Siempre dije que consideraba a los andinistas una manga de masocos que gozaban de las miserias a las que se obligaban. Mi decisión fue siempre la de no ser andinista. Mi ascensión al Purgatorio no fue más que una dura caminata. Mi dedicación al esquí me invitaba a subir cerros para fortalecer las piernas. Me levantaba muy temprano para subir el cerro San Cristóbal y descender por el otro lado, hacia Pedro de Valdivia Norte, para desde ahí irme a clases. Por lo general, llegaba atrasado y mi explicación no me la creyeron nunca.
Pero estaban las Torrecillas, a las que empecé a subir desde muy chico. Tomábamos el tren militar hasta El Manzano y, pasando junto al edificio de Aduanas que, por cierto, era la casa donde había nacido mi madre, atravesábamos la larga chacra para empezar la verdadera subida, bajo la mirada vigilante de la Lola que nos observaba desde el otro lado de El Cajón, en el Purgatorio. El problema más serio era la absoluta falta de agua, que nos obligaba a llevar pesadas cantimploras que se secaban mucho mas rápido de lo que hubiéramos querido. Así y todo, nos arreglamos para pasar una noche allá arriba. Cuando fue lanzado el Sputnik y supimos que se le podía mirar a simple vista, lo vimos pasar desde el horizonte, hasta perderse en la montaña.
Solía invitar a compañeros o amigos a la excursión, a los que dejaba muy atrás por mi paso de esquiador. Me acompañaba mi máquina fotográfica. En una de esas, para esperarlos y tomarme un descanso, me recosté a la sombra de uno de los pocos árboles a la vista y, notando el hermoso encaje que formaban a contraluz las hojas, tomé la foto que considero la mejor que he hecho. Alguien que conoce del asunto mirando la