para que todos sean felices, y también mi papá y mi mamá. Quiero que dejen de pelear y gritar, que tengan el dinero necesario para pagar mi colegio, la comida, las vacaciones, y que no tengan deudas. Por las deudas son las peleas, eso lo sé, y van a terminar separándose y yo no quiero que se separen. Principito, ¿dónde estás? Ven y ayúdame a encontrar el tesoro que necesito para solucionar los problemas de mis papás y poder, cuando grande, casarme sin pelear y tener hijos que no me escuchen discutir por dinero… Y otra cosa, tener una casa con patio, árboles y muchas flores, con un rosal que me dé una rosa como la tuya, que me carga el departamento en que vivo…".

-Tierno el niño, recuerdo que se cayeron de nuestras hojas lágrimas de savia.

-Y yo empañé mis vidrios hasta el punto que apenas iluminaba.

-Mis ojos de trapo se humedecieron de emoción.

Los cuatro nos quedamos unos instantes en silencio. Después recordamos otras conversaciones humanas, algunas de negocios, otras de planes diversos, pelambres, copuchas y análisis de noticias de actualidad. Muchas noches pienso en el niño. ¿Le habrá dado el Principito el tesoro que quería? ¿Estará con sus padres, feliz como él pedía? ¿Se habrán trocado los gritos en caricias y sonrisas? Si nadie le preguntó si quería llegar a este mundo, al menos que no lo hagan sufrir.

Claro que yo no sé qué pasa más allá de este lugar. Estoy anclado a la tierra, frente a la terraza, de espaldas a la piscina, con estos vecinos amigos. Hasta que decidan tirarme al fuego, derribar los olivos y remplazar el farol por quién sabe qué otra cosa que ilumine. Pero somos más felices que esos humanos, siempre insatisfechos. Necesitamos tan poco y nos entretenemos mirando los seres y cosas que pasan por nuestro entorno. Yo siempre pienso que, a lo mejor, veo al Principito volando en una noche estrellada. Entonces logro llamarlo y pedirle que se apiade de nosotros y que nos plante en una estrella errante para conocer el Universo, ya que los tesoros no nos sirven, nuestros amores son diferentes y somos de aquellos que entregamos lo que podemos sin pedir casi nada para nosotros. Por eso somos más felices que los humanos y nos bastaría con viajar por el espacio, siendo libres como los pájaros. Ojalá.

Soy el Espantapájaros Alberto José y vivo en Guayacán, cerca de San José de Maipo. Mucho gusto y a sus órdenes.

Juan Carlos Edwards Vergara.
San José de Maipo, 14 de febrero de 2012.

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