Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 56 - Año IX, Otoño 2011
HISTORIAS DE UN HUASO ARRIERO
TRAGEDIA EN LA CORDILLERA
HUMBERTO CALDERÓN FLORES
San José de Maipo, nuestra querida comuna enclavada en la cordillera, limita al este con la República de Argentina, en su largo espacio cordillerano de difícil acceso por la altura que alcanzan las cimas. Escarpados portillos permiten el paso bordeando profundos despeñaderos. La cordillera es recorrida por baqueanos y arriesgados andinistas que, muchas veces, sin preparación previa, se arriesgan a internarse en ella con riesgos de sus vidas, las que en incontables oportunidades se han perdido y en otras han sido salvadas gracias a grandes despliegues de socorro. Las personas que intentan llegar hasta las cumbres cordilleranas
 
FOTOGRAFÍA: ANDRÉS ZAVALA
lo hacen en busca de paz y silencio y para admirar bellos paisajes, conocer los glaciares, avistar de cerca a los cóndores y otras aves que sólo habitan esos lugares… Hay muchas causas que le brindan al excursionista una satisfacción personal.

Esta misma cordillera, años ha, fue una generosa fuente de trabajo para muchos chilenos y argentinos que transitaban por los diferentes pasos cordilleranos arreando ganado ovino, equino, bovino, caprino u otro, ya sea en forma legal o de contrabando, lo que también se hace con otras especies: quillay, jabones, perfumes, medicamentos, herramientas, etc. Estos viajes por los laberintos de las cumbres en varias oportunidades permitieron a los arreadores de ganado demostrar su fortaleza frente a las adversidades, y algunos incluso pagaron con sus vidas este desafío a las fuerzas de la naturaleza, cuando ellas se desataron en las cumbres cordilleranas.

En esta oportunidad trataré de recordar algunos pasajes del doloroso episodio que me relató uno de sus protagonistas, don Geraldo Ramírez (Q.E.P.D.). Esto fue en abril de 1956, cuando seis hombres fueron contratados para arrear desde Argentina a Chile un rebaño de ovejas por el paso de Cruz Piedra. La primera parte fue sin novedades, pero, como decía, la cordillera es impredecible. Cuando llegaron al límite entre los dos países, se desató un fuerte temporal de viento y nieve que puso en peligro sus vidas. La nieve tupía y engrosaba, y hacía imposible continuar con los ovinos, que se enterraban en la nieve. Entonces acordaron dejar el ganado y sus caballos montureros entre unos peñascos que los protegían, y ellos comenzaron a descender en busca de una casa de piedra (caleta bajo una roca) que ellos conocían. Sólo partieron con el caballo más firme de cabestro, en el cual cargaron ropa de abrigo y algunos alimentos.

La nieve siguió cayendo, alcanzando mucho grosor. A cada instante era más difícil seguir una huella por la ladera escarpada de aquella montaña. De pronto se desprendió un alud arrastrando al caballo y a Geraldo, que lo llevaba de tiro. El se aferró al cabestro, pero debió soltarlo, pues la nieve lo envolvió y lo arrastró. Cuando se detuvo, quedó bajo la nieve blanda, pero por suerte con una mano enguantada a la vista. Con dificultad, desesperados pero con rapidez, sus compañeros lograron rescatarlo con vida del sepulcro níveo. Continuaron la penosa marcha, pero la nieve engrosó tanto que se les hizo imposible seguir adelante, de frío y agotamiento. Decidieron seguir avanzando por el agua escasa del río Cruz de Piedra, y de pronto se encontraron con dos grandes rocas que no les permitieron pasar. No se podía salir escalando por la nieve, lo único era volver atrás o… escalar por las piedras con nieve encima. Uno dijo: “¡Si tuviéramos un lazo!”, a lo que otro, Andrés Andrade, respondió: “¡Aquí está!”, y comenzó a sacar un lazo con argolla que había enrollado en su cintura bajo la cascada.

Con esto comienza una nueva odisea: lanzar el lazo a la altura para partir la nieve polvo, hasta que llega el momento en que la argolla queda apretada entre las dos rocas. Lo tiran con fuerza y no cede. Esto les permite trepar, pero para caer de golpe a una poza con agua al otro lado. Sin embargo, logran seguir caminando un poco. Uno de ellos cae, los otros tratan de levantarlo. Se sienta y comienza a tiritar y gemir. De pronto deja de hacerlo. Lo mueven, le hablan. Nada se puede hacer. ¡Murió en la huella!

