San
Gabriel, ubicado al interior del Cajón del Maipo,
a 70 kilómetros de Santiago, se presenta circundado
de telúricos, abruptos y empinados cerros, que
mantienen en ellos diferenciada vegetación. En
la parte bañada por el sol se ven matorrales espinosos,
flora típica de la zona cordillerana central, y
en la ladera de umbría están los cipreses
de cordillera. En invierno la nieve lo cubre todo y se
transforma en un atractivo turístico, mientras
que en verano la atención se centra en los ríos
Yeso y Volcán, afluentes del río Maipo,
que con sus fríos torrentes, producto del deshielo,
permiten refrescarse del calor cordillerano. Hoy esta
comunidad alberga a numerosas familias que viven en el
sector. Varios de ellos llevan muchos años aquí
y recuerdan con nostalgia ese tiempo pasado, duro por
las inclemencias del tiempo y la lejanía, pero
también con la impagable tranquilidad de vivir
en la más sensible serenidad, la que solo puede
entregar la cordillera y su vida rural. |
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En tiempos
inmemoriales la zona estuvo habitada por los indígenas
Chiquillanes. Vestigios de ellos aún quedan en las
faldas cordilleranas, como los que recuerda Don Doroteo Martínez:
Habían campamentos de indios en esta cordillera. Dejaron
unas piedras agujereadas donde hilaban la lana, parece, eran
livianitas, como piedras volcánicas... Más a
la Argentina había un campamento muy re grande, había
un corral y piezas donde vivían, parece. Y por aquí
cerca, en una quebrada, habían otras cosas, pero parece
que lo ocuparon por poco tiempo... Vestigios arqueológicos
como los mencionados se hallan en el sector, permitiendo identificar
claramente a estos antepasados habitantes de nuestro Cajón
del Maipo.
En 1813
se sucede la fundación del pueblo, seguramente con
la intención de reunir a los hombres que vivían
dispersos en la zona, que trabajaban en la extracción
de minerales y en la ganadería, tal como lo hace su
población hoy en día. El pueblo no debió
ser más que un montón de caseríos por
mucho tiempo, ya que los recuerdos de Don Doroteo y su esposa,
Gabriela Farías, así lo evocan en la primera
mitad el siglo XIX. El nombre del poblado se debe al Santo
Gabriel, que aparece esculpido en el cerro San Lorenzo
o Morro de las Cabras: La gente dice que ahí
en las piedras, ahí arriba, cuando bajaba el sol, se
veía el santito, se veía su figura y por eso
se llama San Gabriel, conmemora Don Doroteo.
Él
y su señora son padres de catorce hijos, varios de
ellos nacidos en la casa con la ayuda de parteras. Yo de varios
me mejoré en la casa y de los otros en el hospital.
Había una partera que se llamaba Rosa Gálvez,
y otra era la señora Carmen Evaristos. Mi mamá
también me ayudaba. Eran señoras que sabían.
Después de tener la guagua a una la cuidaban más
que en el hospital, nos daban sopita de gallina y agüita
de malva; no nos dejaban ni bañarnos. Esto es lo que
comenta la señora Gabriela, quien nació también
en San Gabriel y cuyos padres también eran de la zona.
Recuerdan con nostalgia la vida pasada, las calles de tierra,
la góndola que los traía a San José y
el trencito que recorrió por años hasta el Volcán,
único medio de transporte por ese entonces. En el año
24 la gente iba a San José a caballo y en mula a comprar
la mercadería. El camino pasaba por arriba del túnel
Tinoco. Mi papá me contaba que las carretas, cuando
pasaban, tenían que subirlas tiradas por yuntas de
bueyes. Pero eso yo no lo viví, mi padre me contaba,
dice Don Doroteo. Señalan que la luz eléctrica
sólo vino a llegar por el año cuarenta, porque
antes era a la luz de los chonchones que se alumbraban la
noche. El agua no era potable, indica la señora Gabriela:
El agua era de sequia no más; había
agua potable pero aquí no. El sector de San Gabriel
por esos años estaba mas bien despoblado: Por aquí
no había re ni una casa. Estaba la casa de la señora
Laura y otras casitas más, como la de los Baeza; estaba
el retén de carabineros y unas rucas que ya se caían,
aquí había puro monte, no había ni un
potrero, nosotros labramos toda esta parte con mi padre, se
acuerda Don Doroteo.
Este sector
es un reducto de minerales que nos entrega la cordillera de
los Andes, y entre sus cerros se ubican pasadizos hacia Argentina,
usados por los hombres desde antes de la llegada de los españoles,
y posteriormente empleados por los arrieros que circulan hasta
hoy por senderos conocidos sólo por ellos, en la soledad
cordillerana.
Este año
San Gabriel cumplió 191 años desde su fundación,
y esto fue celebrado por su comunidad. Se trata de gente esforzada,
que vive en estos parajes manteniendo la sencillez y el calor
de una vida enmarcada por las montañas y su entorno
rural, inmóvil en el tiempo.
DdO