He
leído con agrado el interesante artículo
de Vania Ríos sobre “cómo hablamos
los chilenos” y los ejemplos latinos, en que además
del “cantito o sonsonete” según el país,
se poseen distintas palabras para decir las mismas cosas.
¿Todas las palabras conducen a Roma? Para salvar
esas diferencias, a veces la mímica, en última
instancia, es una buena aliada.
El
argot, el coa y otras jergas, nos dan también
buenos ejemplos de estos distintos modos de hablar el
castellano, que podrían llenar innumerables tomos
paralelos a los de la Real Academia de la Lengua. Ahora
si realmente queremos recibir clases magistrales de
lenguaje, es cuestión solo de prender el televisor
a la hora de las noticias o mamarse algunos de esos
programas de los opinólogos, noteros y faranduleros
que llenan las pantallas, y nos encontraremos con los
abismos idiomáticos mas extremos que puedas imaginar
entre la cultura básica y la incultura.
Inspirado
por Vania y por el lado simpático de las variaciones
del castellano latino, se me vino a la memoria un par
de ejemplos mexicanos sobre estas maneras tan particulares
y distintas de hablar de cada uno de nuestros pueblos,
que sin proponérselo compiten en creatividad
y originalidad.
Iniciaba
su predica dominical un sacerdote nuevo en un pueblito
mexicano perdido por allá por la serranía,
e incentivando a sus feligreses a cooperar con las próximas
festividades de Jesús les habló: “Señoras
y señores, quiero pedirles que metan sus manos
en los bolsillos y saquen una, dos o tres monedas cada
uno, para comprar una nueva capa para el Niño
Jesús y hacerle en su día su fiesta de
celebración”. Después de varios intentos
sin resultados, y al ver lo incómodo que se ponía
el padrecito ante la apatía de los feligreses,
se acercó al sacerdote, un “peladito” que escuchaba
atentamente, y le dijo: «Pues perdóneme
usted, padrecito, pero a poco no más le explico
que lo que pasa con los feligreses es que no le están
entendiendo nadita. Si usted me lo permite, yo le puedo
echar una manito». Y sin esperar mayor repuesta
del acongojado cura, brincó sobre el púlpito
y con voz fuete y segura empezó diciendo: “Ñeros
y Ñeras, que dice el Bato del Ropón, que
metan las vaisas en la buchacas y caigan uñas,
dedos y tripas per tátema, para comprarle una
nueva ropona y hacerle su baby chower pa’ su día
al Chavo Chuy...”
¡Santo remedio! Ahí empezaron a caer las
monedas para felicidad del inexperto cura.
Y también, por esos pueblitos lejanos de México,
muere la madre de un peladito que, acongojado, parte
al correo a enviar un urgente telegrama a su hermana
que vivía en el DF. Corto y preciso escribe:
“Carnala, rólate para cántaros. La
Jefa esta rígida, mañana la sembramos”.
Humberto
Espinosa P.