Los sobrevivientes siguen adelante, caminando por el agua del río, y se encuentran con un puente de nieve sobre el lecho del río. Entran por esa caverna, que se va poniendo oscura. El agua es cada vez más profunda, les llega a la cintura. Se había formado un pozo profundo imposible de vadear. Deben volver atrás, logran salir. Con dificultad caminan por la ladera del cerro. Continúa nevando. A poco caminar otro compañero cae en la huella, pero la marcha, con esfuerzo sin límites, debe continuar.

Geraldo, un hombre joven, fornido, iba adelante rompiendo nieve con la esperanza de lograr salir pronto de ese frío infierno blanco en que estaban inmersos. De pronto, el esfuerzo le produce un calambre al estómago que le hace caer sobre la nieve. Según cuenta, les pide a sus compañeros sobrevivientes que sigan adelante. Él se queda allí, plenamente consciente del peligro en que se encuentra. Comienza a mover con energía sus brazos y piernas para evitar morir por enfriamiento, como les había ocurrido ya a dos de sus compañeros. Así, logra sobreponerse de su peligrosa situación y dar alcance a los que marchaban. Conociendo mejor la ubicación de la caleta de refugio, les hace indicaciones para llegar, lo que logran casi entrada la noche.

El lugar está seco, pero sin nada que les produzca calor. Se recuestan sobre la tierra apretándose entre sí, con las ropas mojadas, las mantas estilando. Oran y lloran, pensando que no amanecerían con vida. Pero conversando y dándose ánimo, llega el día, y están con vida. Ha dejado de nevar. Es necesario buscar algo combustible. Sobre la nieve se divisan unas matas del arbusto cordillerano “cuerno de cabra” que tiene ramas secas. Son llevadas al bendito refugio. Es necesario hacer fuego. Todos tienen fósforos, pero mojados, y otra vez es Andrés Andrade el que produce el milagro: en forma previsora había envuelto dos cajas de fósforos que llevaba en sus bolsillos. La primera estaba mojada; la segunda, seca. Encienden fuego, pueden secar algo sus ropas y calzado. Iniciando este nuevo trabajo, el sol alumbra produciendo algo de calor y haciendo que la nieve adelgace. Comenzando el deshielo, dos de ellos salen en busca del caballo que había quedado atrás con ropa de abrigo y comida. Lo encuentran en buenas condiciones y lo llevan al campamento. La felicidad es completa para los que aún están con vida. Se deben tomar decisiones: se encomienda a Geraldo Ramírez, por tener un buen caballo, partir a San Gabriel a dar cuenta a Carabineros y familiares de lo sucedido y buscar auxilio. Lo hace al día siguiente llegando a destino entrada la noche. Queda de partir con Carabineros en la mañana siguiente, lo que se cumple recién en la tarde. Esa noche estaba despejada, había luna. La cabalgata dura toda la noche y se llega a destino a la mañana siguiente.

Los que quedaron en la cordillera subieron hasta donde dejaron los otros caballos y los ovinos de arreo. Después bajaron en los caballos dejando a los ovinos, porque aún había mucha nieve, y de paso recogieron los cadáveres de los caídos, llevándolos hasta el valle, donde no hay nieve. Tienen leña, comida y pasto natural para sus caballos. Cuando Geraldo llega con la autoridad, ésta les felicita por haberse salvado de esta odisea y les agradece lo realizado. A la mañana siguiente emprende el regreso Geraldo, con Carabineros. Amarrados sobre la montura de sus respectivos caballos, se procede al traslado de los fallecidos hasta San Gabriel, para ser llevados al Instituto Médico Legal.

Ha concluido la parte más dura de este relato. Todos los integrantes ya partieron sin regreso a las cumbres del silencio. Agradezco el relato a don Geraldo Ramírez y hago un póstumo homenaje a esos aguerridos hombres de incomparable fortaleza que, en precarias condiciones, en busca de algún modesto salario, sin previsión, logran sobreponerse en la defensa de sus vidas.

Esta es una de las tantas aventuras que, con o sin pérdidas de vida, han acontecido en nuestra hermosa cordillera. Es posible buscar fuentes para hacer el relato de otras.

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