Fui amigo de un gran deportista que conocía a cabalidad el arte de la pesca con anzuelo. Lo hizo en diferentes ríos y arroyos a lo largo de nuestra Patria, gozando de los más hermosos paisajes y de su pasión deportiva, en la que supo siempre respetar las vedas y considerar tamaño y número de especies capturadas. Este deportista ejemplar fue don Roberto Asereto, italiano de nacimiento y chileno por adopción, quien decía que era un enamorado del Cajón del Maipo porque en sus cursos de agua había obtenido las mayores satisfacciones deportivas, nombrando al río Maipo y los esteros Coyanco, San José, el Sauce, el Ingenio, el Manzano y otros.
Comenzaba la década de los 80 y un día don Roberto pensó en devolver a los arroyos esa alegría que le brindaron y buscó un lugar donde instalar y construir una pequeña piscicultura. El lugar elegido fue el Alfalfal, por el cajón del río Colorado. Consiguió el permiso con los propietarios para cumplir con su anhelo, y en este predio privilegiado, con esfuerzo, constancia, dedicación y mucho amor, fue construyendo piscinas por las que pasaba el agua de la generosa vertiente cristalina que nace en este lugar y que ha hecho desarrollar frondosos árboles a su paso. Estas piscinas fue poblándolas con peces que algunos amigos -que comenzaron a vibrar con esta idea altruistatrasladaban desde otros esteros a su nuevo hábitat. Los peces, según su tamaño, se desarrollaban en diferentes pozas para evitar que se comieran entre sí. Alguien consiguió ovas fecundadas y fueron depositadas en estas piscinas para su eclosión. Don Roberto, en otro lugar del predio, acomodó zonas de picnic con mesas, baños, piscina, habitación con horno, etc.
Y los pececillos crecieron, se multiplicaron y alcanzaron el desarrollo deseado para poblar nuevos cursos de agua. Para lograrlo, don Roberto mandó a fabricar dos barriles de madera -de unos sesenta litros cada uno- que tenían al costado una perforación cuadrada con tapa, permitiendo el paso de una manguera delgada.
Llegó el día de la coronación de las ilusiones, los esfuerzos y los sacrificios para seguir repoblando. Fue a fines de un mes de abril, con nubes y sol. El día anterior partimos desde San José, con caballos y una mula, Sergio Andrade Abarca, Patricio Andrade Valenzuela, mi hijo Norman y yo, con destino a Bocatoma del Maipo, para esperar allí. Pernoctamos en El Manzanito, y muy de amanecida.
La tarde anterior don Roberto y unos amigos habían procedido a capturar alevines de diez centímetros aproximadamente para depositarlos en los barriles con agua. Partieron antes del amanecer hacia Bocatoma del Maipo con la preciosa carga en la maletera del auto. Cada cierto tiempo debían tomar la temperatura del agua y oxigenarla con una pera de goma. Al llegar a destino -donde nos encontramos todos- los barriles fueron cargados en una mula y cada