Esta disposición
comenzó a ser aplicada en la zona norte de Chile, en
momentos de inestabilidad política y social, para asegurar
el rendimiento de la economía salitrera. Se aplicó
también en las zonas portuarias y carboníferas.
Pero donde realmente se hizo efectiva, fue en medio de la
cordillera de la zona central, en el mineral de El Teniente.
Esta empresa cuprífera, en manos norteamericanas, creó
una rígida reglamentación interna, que prohibía
a empleados y obreros el ingreso y consumo de bebidas alcohólicas,
lo que serviría de ejemplo para otros centros mineros
del país, entre ellos, los existentes en la zona del
Cajón del Maipo, donde alternadamente se estableció
la zona seca hasta la década del 50. El naturalista
Ignacio Domeyko fue testigo de aquello, en la Mina de San
Pedro Nolasco.
Sin embargo,
toda esta normativa se vio opacada por el contrabando de licor
en los campamentos mineros, tarea que recayó en manos
de un personaje popular conocido como guachuchero. El nombre
procede del último aguardiente extraído del
orujo, un alcohol bastardo o “guacho”, que también
significa “borracho”.
Los guachucheros,
traficantes que normalmente trabajaban solos, aprovechaban
las zonas secas de las mineras, para llegar hasta allí
transportando alcohol dentro de un cuero de cabro. Para hacerlo,
primero cortaban el cuello al animal y luego lo iban enrollando
al revés, como una camiseta, hasta extraerlo. Así,
el cuero quedaba completo. Antes que se secara, cerraban los
extremos amarrando las patas con un correón, y también
instalaban en el cuello un tubo a modo de “cogote de chuico”,
para verter el alcohol. Asimismo, usaban cámaras de
neumáticos. Las lavaban para que no quedaran pasás
a goma y se las ponían en la espalda como mochila,
o sobre la mula, única compañera de viaje. Iban
siempre armados, puesto que eran prófugos de la vigilancia
policial y de los serenos de las compañías.
También debían defenderse de otros guachucheros,
ya que se disputaban entre ellos quitándose el guachucho.
Se dice que no mataban por profesión, pero que la ocasión
o la necesidad solía tornarlos asesinos. Fueron caracterizados
como pendencieros, hábiles, cínicos, testarudos
y valientes. El oficio los hacía hoscos y cuidadosos,
cualquier error les podía costar la vida. Circulaban
por ignorados senderos del valle central, por abruptos flancos
de cordillera y sólo después de varios días
de camino llegaban a la cima de los cerros que sellaban los
minerales casi inaccesibles. La nieve era su peor enemiga,
la noche su aliada, aunque muchas veces les jugó una
mala pasada, puesto que a menudo, sobre todo en verano, cuando
se derretía la nieve, se encontraban en el fondo de
las quebradas restos anónimos de osamentas humanas
junto a un guachucho enmohecido.
Debido
a la presencia de diversos asentamientos mineros, el sector
del Cajón del Maipo fue circuito favorito de este personaje.
De aquí pasaban por la capital hasta el mineral de
Rancagua, sin ser descubiertos. Una de las rutas más
usadas era cruzando el puente del Ingenio, hasta el puente
del Maipo. Casi siempre hacían el viaje de noche, a
pie, con el guachucho al hombro, aunque los de más
rango viajaban a caballo o en mula. Por el puente Ratones
pasaban hacia Rancagua y vendían a los mineros de la
zona. Y los más osados llevaban mujeres consigo, recuerda
un viejo arriero.
Tras el
terremoto de la Melosas, que en septiembre de 1958 devastó
al pueblo y los piques, se declaró zona seca al sector
de El Volcán, como aún recuerdan sus antiguos
habitantes. Se buscaba, de esta forma, reprimir el pillaje,
pero seguramente por allí se aproximó y dejó
su huella el hombre del guachucho.
El guachuchero,
uno más de los personajes populares de nuestro país,
nació al alero de la necesidad y la prohibición,
se ganó la vida llevando un contrabando que no le reportó
mayor ganancia. Pero, con sacrificio, logró lo que
siempre buscó, sobrevivir.