Por:
Por Francisco Javier Bécquer.
A Juan Pablo Yáñez Barrios.
Reflexiones de un Buda
la noche
es simple y hermosa
los ojos de la Tierra se abren lentamente
tus ojos de luna me estremecen
y me quiero quedar prendido de tu aroma
¡qué bah!, si un día los controles serán
ajustados
el sol brillará como nunca antes
y entonces diremos que las montañas
están verdes de esperanza y cosmos
Francisco
Javier Bécquer
Caminando
lentamente por tierras pedregosas, el Buda de tierra mira
hacia el cielo y luego se sienta sobre una gran roca plana
y ardiente de sol veraniego. Los pájaros negros
vuelan sobre el lago que se ve al horizonte. Entonces
el Buda tomó tierra en sus manos y un pequeño
pajarillo azul le trajo agua de las montañas en
su pico. El ave dejó caer el agua en sus manos
y el Buda la mezcló con la tierra, formando barro.
Luego, con ese mismo barro el Buda moldeó un sol.
Por
allá cerca de las montañas el Buda de agua
meditaba sobre un árbol de canelo. Distintos tipos
de animales se le acercaban para conversar con él
sobre las noticias traídas por el viento del sur,
noticias de tierras bajas y también de los polos.
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Luis Salinas R
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Bajo el
canelo en que meditaba el Buda de agua había sido derramada
la sangre de un joven de ojos azules y cabellos dorados. Decían
que era un hijo de los dioses.
En el mismo
instante en que el Buda de tierra moldeaba un sol de barro y
el de agua escuchaba las noticias en la copa de un árbol,
el Buda de fuego ingresaba en un poblado abandonado cerca del
sur. Su sola presencia hacía que el calor y la vida volviesen
a los cadáveres de aquellos desdichados pobladores. La
carne, los huesos, la sangre y los nervios se regeneraron y
el gusano verde huyó. El Buda se sienta en la plaza del
pueblo. Instantáneamente llueve.
El sol brilla
en todo su esplendor. Los tambores del corazón magnético
de la madre tierra comienzan a funcionar. La tierra en su forma
interna se convulsiona y quiere explotar en sangre amarilla
y fuego. Por encima de aquella herida surge el volcán
sulfuroso y quemante. Sangra la tierra y el cielo recibe el
aire seco del norte.
En los momentos
en que sucedían estas cosas, el Buda de aire, parado
sobre un acantilado frente al mar, observaba el vuelo de las
gaviotas. El viento fresco y salado del océano le trajo
noticias de otras tierras. Un lugar donde la magia se respiraba
en el aire y los hombres trabajaban el oro como si se tratase
de barro. Unas tierras maravillosas donde manaban la sabia y
la ambrosía de los dioses. Allí la muerte y la
vida jugaban diariamente con los destinos de los seres vivos.
Se comentaba en el mundo de sus mujeres hermosas, transparentes
como el cristal y de ojos de rubíes.
Entonces,
por allá a lo lejos, pasando el límite de la razón,
donde el cielo y el mar se juntaban con las estrellas para besar
el vientre materno de la tierra, emergió un ave dorada
que se posó primero sobre el Buda de aire y le preguntó:
-¿Las lágrimas de hierro se derriten y en las
noches de luna se trasforman en espejos del alma?
A lo que el buda le respondió:
-A veces es necesaria la dureza en el corazón para que
el alma tome conciencia de que el amor es lo que equilibra todo.
Luego el
ave voló hacia el Buda de fuego, que meditaba bajo la
torrencial lluvia:
-Cuando el alma muere, ¿crees que es necesario que se
vaya a alguna dimensión y necesite volver?
Abriendo sus ojos el Buda de fuego habló con voz pausada:
-Es necesario que el alma se prepare para un nuevo desafío
de vida. La vida es una escuela del ser.
La lluvia
cesó instantáneamente, haciendo que el ave dorada
se fuese volando suavemente hacia el lugar donde yacía
el Buda de tierra. La piedra en que estaba sentado estaba fría
como el hielo. El Buda toma el sol de barro entre sus manos
y le da un soplo de vida. Al instante el ave dorada se fusiona
con el sol de barro y la figura se transforma en oro puro.
-Ajustaré los controles para el corazón del sol.
Será necesario que lo haga porque ese es mi propósito
en la vida. Con esto, los días de equilibrio llegarán
a nuestro planeta deseoso de cambio.
Los gases
tóxicos que asfixiaban la atmósfera de la tierra
desaparecieron y el ozono volvió a su forma normal. Las
aguas contaminadas del océano se purificaron y el equilibrio
en el clima del planeta se hizo total. La vida resurge y el
amor es la fuente inextinguible de energía para toda
la vida. Son nuevos tiempos en que el hombre se ha dado cuenta
de que puede hacer algo realmente bueno por el planeta.
Pasa el
tiempo, y después de ajustar los controles, el Buda de
tierra se junta con los otros budas en la cima de un monte.
El color del cielo parece una sopa de tomates revuelta con huevo.
El color del agua es de un verde profundo.
-Realmente fue necesario que transformásemos este planeta
en algo realmente nuevo.
-Es cosa de hacer, cada ciertos miles de años, los ajustes
necesarios en el corazón del sol para que los cambios
se hagan verdaderos.
-Por eso necesitamos que las humanidades del cosmos tropiecen,
para volver a levantarse y así poder evolucionar.
-En fin, hermanos -recalcó el Buda de aire-, vamos a
dar un paseo por este nuevo mundo.
-Pero no olvides que el atardecer llega y debemos en la noche
componer los controles del corazón de la madre luna.
El atardecer
llega. El sol se prepara apara esconderse tras las montañas.
Los Budas se sientan en posición de loto y alzan sus
manos hacia el sol. Una luz intensa brilla entre ellos. Es una
luz que nadie comprende y todos tienen, una luz que algunos
llaman amor pero que no asimilan como lo que realmente es.
Cuando desperté
de este sueño el viento de la tarde me acarició
el rostro. Mi misión comenzaba: debía buscar a
los otros Budas. Ya tenía moldeado el sol de barro. Ahora
sólo me quedaba caminar y caminar...
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