Por:
Marisol Larenas Navarrete.
A
lo largo de nuestro camino experimentamos diferentes
pérdidas. Nos dejan amigos, extraviamos cosas
materiales, ilusiones y, a ratos, perdemos la fe. Pero
la horrorosa sensación que experimentamos cuando
alguien nos avisa que un ser querido ya no vuelve más,
de una forma trágica e imprevista, no tiene
comparación con nada en este mundo. Cuando una
persona muere, al contrario de lo que muchos creen,
comienza una nueva etapa, un nuevo camino, pero no
sólo para ella. También sus familiares
y amigos entran a otra etapa, un camino diferente.
El que se va lo hace para no volver, sólo los
que nos quedamos entendemos la magnitud de la pérdida.
A algunos les sobreviene la negación: tratan
de omitir el hecho. Otros inician un peregrinaje alrededor
del recuerdo del ser querido. Algunos hasta invocan
el espíritu, especialmente si la partida fue
trágica e inesperada, como si la persona siguiera
aquí vagando, confundida en este mundo, antes
de avanzar al verdadero destino final. Es
en
estos casos cuando aflora la fe pagana y la adoración
a la muerte tan típica de los países
latinoamericanos. Se levantan en forma casi misteriosa
pequeñas construcciones, diminutas casitas,
en los lugares en que se produjo una trágica
muerte. Son las llamadas animitas, que llaman la atención
de los visitantes de otros continentes.
En
Chile no existe un catastro de las animitas que se
levantan
a lo largo del territorio. En el norte,
estos pequeños templos en forma de casa o iglesia
son adornados con muchas flores, contrastando con el árido
paisaje. Más hacia el sur, es posible ver animitas
con techitos de tejas, fotos de la persona que se llora,
velas y flores, además de una pequeña
leyenda sobre el suceso y fecha del accidente. En el
centro, la variedad es más grande, quizás
por ser elementos de conmemoración libre, que
no siguen un parámetro estricto. Los deudos
que cuidan las animitas, en su mayoría mujeres,
las decoran con flores, como las tumbas, velas y, algunas
veces, también guirnaldas.
Es
justamente en el centro donde este fenómeno
ha cobrado mayor relevancia, producto de la renovación
urbana y creación de autopistas. No hay ley
al respecto, aunque el tema generalmente es tocado
con respeto. Las concesionarias han intentado ubicar
a los parientes para proceder al cambio de ubicación
de las animitas. Obras Públicas ha ofrecido
una estructura básica para cada animita a trasladar,
lo que en parte atenta contra la diversidad de estas
construcciones que son, de cierta forma, una voz del
pasado.
Una
animita no sólo es un fenómeno visual
que interviene el entorno sin agredirlo, sino además
una expresión religiosa y cultural. Hay casos
en que la fe pagana cobra tanta fuerza, que se dice
que ciertas animitas conceden milagros. Se cree que
por ser muertes trágicas y fuera de lugar, llaman
más la atención del Señor, actuando
como intermediarias. Es posible ver placas con nombres,
peticiones y agradecimientos, además de regalos
-juguetes en el caso los niños-, cartas, velas
y fotos. ¿Quién no ha oído hablar
de Romualdito, en Estación Central, o de la
Marinita, o de la queridísima difunta Correa,
en San Juan, Argentina, entre muchas otras? Se piden
favores: mejorar enfermedades, recuperar el amor que
se fue, plata, trabajo... Y muchas son las peticiones
de estudiantes que desean pasar de curso y ruegan a
fin de año... a última hora. Esta creencia
se basa en que la partida es tan brusca, que las almas
quedan vagando en la tierra, pagando sus pecados, y
que a cambio de oraciones conceden favores. Si bien
la Iglesia Católica respeta la fe popular en
torno a instalar velitas y flores, postula que sólo
Dios concede milagros y que los espíritus solamente
interceden. Y es posible que intercedan muy bien, ya
que es una costumbre bastante arraigada en nuestro
país.
|
|
Willy
Antonio Rojas Reyes, en el túnel Tinoco
|
Don
José Tomás
Gárate Cerda.
|
Don
Pimpa:
Con una dedicatoria que reza: «Con
la alegría de haberte conocido y el
dolor de haberte perdido va aquí el
más
sincero y respetuoso cariño, y decirte
que jamás te olvidaremos. Tus amigos
de Melocotón.» |
|
Por supuesto
que los cerros y caminos del Cajón del Maipo no
dejan de albergar tristes historias de muertes repentinas.
Con caminos angulosos y falta de veredas, son altas las
posibilidades de accidentes en los trayectos dentro del
Cajón. Se pueden observar varias casitas tristes
que se levantan orgullosas y dignas entres los árboles
y el asfalto. Hay algunas acompañadas de flores
y velas consumidas, y otras oscuras y grises, al parecer
quemadas por el incendio de las velas.
En el
Melocotón, en un camino interior, se levanta hermosa
y original una casita en forma de herradura, adornada con
pequeños caballitos. Cuentan los lugareños
que la animita rinde tributo a un señor que se cayó del
caballo, partiendo trágicamente del mundo terrenal.
Era Don Pimpa, muy querido por todos. Como respetuoso recuerdo
se le levantó la casita, que enfrenta el sol en
verano y la nieve en invierno.
Más
arriba se encuentra el túnel Tinoco, por donde años
atrás pasaba un trencito de trocha angosta. Junto
a él bailan al son del viento, muchísimos
remolinos azules y silenciosos. Son el recuerdo de Willy
Antonio Rojas Reyes -El Willy-, joven de ojos grandes y
vivaces que brillan desde una foto colgada de una reja
rodeada de innumerables recuerdos, flores, velas y hasta
zapatos. Varios son los agradecimientos por favores concedidos.
En un buzón hay muchos cuadernos en que quien quiera
escribe su petición o saludo, o le cuenta de sus
cosas al joven. Willy nació en el invierno de 1980
y nos dejó en 1998. Su presencia se hace presente
con fuerza entre los cerros de nuestro Cajón del
Maipo.
De alguna
forma el ser humano camina de la mano con los recuerdos
y los espíritus. Somos el resultado de nuestras
acciones y las de nuestros antepasados. Nos movemos en
una realidad mundana cada vez más vacía,
y por eso mismo, cuando desde un roquerío, una vía
férrea, un camino o una muralla, nos remece una
frágil y solitaria imagen, puede que no nos provoque
mayor interés la primera vez, pero si pasamos en
dos, tres o más ocasiones, quizás sí despierte
algo en nosotros...
|