Estando en tercera preparatoria del Anexo del Colegio San Ignacio de Alonso Ovalle, gané el primer premio, medalla incluida, por una composición: Ven y Sígueme. Ahí Jesucristo le dice al joven rico que le pregunta qué debe hacer para ser su discípulo: Despójate de todos tus bienes, Ven y Sígueme. El joven rehusó.
Mi hijo Juan Santiago, cristiano observante a diferencia mía, con relación a una crónica que escribí sobre la tortura, me recuerda la contestación de Jesucristo al Escriba que le pregunta qué mandamientos son los más importantes: El primero, le dice, amarás a tu Dios sobre todas las cosas, y el segundo, al prójimo como a ti mismo. El Escriba le contesta que el primero es lógico, pero el segundo es más que todos los holocaustos. Jesucristo le responde: No estás lejos del Reino de Dios. Y ya nadie se atrevía a preguntarle.
Traigo esto a colación tras escuchar y leer los diversos comentarios, llenos de justos sentimientos de pesar, por el accidente que costó la vida a los tripulantes y pasajeros del avión Casa de la Fuerza Aérea de Chile que cayó al mar en Juan Fernández, en misión de ayuda al prójimo, asolado por los embates de la naturaleza.
A pesar de que todos tenemos la certeza de que vamos a morir, nadie se conforma con la pérdida de un ser querido o admirado -ya que perseguimos la ilusión de que siempre estará junto a nosotros y que de alguna manera ahuyentaremos la sombra de la muerte-, y las actuales expresiones de dolor nos llaman a reflexionar sobre nuestra forma de vida. Repito los versos del poeta inglés John Donne:
La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quien doblan las campanas, doblan por ti.
Una de las características de nuestra naturaleza humana es situar por sobre todas las cosas el éxito económico-material, obviando la realidad de que lo importante es la solidaridad, el amor al prójimo y la capacidad de desprendernos de parte de nuestros bienes, según la generosidad de cada cual, en beneficio del bien común. Porque lo único que perdura, generación tras generación, es el recuerdo y las enseñanzas de esos hombres y mujeres que entregaron todo, muchas veces su vida, intentando construir una sociedad más justa y solidaria, buscando insuflar en sus semejantes el fin del odio, la envidia y la codicia.
Ahora Chile está en una encrucijada de definiciones importantes para su futuro. Unos abogan por derechos esenciales de los más desposeídos y otros se aferran al lucro y lo defienden, las más de las veces, con insultos y descalificaciones. Ambas posiciones deben coincidir en una justa distribución de nuestras riquezas, ya que el llamado emprendedor